Juan Guahán
El parlamento argentino ya proclamó a Alberto Fernández y Cristina Fernández (viuda de Kirchner), como Presidente y Vice de la Argentina, para el período 2019/2023. Mientras esto sucedía en Buenos Aires, en territorios vecinos se viven dramáticas horas bastante distintas a lo esperado poco tiempo atrás.
Alberto no había imaginado el rol que le toca jugar. Más aún pensaba que el tema internacional podía ser un sólido puente para actuar en conjunto con Cristina. La tradición progresista de la misma le permitiría moverse con comodidad en la región y también en el mundo.
Tendría a su derecha al troglodita de Jair Bolsonaro en Brasil, al más moderado y vacilante Sebastián Piñera en Chile y al desgastado Mario Abdo Benítez en Paraguay; a su izquierda estaría en Bolivia el amigable Evo Morales. Él podría ocupar una cómoda posición de una izquierda centrista, en medio de ese juego.
En ese marco quería hacer un esfuerzo para evitar un eventual gobierno de derecha, que se preanuncia en Uruguay, según encuestas e informaciones que circulan.
Los sucesos de Chile le daban una comodidad mayor aún. Él podría aparecer como una voz amistosa que –en nombre de la democracia- contribuyera a buscar vías de negociaciones y acuerdos, moderando los reclamos populares. Ese es el sentido de la invitación que Piñera le está haciendo para que visite ese país.
Nunca la “felicidad” es total
A la indómita rebeldía chilena le siguió “demasiado casualmente” el golpe de Estado boliviano, cuyo destino final todavía es incierto. Para el supuesto que se confirmen las autoridades golpistas o se profundice la actual resistencia y guerra civil quedan abiertas las puertas a un futuro más que preocupante.
En ese marco, Alberto sabe que si Evo es desplazado definitivamente del poder, él quedará –aunque no le guste- como el referente de la izquierda en la región. Eso quedó de manifiesto al culminar el Encuentro del Grupo de Puebla, donde confluyen presidentes y personalidades de la centroizquierda latinoamericana.
Allí Felipe Solá –candidato a ser futuro canciller argentino- se molestó, ante el documento que debía firmar que condenaba las políticas de varios países, diciendo “Si firmo esto ¿con quién me voy a vincular?”
En estas tierras de Nuestra América se está completando el tránsito de un Cono Sur progresista a otro de signo conservador. La situación muestra que ello tendrá -para el futuro presidente aregntino- ventajas y desventajas Entre las últimas se cuenta que esta realidad forma parte de la decisión de EEUU de volver a “alambrar” el territorio de la región, después de varios años en los que pudimos pastorear con mayor autonomía.
A eso se le agrega el problema inmediato de una deuda –que el país insiste en pagar- con el FMI, comandado por EEUU gobernado por un Donald Trump que está detrás de lo que está aconteciendo en Bolivia.
Pero esas dificultades se compensan con el hecho que EEUU y su modelo están atravesando una profunda crisis estructural, mientras crece China que –como potencia emergente- también tiene intereses globales que se extienden por nuestra región.
Argentina va a ser uno de los principales territorios de la zona donde se dará continuidad a ese soterrado enfrentamiento entre esas dos potencias. Confrontación que –en este caso- no estará determinada por razones ideológicas sino por puros, estrictos y fuertes intereses económicos y estratégicos con China.
Entre ellos la base comunicacional china en Neuquén; los ferrocarriles Belgrano y San Martín Cargas; la empresa china Huawei, líder mundial en el desarrollo de la tecnología 5G, clave –entre otras cuestiones- para el futuro de las comunicaciones; la construcción de centrales nucleares y dos represas en Santa Cruz.
Sume el 50% de la Pan American Energy Group (PAEG) que explota –hasta el 2047- en Santa Cruz y Chubut el Cerro Dragón, principal yacimiento petrolero; la planta de procesamiento de granos; inversiones mineras en Veladero y Pascua Lama; intercambio de monedas con China por más de 18 mil millones de dólares, que son en la práctica un préstamo sin costos; sin mencionar los 17 mil supermercados chinos desparramados por toda la geografía argehtina y el gigantesco mercado chino hacia el cual se dirige gran parte de la producción de carnes y granos.
De lo mencionado surge la importancia que tiene la relación con China para la Argentina. A su vez, con el “alambrado” por parte de EEUU a gran parte de la región crece la importancia Argentina para los negocios y estrategia de China.
De todos modos, estos temas y su futuro es probable que se discutan más –y sin presencia argentina- en el “toma y daca” de la mesa de negociaciones globales entre EEUU y China que en la propia mesa de negociaciones y acuerdos con el país asiático.
Lo que tienen en común los hechos de Chile y Bolivia
A las próximas autoridades argentinas les preocupa el entorno regional. Los sucesos que están ocurriendo se integran al marco general de la región, como área de influencia de los EEUU y del cuestionador avance chino en procura de su hegemonía mundial. En este sentido –esos poderes mundiales- forman parte, promueven o incorporan esos hechos a sus estrategias globales.
Socialmente, estas novedades reflejan situaciones claramente antagónicas. No se trata de una “doble vara” para medir las cosas, como quiere hacer creer la prensa cipaya, sino del hecho real que detrás de hechos parecidos hay situaciones sociales absolutamente opuestas.
En un caso (Chile) es la rebeldía popular que desata la represión estatal; en el otro (Bolivia) es la renovada presencia, ante una compleja situación institucional, del poder militar actuando como ariete, cuña del poder imperialista.
Señaladas esas diferencias, de todos modos ambas situaciones encuentran algo en común, un sistema institucional que no da cuenta de las realidades que debería contener. El origen de ese desajuste es diverso pero se manifiesta de un modo recurrente. En general está referido a Constituciones que no expresan las demandas de la sociedad.
Eso en Chile es absolutamente evidente, al punto tal que –a poco de explotar la situación- una Asamblea Constituyente fue la reivindicación que le dio sentido al conjunto de reclamos iniciales. El gobierno intentó distintos caminos de resolución que –hasta ahora- todos tuvieron el fracaso como resultado.
El último jueves, oficialismo y partidos opositores se acercaron a este reclamo planteando, para abril 2020, un plebiscito para que resuelva sobre dos preguntas: si se quiere o no una nueva Constitución y qué tipo de órgano debiera redactar esa nueva Constitución: una “Comisión Mixta Constitucional” o una “Asamblea Constituyente”.
Si este acuerdo alcanza para contener la bronca colectiva será una cuestión que los próximos días o semanas develarán. De todas maneras es un avance respecto a las propuestas anteriores del gobierno de Piñera, sin olvidar que aún queda mucho camino para recorrer.
Las principales objeciones son que las mismas autoridades, partidos y políticos cuestionados serían los encargados de fijar las reglas de juego de ese proceso que se coloca bastante lejos en el tiempo. Pero… esperemos que la realidad hable.
El caso de Bolivia no es tan claro. El actual golpe tiene causas muy arraigadas que tienen que ver con el “mal ejemplo” (para occidente) de un indio -apoyado por su sometido pueblo- gobernando Bolivia. Pero el factor detonante fue también una cuestión institucional: una nueva reelección usando rebuscados mecanismos institucionales, lo que fue utilizado como excusa golpista.
Tiempo atrás un reconocido militante boliviano comentó que uno de los mayores problemas de Bolivia tenía que ver con el sistema institucional de esta democracia, que les podría traer serios problemas futuros ante la necesidad de reelegir a Evo, forzando algunas disposiciones institucionales.
Agregó que -para ellos- el triunfo de Evo en el 2006 no era un mero éxito electoral en Bolivia sino la culminación de la etapa histórica de resistencia y el inicio de un proceso de recuperación de la identidad del tahuantinsuyo. En ese sentido Evo es considerado el guía e iniciador de ese tiempo nuevo. Pensamiento ancestral que a las democracias occidentales les resulta difícil de entender.
“200 años de esta república no nos pueden hacer olvidar que aquí hubo miles de años de vida anterior”, repiten los pueblos originarios.
Nuestras constituciones copiaron los modelos institucionales de occidente. Fueron una forma de darle continuidad a la previa conquista y colonización europea. Por eso todo proceso liberador tiene que comenzar por descolonizar a nuestros pueblos. De lo contrario -en algún momento- esas instituciones prestadas terminan por ahogar la voluntad de nuestros pueblos. Lo que pasa en Bolivia, en estos días, es un claro ejemplo de ello.
El futuro parece difícil pero claro, lograr que las instituciones respondan a las necesidades de nuestros pueblos para no terminar sirviendo los intereses de otros pueblos.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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