Carlos Martínez García
La Jornada
La combinación poder político y
justificación de su ejercicio con unos cuantos versículos bíblicos es
la tendencia ascendente en América Latina. Por toda la región
fructifican santones y santonas que se amparan en su particular lectura
de las Escrituras para dar un tono sacaralizador a su proyecto.
El uso de la Biblia, su instrumentalización con fines de exhibir
superioridad moral, busca señalar a los adversarios como rebeldes a una
pretendida voluntad divina. Se recurre así a la fetichización de la
Palabra, presentarla como amuleto que es enarbolado para exorcizar un
territorio dominado por espíritus malignos. La fotografía que muestra a
la presidenta interina de Bolivia, Jeanine Áñez, levantando la Biblia,
al tiempo que afirmaba dicho libro regresaba al gobierno de Bolivia, es
ejemplo de autobendición y permiso para enfrentar con todo el poder
gubernamental a los
herejesque se le opongan.
La lectura bíblica de Áñez más que fundamentalista es integrista. Me
explico: en las tradiciones religiosas que tienen a un libro como
normativo en cuestiones de creencias y conducta existen lecturas
literalistas que desembocan en fundamentalismo, que se caracteriza por
fidelidad irresticta a los principios doctrinales (normalmente
esquemáticos y reduccionistas) y la plena disposición a practicarlos en
cada aspecto de la vida cotidiana. El problema es cuando el acercamiento
fundamentalista se torna integrista.
El integrismo es imposicionista, busca a toda costa que sus
principios sean los preponderantes, si no es que los únicos, en la
sociedad. El integrismo de corte cristiano también es constantiniano,
considera la simbiosis Iglesia-Estado como voluntad de Dios y de allí
que tenga por natural echar mano incluso de medidas coactivas/represivas
para hacer buenas a las personas y que se apeguen a la moral
determinada por su lectura de la Biblia. El integrismo es panóptico:
todo lo incluye en su ojo vigilante, como lo adelantó literariamente
George Orwell en su libro 1984. El integrismo sanciona cada
pensamiento y conducta de acuerdo con un canon bien establecido por los
intérpretes de los textos sagrados.
Todo integrista es fundamentalista, pero no todo fundamentalista es
integrista. La que hacemos puede parecer una diferenciación ociosa, de
tintes academicistas, pero en el matiz hay una distancia que es
importante tener en cuenta al momento de los análisis que forman
nuestras decisiones y actitudes. Lo peligroso para la convivencia de las
sociedades diversas es el retorno de los tribalismos religiosos
integristas inflamados de espíritu de cruzada contra los infieles, que
son quienes no se ciñen a la moral verdadera definida por los
iluminados.
Una lectura bíblica como la de Jeanine Áñez fue la que realizaron, a
mediados de 2108, funcionarios del gobierno de Donald Trump al respaldar
la separación de familias que ingresaron a Estados Unidos sin
documentación. El fiscal general del Departamento de Justicia, Jeff
Sessions, respondió a un periodista, quien le preguntó sobre la
separación de familias:
Te citaría al apóstol Pablo y su claro y sabio mandamiento en Romanos 13 de obedecer las leyes del gobierno, porque Dios ha ordenado el gobierno para sus propósitos. Los procesos ordenados y legales son buenos en sí mismos. La aplicación consistente y justa de la ley es cosa buena y moral que protege a los débiles y protege lo lícito. Nuestras políticas, que pueden resultar en separación de familias en el corto plazo, no son inusuales o injustificadas. Por el mismo rumbo se fue la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, quien atajó a un reportero que la increpaba por la brutalidad de aislar a niños de sus familiares:
Es muy bíblico aplicar la ley, esto se repite muchas veces a lo largo de la Biblia. Sessions y Sanders la hicieron de improvisados hermeneutas y justificaron los excesos del poder en una lectura opresiva de la Biblia.
Una lectura prejuiciada y hermenéutica endeble puede hacer decir
cualquier cosa a la Biblia. Sin embargo, la Biblia no dice cualquier
cosa. Las lecturas descontextualizadas, desconocedoras del mundo
sociocultural bíblico, que aíslan pasajes del flujo general de una
Revelación que es progresiva y alcanza su culminación en Jesucristo, el
Verbo encarnado, incurren en algo que podemos llamar neofariseísmo que
privilegia un acercamiento literalista a la Palabra.
Una anécdota: en un círculo bíblico se estudiaba Marcos 14:7, donde Jesús dice:
A los pobres siempre los tendrán con ustedes. Quien dirigía el grupo preguntó qué significaba tal dicho. Un hombre bien vestido afirmó:
es voluntad de Dios que haya pobres. En cambio una mujer de manos callosas y de escasos recursos (como la viuda pobre que Jesús puso de ejemplo en Lucas 21:1-4) opinó:
eso significa que siempre habrá explotadores. La lid contra el discurso opresivo también es semántica.
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