El neoliberalismo comenzó a resquebrajarse en América Latina cuando parecía “felizmente” entronizado
Anonadados, la derecha y
las oligarquías locales, los centros mundiales de poder que les han
insuflado vida y dirigido –EE.UU. en señero lugar- se empeñan en el
ritornelo de que una tríada malévola, constituida por Caracas, La Habana
y Managua, y ayuntada con el Foro de Sao Paulo, está tras el incendio
que hoy se ceba en el neoliberalismo en Nuestra América. Sí, apelan a
motivos externos para explicar(se) la coyuntura.
Al parecer,
concluyó la época en que, exentos de una concepción histórico-concreta
de la realidad, ayunos del método gnoseológico que proclama la
variabilidad sempiterna ante la inmutabilidad del pensamiento
metafísico, ideólogos y heraldos del sistema explayado en los cuatro
recodos del planeta –los grandes medios de comunicación entre ellos-
dieron por evidentes los estertores de la mudanza para bien de los
desposeídos que retumbó en el subcontinente no hace tanto. Pero, en
simpáticas y sugerentes palabras de Katu Arkonada, en La Jornada, “el
ciclo progresista no estaba muerto, andaba de parranda”.
Este
analista nos recuerda que la derrota del kirchnerismo en la segunda
vuelta de las elecciones generales (noviembre de 2015), unida a la mala
estrella del chavismo en los comicios legislativos (diciembre del año
anotado) y a la pérdida del referendo por la repostulación de Evo
Morales (febrero de 2016) llevaron a algunos a “constatar” el rotundo
término del período iniciado por Chávez, Lula y Néstor Kirchner en
Venezuela, Brasil y Argentina en los últimos años del siglo XX y los
primeros del XXI.
Coincidamos en que el argumento principal era
que los gabinetes de izquierda, o nacional-populares, se aprovecharon
del alto precio de las commodities, y se granjearon el sostén de
las muchedumbres con medidas asistencialistas de redistribución parcial
de la riqueza. Esos observadores no reparaban en que similares ventajas
obraban en la cuenta de ejecutivos tales los de Perú, Colombia “o un
México donde la tasa de extrema pobreza en 2018 (16.8 por ciento) es la
misma que había en 2008, 10 años en los que la pobreza patrimonial se
reducía [solo] de 49 a 48.8 por ciento”. En marcado contraste, Bolivia
conseguía disminuir la precariedad de 38.4 a 15 por ciento. Ergo: la
minimización de la penuria y de la desigualdad no dependía tanto de los
importes de las materias primas como de la voluntad política, económica y
social.
Mirando retrospectivamente, Macri resultó el primer y
único candidato de la reacción que consiguió triunfar en el sufragio.
Los demás gobiernos fueron desalojados por golpes de Estado (Honduras en
2009) o parlamentarios (Paraguay en 2012, y Brasil en 2016), “a los que
se le sumó el lawfare, la persecución judicial en Ecuador
(agravada por la traición del señor apellidado Moreno) contra Rafael
Correa y Jorge Glas, en Brasil contra Lula, y en la propia Argentina
contra Cristina. En Colombia no necesitan perseguir judicialmente a la
disidencia, porque asesinarla o desaparecerla sale tan barato como la
impunidad”, en tajantes frases de Arkonada.
Comulguemos
igualmente con las aseveraciones de que el reciente rechazo al macrismo
aísla aún más a Bolsonaro en Brasil, y entorpece la injerencia de Trump
en América Latina, donde por cierto otro miembro del G20, México, ha
recuperado la soberanía, renunciando a la línea exterior subordinada al
Departamento de Estado.
Empero, limitarse a esa dimensión del examen devendría pecar de la unilateralidad atribuida a los comentadores del establishment.
Por tanto, oreemos en público una crítica realizada desde la
objetividad, en la voz del citado articulista de La Jornada: “En
cualquier caso, si bien es verdad que nunca hubo tal fin del ciclo
progresista, y que la historia es dialéctica, un constante ir y venir de
flujos y reflujos, una guerra de posiciones entre distintos proyectos,
es necesario reconocer que por momentos […] los gobiernos progresistas
se acomodaron, y si bien redistribuyeron la riqueza y democratizaron el
Estado, no generaron cambios culturales para sostener dichos procesos.
Se durmieron festejando los cambios en la lucha institucional”, haciendo
a un lado la batalla ideológica o de masas. Demasiados ríspidos o no,
estos criterios los han enarbolado, en mayor o menor grado, adelantados y
conspicuos intelectuales.
La esperanza
Afortunadamente, “siempre hay tiempo para corregir los errores, aunque
sea, como en el caso de la Argentina, volviendo después de una travesía
del desierto como la que han pasado el kirchnerismo y el peronismo.
Travesía en que se ha demostrado la importancia determinante de los
liderazgos históricos, en este caso el de Cristina Fernández de
Kirchner”.
Mariano Pacheco, en insurgente.org, apunta que las
“revueltas” en Ecuador y Chile, la permanencia de la alternativa
encabezada por Evo en Bolivia [aleccionadora no obstante su brutal
frustración] y la Revolución Bolivariana en Venezuela, junto con el
descalabro de Macri en Argentina, impelen a imaginar renovados
escenarios para el continente. “Con menos bombos y platillos, pero con
el valor de la tenaz persistencia, allí también están el Ejército de
Liberación Nacional en Colombia, el zapatismo en México e incluso, en el
corazón rebelde del Brasil fascista, el Movimiento de los Trabajadores
Rurales Sin Tierra”.
Sentado lo anterior, el colega se pregunta
cómo obrar con vistas a que “ese estado de excepción que producen las
subjetividades de la crisis se extienda”, no se restrinja a lapsos
puntuales o espacios claramente delimitados. Y se responde que siendo
los caminos dispares -de la ofensiva callejera con probabilidades de
insurrección hasta la expresión de “bronca por la vía electoral”,
transitando por “la defensa (vía lucha armada y de autoorganización de
masas, según los casos) de territorios concretos”-, se requiere idear
una dinámica de conjunción de tácticas, en una elaboración más
estratégica de conjunto, si se asume que las resistencias, los
procedimientos de creatividad desde abajo y las disputas se despliegan
en un complejo entramado regido por la lógica globalizadora del capital.
A favor, el que ya se han destruido dos socorridos mitos: el
paradigma de nación (Chile) y el de libre mercado (Argentina). “Estos
dos fenómenos más la rebelión popular en Ecuador, el triunfo
indiscutible de Evo en Bolivia en primera vuelta, después de doce años
de gobierno [poco más tarde se produjo el putsch “cívico,
policial, militar, político”, con nítida implicación gringa], más el
posible triunfo mañana de Daniel Martínez, el candidato de un Frente
Amplio que gobierna Uruguay desde hace 15 años, y la sintonía de estos
movimientos con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador,
dibujan la frontera estrecha del neoliberalismo en el continente, que
tampoco pudo avanzar sobre Venezuela ni Cuba. El escenario regional
tiene un mensaje claro: un modelo de exclusión como es el neoliberal no
se sostiene sin la resignación de los excluidos, que no se puede lograr
ni siquiera con la artillería pesada de las corporaciones mediáticas”.
Por ello, puntualiza en Rebelión Hedelberto López Blanch, las protestas
de la población en diversos territorios. “En Argentina, el gobierno de
Mauricio Macri ha endeudado al país con el FMI por más de 50 000
millones de dólares. Los empréstitos recibidos han ido a parar a los
bancos y a pagar deudas con compañías nacionales y extranjeras mientras
se incrementan las necesidades de los ciudadanos al subir la inflación,
aumentar el desempleo y eliminarse numerosos servicios públicos que
pasan a propiedad privada […] Ecuador se ha visto envuelto en una enorme
ola de malestar público contra las medidas neoliberales adoptadas por
el régimen de Lenín Moreno, que durante su año y medio de gobierno ha
eliminado beneficios sociales que fueron impulsados por el anterior
gobierno de Rafael Correa. Lenín, bajo presión de Washington, buscó
préstamos del FMI por 4 200 millones de dólares para amainar los
problemas fiscales y el endeudamiento externo provocados por su propio
gobierno y a la par se comprometió a desmontar la mayoría de los
programas sociales”.
Cual pieza de un mismo rosario figura
Chile, donde miles de jóvenes y estudiantes saltaron las vallas y
entraron en el metro sin pagar en señal de rechazo a las medidas de
austeridad decretadas, y el malestar siguió incrementándose en la
población. Para contrarrestar las acciones, la arremetida de los
carabineros ha acarreado muertos, heridos y detenidos.
Asimismo, en Honduras han sido reprimidas las manifestaciones que exigen
la dimisión del mandatario Juan Orlando Hernández (asumió en 2018,
entre numerosas denuncias de fraude), por sus relaciones con el
narcotráfico y acusaciones de corrupción. De acuerdo con el Instituto
Nacional de Estadísticas, son pobres casi seis millones (71 por ciento)
de los 8,5 millones de habitantes.
Haití no se “rezaga”. La
crisis del primer magistrado, Jovenel Moise, se agudiza luego de semanas
de ininterrumpidos disturbios. Los sublevados se han congregado ante el
Palacio Nacional, las oficinas de la ONU y en las calles en demanda de
la renuncia. Al igual que a su antecesor, Michel Martelly (2011-2016),
se le imputa desviar los fondos de la ayuda por las dos últimas
catástrofes climáticas que azotaron la isla. “Como consecuencia, la
población fue condenada al hambre, la pandemia y la debacle de su
economía, llevadas de la mano con recetas capitalistas”.
Al
sur, y punta de lanza de Washington en el área -con siete bases
estadounidenses en su suelo, más de 300 líderes sociales, campesinos y
excombatientes ejecutados en los últimos años y sin cumplir los acuerdos
de paz con los grupos guerrilleros-, Colombia afronta la desatención
generalizada de Iván Duque, en tanto unos pocos disfrutan sus fortunas.
¿Se precisará más para el levantamiento en toda América Latina contra el statu quo, a pesar del consiguiente castigo, y de la desinformación de Falsimedia?
Sabia percepción
Indudablemente, la gente común percibe la identidad del culpable de
que, como ha informado recientemente la Cepal, “la pobreza extrema ha
alcanzado su nivel más alto desde 2008, y la proporción de personas en
situación de pobreza extrema continuó creciendo. El nivel de pobreza
pasó del 9,9 % de la población en 2016 al 10,2 % en 2017, equivalente a
62 millones de latinoamericanos, y la tasa de pobreza —medida por
ingresos— se mantuvo en el 30,2 %, equivalente a 184 millones de
personas”.
Profunda miopía padecería quien no se percatara de
lo que resume Marco A. Gandásegui en Rebelión: “Chile en estado de
emergencia, Ecuador en estado de sitio, Colombia en crisis humanitaria,
Perú en crisis política, Brasil paralizada, Argentina destruida,
Paraguay agotada […] Siete países de Sur América sometidos a los ajustes
estructurales del FMI que han sucumbido al caos político. En la
actualidad, son gobernados por el terror y el hambre. En el resto de
América Latina la situación es igual o peor: Haití desgarrada, Honduras
destrozada, Guatemala vive su tragedia, El Salvador bajo el terror y
México tratando de soltarse de las cadenas.
“América Latina, en
gran parte, ha sido penetrada como nunca por la política de EE.UU. y
los ajustes de su brazo financiero, el FMI. Los ajustes del FMI son
iguales para todos los países de la región. Comienzan con una primera
torcida del brazo, eliminando o reduciendo los gastos públicos. Sigue la
aplicación del ‘shock’ privatizando todos los bienes públicos, ahorros
de los trabajadores acumulados durante décadas en cuestión de unos pocos
decretos. El siguiente paso es ‘flexibilizando’ la relación entre los
trabajadores y los dueños de la propiedad (empresarios), que reduce en
forma significativa los salarios”.
No en balde en “Agonía y
muerte del neoliberalismo en América Latina”, texto que ha visto la luz
en Insurgente, Rebelión, Página 12, Atilio Borón, situando como ejemplo a
Chile, considera que lo muerto, muerto está. Lógicamente, lo que
brotará de sus cenizas no deviene fácil de discernir. Y, prevé el
politólogo, será dictado por los avatares de la lucha de clases; por la
clarividencia de los factores dirigentes de la reconstrucción, su
audacia a la hora de enfrentar toda clase de contingencias y preservar
la preciosa unidad de las fuerzas democráticas y de izquierda; por su
valentía para desbaratar los planes y las iniciativas de los personeros
del pasado, de los guardianes del viejo orden; por la eficacia con que
se organice y concientice al “heteróclito y tumultuoso” campo popular
con miras a encarar a sus enemigos intrínsecos, al imperio y sus
aliados, al capitalismo, beneficiario de enormes recursos con los cuales
conservar sus privilegios y continuar con sus exacciones.
Representará una tarea hercúlea, acota, pero no imposible. Se avecinan
“tiempos interesantes”, preñados de grandes potencialidades de
modificación. “La incertidumbre domina la escena, como invariablemente
sucede en todos los puntos de inflexión de la historia. Pero donde hay
una certeza absoluta es que ya más nadie en Latinoamérica podrá engañar a
nuestros pueblos, o pretender ganar elecciones diciendo que ‘hay que
imitar al modelo chileno’, o seguir los pasos del ‘mejor alumno’ del
Consenso de Washington”.
Tal resume el teólogo de la Liberación
Frei Betto, el neoliberalismo exhibe hogaño su faz más totalitaria, con
muros que separan naciones y etnias, la supremacía del poder ejecutivo
sobre el legislativo y el judicial, la desinformación a través de las
redes digitales, y la embestida contra los derechos humanos.
Trocando la ley en su herramienta, demuele desde dentro el Estado de
Derecho, en servicio de la élite. En plena imposición de los cacareados
ajustes, la desnacionalización del patrimonio público, la dictadura de
los mercados financieros, implica una “racionalidad” de alcance
universal, desde la economía a la subjetividad de las personas. Anula la
independencia con los úcases del FMI, el Banco Mundial y la Unión
Europea. Traza una divisoria entre la porción de la humanidad con acceso
al consumo y la inmensa multitud despojada hasta de fueros elementales
como la alimentación, la salud y la educación.
“Ya no necesita
hacerle concesiones al Estado de bienestar social, pues desapareció la
amenaza comunista. Ya no necesita posar de demócrata. Ahora, la
imposición de un único modelo económico debe ir acompañada por la
imposición de un único modelo político, el autoritario, a fin de
favorecer la acumulación de capital y contener la insatisfacción de
amplios sectores de la población sin derecho a los bienes esenciales de
una vida digna”. Sus estrategas saben que les es imprescindible conjurar
una explosión que acarree una revolución. Por tanto, apostilla Betto,
solapan las causas de los males y recubren sus efectos con falsa
propaganda.
Mas si otrora “los vencidos” no atinaban a
articular su oposición, como “moscas presas en la pantalla de la
lámpara, cegados por los encantos de la sociedad de consumo”, a todas
luces están comenzando a encontrar la salida. Tal vez hasta renieguen de
abstenerse en las votaciones, de refugiarse en sus “burbujas digitales,
apoyando a quien vocifera en tono bélico”. ¿El futuro? Abierto. El
porvenir podría andar trocándose en presente.
Tendremos que
asistir con suma atención al curso de los acontecimientos en Chile,
Ecuador y los otros parajes en ebullición. Eso sí: instemos a los
partidos de vanguardia a organizar, concertar el combate. Y con el autor
aludido, exhortemos a los críticos a abandonar sus redomas académicas
para contribuir a que los contumaces descubran que poseen un vigor capaz
de voltear el juego.
De vencer al neoliberalismo.
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