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martes, 19 de noviembre de 2019

¿Quién dice que todo está perdido?


El neoliberalismo comenzó a resquebrajarse en América Latina cuando parecía “felizmente” entronizado


Anonadados, la derecha y las oligarquías locales, los centros mundiales de poder que les han insuflado vida y dirigido –EE.UU. en señero lugar- se empeñan en el ritornelo de que una tríada malévola, constituida por Caracas, La Habana y Managua, y ayuntada con el Foro de Sao Paulo, está tras el incendio que hoy se ceba en el neoliberalismo en Nuestra América. Sí, apelan a motivos externos para explicar(se) la coyuntura.
Al parecer, concluyó la época en que, exentos de una concepción histórico-concreta de la realidad, ayunos del método gnoseológico que proclama la variabilidad sempiterna ante la inmutabilidad del pensamiento metafísico, ideólogos y heraldos del sistema explayado en los cuatro recodos del planeta –los grandes medios de comunicación entre ellos- dieron por evidentes los estertores de la mudanza para bien de los desposeídos que retumbó en el subcontinente no hace tanto. Pero, en simpáticas y sugerentes palabras de Katu Arkonada, en La Jornada, “el ciclo progresista no estaba muerto, andaba de parranda”.
Este analista nos recuerda que la derrota del kirchnerismo en la segunda vuelta de las elecciones generales (noviembre de 2015), unida a la mala estrella del chavismo en los comicios legislativos (diciembre del año anotado) y a la pérdida del referendo por la repostulación de Evo Morales (febrero de 2016) llevaron a algunos a “constatar” el rotundo término del período iniciado por Chávez, Lula y Néstor Kirchner en Venezuela, Brasil y Argentina en los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI.
Coincidamos en que el argumento principal era que los gabinetes de izquierda, o nacional-populares, se aprovecharon del alto precio de las commodities, y se granjearon el sostén de las muchedumbres con medidas asistencialistas de redistribución parcial de la riqueza. Esos observadores no reparaban en que similares ventajas obraban en la cuenta de ejecutivos tales los de Perú, Colombia “o un México donde la tasa de extrema pobreza en 2018 (16.8 por ciento) es la misma que había en 2008, 10 años en los que la pobreza patrimonial se reducía [solo] de 49 a 48.8 por ciento”. En marcado contraste, Bolivia conseguía disminuir la precariedad de 38.4 a 15 por ciento. Ergo: la minimización de la penuria y de la desigualdad no dependía tanto de los importes de las materias primas como de la voluntad política, económica y social.
Mirando retrospectivamente, Macri resultó el primer y único candidato de la reacción que consiguió triunfar en el sufragio. Los demás gobiernos fueron desalojados por golpes de Estado (Honduras en 2009) o parlamentarios (Paraguay en 2012, y Brasil en 2016), “a los que se le sumó el lawfare, la persecución judicial en Ecuador (agravada por la traición del señor apellidado Moreno) contra Rafael Correa y Jorge Glas, en Brasil contra Lula, y en la propia Argentina contra Cristina. En Colombia no necesitan perseguir judicialmente a la disidencia, porque asesinarla o desaparecerla sale tan barato como la impunidad”, en tajantes frases de Arkonada.
Comulguemos igualmente con las aseveraciones de que el reciente rechazo al macrismo aísla aún más a Bolsonaro en Brasil, y entorpece la injerencia de Trump en América Latina, donde por cierto otro miembro del G20, México, ha recuperado la soberanía, renunciando a la línea exterior subordinada al Departamento de Estado.
Empero, limitarse a esa dimensión del examen devendría pecar de la unilateralidad atribuida a los comentadores del establishment. Por tanto, oreemos en público una crítica realizada desde la objetividad, en la voz del citado articulista de La Jornada: “En cualquier caso, si bien es verdad que nunca hubo tal fin del ciclo progresista, y que la historia es dialéctica, un constante ir y venir de flujos y reflujos, una guerra de posiciones entre distintos proyectos, es necesario reconocer que por momentos […] los gobiernos progresistas se acomodaron, y si bien redistribuyeron la riqueza y democratizaron el Estado, no generaron cambios culturales para sostener dichos procesos. Se durmieron festejando los cambios en la lucha institucional”, haciendo a un lado la batalla ideológica o de masas. Demasiados ríspidos o no, estos criterios los han enarbolado, en mayor o menor grado, adelantados y conspicuos intelectuales.
La esperanza
Afortunadamente, “siempre hay tiempo para corregir los errores, aunque sea, como en el caso de la Argentina, volviendo después de una travesía del desierto como la que han pasado el kirchnerismo y el peronismo. Travesía en que se ha demostrado la importancia determinante de los liderazgos históricos, en este caso el de Cristina Fernández de Kirchner”.
Mariano Pacheco, en insurgente.org, apunta que las “revueltas” en Ecuador y Chile, la permanencia de la alternativa encabezada por Evo en Bolivia [aleccionadora no obstante su brutal frustración] y la Revolución Bolivariana en Venezuela, junto con el descalabro de Macri en Argentina, impelen a imaginar renovados escenarios para el continente. “Con menos bombos y platillos, pero con el valor de la tenaz persistencia, allí también están el Ejército de Liberación Nacional en Colombia, el zapatismo en México e incluso, en el corazón rebelde del Brasil fascista, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra”.
Sentado lo anterior, el colega se pregunta cómo obrar con vistas a que “ese estado de excepción que producen las subjetividades de la crisis se extienda”, no se restrinja a lapsos puntuales o espacios claramente delimitados. Y se responde que siendo los caminos dispares -de la ofensiva callejera con probabilidades de insurrección hasta la expresión de “bronca por la vía electoral”, transitando por “la defensa (vía lucha armada y de autoorganización de masas, según los casos) de territorios concretos”-, se requiere idear una dinámica de conjunción de tácticas, en una elaboración más estratégica de conjunto, si se asume que las resistencias, los procedimientos de creatividad desde abajo y las disputas se despliegan en un complejo entramado regido por la lógica globalizadora del capital.
A favor, el que ya se han destruido dos socorridos mitos: el paradigma de nación (Chile) y el de libre mercado (Argentina). “Estos dos fenómenos más la rebelión popular en Ecuador, el triunfo indiscutible de Evo en Bolivia en primera vuelta, después de doce años de gobierno [poco más tarde se produjo el putsch “cívico, policial, militar, político”, con nítida implicación gringa], más el posible triunfo mañana de Daniel Martínez, el candidato de un Frente Amplio que gobierna Uruguay desde hace 15 años, y la sintonía de estos movimientos con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dibujan la frontera estrecha del neoliberalismo en el continente, que tampoco pudo avanzar sobre Venezuela ni Cuba. El escenario regional tiene un mensaje claro: un modelo de exclusión como es el neoliberal no se sostiene sin la resignación de los excluidos, que no se puede lograr ni siquiera con la artillería pesada de las corporaciones mediáticas”.
Por ello, puntualiza en Rebelión Hedelberto López Blanch, las protestas de la población en diversos territorios. “En Argentina, el gobierno de Mauricio Macri ha endeudado al país con el FMI por más de 50 000 millones de dólares. Los empréstitos recibidos han ido a parar a los bancos y a pagar deudas con compañías nacionales y extranjeras mientras se incrementan las necesidades de los ciudadanos al subir la inflación, aumentar el desempleo y eliminarse numerosos servicios públicos que pasan a propiedad privada […] Ecuador se ha visto envuelto en una enorme ola de malestar público contra las medidas neoliberales adoptadas por el régimen de Lenín Moreno, que durante su año y medio de gobierno ha eliminado beneficios sociales que fueron impulsados por el anterior gobierno de Rafael Correa. Lenín, bajo presión de Washington, buscó préstamos del FMI por 4 200 millones de dólares para amainar los problemas fiscales y el endeudamiento externo provocados por su propio gobierno y a la par se comprometió a desmontar la mayoría de los programas sociales”.
Cual pieza de un mismo rosario figura Chile, donde miles de jóvenes y estudiantes saltaron las vallas y entraron en el metro sin pagar en señal de rechazo a las medidas de austeridad decretadas, y el malestar siguió incrementándose en la población. Para contrarrestar las acciones, la arremetida de los carabineros ha acarreado muertos, heridos y detenidos.
Asimismo, en Honduras han sido reprimidas las manifestaciones que exigen la dimisión del mandatario Juan Orlando Hernández (asumió en 2018, entre numerosas denuncias de fraude), por sus relaciones con el narcotráfico y acusaciones de corrupción. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas, son pobres casi seis millones (71 por ciento) de los 8,5 millones de habitantes.
Haití no se “rezaga”. La crisis del primer magistrado, Jovenel Moise, se agudiza luego de semanas de ininterrumpidos disturbios. Los sublevados se han congregado ante el Palacio Nacional, las oficinas de la ONU y en las calles en demanda de la renuncia. Al igual que a su antecesor, Michel Martelly (2011-2016), se le imputa desviar los fondos de la ayuda por las dos últimas catástrofes climáticas que azotaron la isla. “Como consecuencia, la población fue condenada al hambre, la pandemia y la debacle de su economía, llevadas de la mano con recetas capitalistas”.
Al sur, y punta de lanza de Washington en el área -con siete bases estadounidenses en su suelo, más de 300 líderes sociales, campesinos y excombatientes ejecutados en los últimos años y sin cumplir los acuerdos de paz con los grupos guerrilleros-, Colombia afronta la desatención generalizada de Iván Duque, en tanto unos pocos disfrutan sus fortunas.
¿Se precisará más para el levantamiento en toda América Latina contra el statu quo, a pesar del consiguiente castigo, y de la desinformación de Falsimedia?
Sabia percepción
Indudablemente, la gente común percibe la identidad del culpable de que, como ha informado recientemente la Cepal, “la pobreza extrema ha alcanzado su nivel más alto desde 2008, y la proporción de personas en situación de pobreza extrema continuó creciendo. El nivel de pobreza pasó del 9,9 % de la población en 2016 al 10,2 % en 2017, equivalente a 62 millones de latinoamericanos, y la tasa de pobreza —medida por ingresos— se mantuvo en el 30,2 %, equivalente a 184 millones de personas”.
Profunda miopía padecería quien no se percatara de lo que resume Marco A. Gandásegui en Rebelión: “Chile en estado de emergencia, Ecuador en estado de sitio, Colombia en crisis humanitaria, Perú en crisis política, Brasil paralizada, Argentina destruida, Paraguay agotada […] Siete países de Sur América sometidos a los ajustes estructurales del FMI que han sucumbido al caos político. En la actualidad, son gobernados por el terror y el hambre. En el resto de América Latina la situación es igual o peor: Haití desgarrada, Honduras destrozada, Guatemala vive su tragedia, El Salvador bajo el terror y México tratando de soltarse de las cadenas.
“América Latina, en gran parte, ha sido penetrada como nunca por la política de EE.UU. y los ajustes de su brazo financiero, el FMI. Los ajustes del FMI son iguales para todos los países de la región. Comienzan con una primera torcida del brazo, eliminando o reduciendo los gastos públicos. Sigue la aplicación del ‘shock’ privatizando todos los bienes públicos, ahorros de los trabajadores acumulados durante décadas en cuestión de unos pocos decretos. El siguiente paso es ‘flexibilizando’ la relación entre los trabajadores y los dueños de la propiedad (empresarios), que reduce en forma significativa los salarios”.
No en balde en “Agonía y muerte del neoliberalismo en América Latina”, texto que ha visto la luz en Insurgente, Rebelión, Página 12, Atilio Borón, situando como ejemplo a Chile, considera que lo muerto, muerto está. Lógicamente, lo que brotará de sus cenizas no deviene fácil de discernir. Y, prevé el politólogo, será dictado por los avatares de la lucha de clases; por la clarividencia de los factores dirigentes de la reconstrucción, su audacia a la hora de enfrentar toda clase de contingencias y preservar la preciosa unidad de las fuerzas democráticas y de izquierda; por su valentía para desbaratar los planes y las iniciativas de los personeros del pasado, de los guardianes del viejo orden; por la eficacia con que se organice y concientice al “heteróclito y tumultuoso” campo popular con miras a encarar a sus enemigos intrínsecos, al imperio y sus aliados, al capitalismo, beneficiario de enormes recursos con los cuales conservar sus privilegios y continuar con sus exacciones.
Representará una tarea hercúlea, acota, pero no imposible. Se avecinan “tiempos interesantes”, preñados de grandes potencialidades de modificación. “La incertidumbre domina la escena, como invariablemente sucede en todos los puntos de inflexión de la historia. Pero donde hay una certeza absoluta es que ya más nadie en Latinoamérica podrá engañar a nuestros pueblos, o pretender ganar elecciones diciendo que ‘hay que imitar al modelo chileno’, o seguir los pasos del ‘mejor alumno’ del Consenso de Washington”.
Tal resume el teólogo de la Liberación Frei Betto, el neoliberalismo exhibe hogaño su faz más totalitaria, con muros que separan naciones y etnias, la supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo y el judicial, la desinformación a través de las redes digitales, y la embestida contra los derechos humanos.
Trocando la ley en su herramienta, demuele desde dentro el Estado de Derecho, en servicio de la élite. En plena imposición de los cacareados ajustes, la desnacionalización del patrimonio público, la dictadura de los mercados financieros, implica una “racionalidad” de alcance universal, desde la economía a la subjetividad de las personas. Anula la independencia con los úcases del FMI, el Banco Mundial y la Unión Europea. Traza una divisoria entre la porción de la humanidad con acceso al consumo y la inmensa multitud despojada hasta de fueros elementales como la alimentación, la salud y la educación.
“Ya no necesita hacerle concesiones al Estado de bienestar social, pues desapareció la amenaza comunista. Ya no necesita posar de demócrata. Ahora, la imposición de un único modelo económico debe ir acompañada por la imposición de un único modelo político, el autoritario, a fin de favorecer la acumulación de capital y contener la insatisfacción de amplios sectores de la población sin derecho a los bienes esenciales de una vida digna”. Sus estrategas saben que les es imprescindible conjurar una explosión que acarree una revolución. Por tanto, apostilla Betto, solapan las causas de los males y recubren sus efectos con falsa propaganda.
Mas si otrora “los vencidos” no atinaban a articular su oposición, como “moscas presas en la pantalla de la lámpara, cegados por los encantos de la sociedad de consumo”, a todas luces están comenzando a encontrar la salida. Tal vez hasta renieguen de abstenerse en las votaciones, de refugiarse en sus “burbujas digitales, apoyando a quien vocifera en tono bélico”. ¿El futuro? Abierto. El porvenir podría andar trocándose en presente.
Tendremos que asistir con suma atención al curso de los acontecimientos en Chile, Ecuador y los otros parajes en ebullición. Eso sí: instemos a los partidos de vanguardia a organizar, concertar el combate. Y con el autor aludido, exhortemos a los críticos a abandonar sus redomas académicas para contribuir a que los contumaces descubran que poseen un vigor capaz de voltear el juego.
De vencer al neoliberalismo. 

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