Violencia restauradora
Brecha
Tal vez la noche sea la vida
y el sol la muerte
“La noche”, de Alejandra Pizarnik
En menos de 48 horas la TV Globo presentó un informe sobre el caso de
Marielle Franco basado en la declaración de un empleado de seguridad, el
presidente de Brasil respondió a través de un video y al otro día el
Ministerio Público desmintió al testigo-testimonio por “información
falsa”. Son tiempos de transmisiones, de mensajes y reenvíos, de videos
caseros y de espectaculares producciones, de amenazas por redes sociales
a través de cuentas con nombre propio y sin él. Tiempos en los que el
simulacro se impone: lo que va sucediendo está al alcance de un clic y
una pantalla. Los dispositivos aceleran los procesos de producción de
información y hacen que el descarte sea inmediato. Son tiempos en los
que certezas y dudas parecen sinónimos; entonces, oponerse,
reconfigurar, resituar, recomenzar, son tal vez los significantes
posibles.
El 14 de marzo de 2018 Marielle Franco fue asesinada
por el impacto de cuatro balas. Un auto alcanzó al suyo a la salida de
un acto por los derechos de las mujeres negras en el barrio de Lapa y
disparó más de nueve tiros. También murió el conductor del vehículo,
Anderson Pedro Gomes. El rostro de Marielle quedó destrozado.
Marielle había sido electa concejala por el Partido Socialismo y
Libertad en una votación histórica. Una mujer negra, de la favela de
Maré, activista y lesbiana, elegida concejala de la ciudad de Rio de
Janeiro. Desde su muerte, a pesar de la notoriedad que tomó el caso, la
investigación ha sido cada vez más espinosa y plagada de
irregularidades. Dos días antes de cumplirse un año del crimen, y con
buena parte del movimiento activista internacional organizando
manifestaciones por el aniversario, fueron detenidos Ronnie Lessa,
sargento jubilado de la policía de Rio, y Vieira de Queiroz, que había
sido dado de baja de esa fuerza por sospechas respecto a su vínculo con
fuerzas parapoliciales. Ambos fueron acusados como presuntos autores
materiales de los homicidios, pero no intelectuales.
La
mediatización es parte del complejo entramado del caso: montajes y
desmontajes, audios y videos, Lava Jato y corrupción, autores materiales
y asesinos intelectuales. El pasado 29 de octubre el Jornal Nacional de
TV Globo presentó un informe en horario central que relaciona
directamente al actual presidente con el crimen de Marielle y Anderson a
partir de una filtración. Inmediatamente, Jair Bolsonaro grabó un
extenso video desde Arabia Saudí, difundido en redes sociales, en el que
acusó a TV Globo de estar desarrollando una campaña en su contra para
apartarlo del poder. Sobre el final, pidió disculpas por mostrarse
“alterado”. A través de un comunicado, el ministro de Justicia y
Seguridad Pública, Sérgio Moro, señaló que tras la filtración podría
haber crímenes de obstrucción a la justicia y falso testimonio.
¿Cómo se filtra información de una investigación judicial?¿Cómo puede
ser dicho con tanta liviandad en un programa televisivo de audiencia
masiva? ¿De qué forma puede analizarse el uso de las redes sociales que
hace un presidente? ¿Qué rol ocupan los medios masivos (ciertamente TV
Globo y Twitter lo son) en el desarrollo de una investigación judicial?
***
Frente a la excesiva y urgente narrativa actual surgen voces que
demandan datos, evidencias, cifras comparativas y dispositivos que
viabilicen la comprensión cabal del contexto. A fines de 2018 la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos presentó un informe sobre la
situación de Brasil y declaró su especial inquietud respecto a la
criminalización y tipificación de los movimientos populares como
terroristas, y a los ataques y homicidios de activistas de derechos
humanos.
En mayo de 2019 Amnistía Internacional alertó en su
informe “Brasil para el mundo” que en el país hay una amenaza alarmante a
los derechos humanos representada por la flexibilización del porte de
armas, el paquete de leyes anticrimen, la política de control de drogas y
la demarcación de territorios indígenas. Subrayó que activistas y
defensores de la tierra y los derechos humanos se encuentran en riesgo, y
solicitó una entrevista con el presidente Bolsonaro, que fue negada.
El de Brasil no es un caso aislado. A Berta Cáceres la asesinaron en
marzo de 2016. Activista hondureña, defensora de la tierra, cofundadora
del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras
(Copinh), se había convertido en una de las voces más potentes en el
enfrentamiento contra los megaproyectos extractivos en su país. El
Tribunal de Sentencia de Tegucigalpa condenó a siete hombres por su
asesinato y determinó que fueron contratados por ejecutivos de una
empresa hidroeléctrica situada en territorio indígena.
La
historiadora y antropóloga mexicana Raquel Padilla Ramos fue asesinada
el pasado jueves 7 de noviembre. Era una de las interlocutoras más
respetadas de la cultura yaqui. Además de su producción académica, era
activista, feminista y defensora de los derechos de las poblaciones
originarias. Doctora en etnología por la Universidad de Hamburgo, su
muerte da cuenta –como si hiciera falta, una vez más– de que lo personal
es político cuando de violencia de género se trata. Raquel Padilla fue
víctima de feminicidio, su pareja la mató con un arma blanca en su casa
de Sonora. En su reporte de 2018, Global Witness denunció que México es
el cuarto país más peligroso para los defensores de la Tierra. También
es uno de los más peligrosos para las mujeres.
El 12 de
noviembre se cumplieron 17 años del asesinato, en Chile, del comunero
mapuche Alex Lemún. Su caso estuvo muchos años estancado en la justicia
militar hasta que se reabrió el expediente en 2017. Hoy, un carabinero
se encuentra en prisión preventiva, acusado de matarlo. Dos días después
se cumplió un año del crimen del también comunero mapuche Camilo
Catrillanca. Fue asesinado por la espalda en la comunidad de Temucuicui,
también por un carabinero.
Chile se encuentra en un estado de
emergencia permanente, aunque el presidente Sebastián Piñera haya
dictado su levantamiento. La criminalización de la protesta deriva en
acciones represivas: torturas, heridas irreversibles, violencia sexual,
abusos y muertes. Las armas apuntan directamente a los ojos de los
manifestantes. Mientras, ellos, con los ojos emparchados, continúan en
las calles.
***
El grito que demanda
datos y su circulación pone en evidencia el hambriento ejercicio de
registrar ausencias. Es ingenuo concebir que la violencia patriarcal,
racista, armada, alimentaria, empresarial o farmacéutica logren
convertirse siempre en denuncia medible. Que, si incluso eso fuera
posible, los datos y cifras partirían de instituciones imparciales o de
algo parecido a la objetividad. E, incluso, si así fuera: ¿qué sucede
luego con todos esos datos? ¿Cuántos informes internacionales más hay
que listar para advertir lo que está sucediendo en América Latina?
Marielle se enfrentó al poder que legitima la violencia sistémica hacia
los vulnerados de siempre y la mandaron matar. Su muerte no fue una
muerte más, fue la de tantos que ya no pueden ser ni siquiera nombrados.
Por eso, todos los días la periodista Eliane Brum y la activista Mónica
Benicio preguntan públicamente: “Quem mandou matar Marielle? E por
quê?”.
No se trata de ganar o perder, ni siquiera de una
posibilidad ontológica positiva. Tal vez se trate, sí, de inscribir una
praxis, una falla o un excedente en la estructura; una necesidad. Esa
praxis une, solidariza, socializa y tiende lazos históricos. Crea y
potencia formas de vivir y pensar que cada vez son más escasas pero
necesarias. También inscribe un universal, una forma de oponerse, una
posibilidad y una esperanza que debe pegar en el pecho del mundo. Las
praxis existen, las hay: en la autogestión, en las revueltas chilenas,
en los levantamientos indígenas, pero también en las cosas cotidianas.
Las luchas identitarias han sido cuestionadas desde el pensamiento
crítico y reducidas en su potencia política a una superficie inocua de
“agenda de derechos”. También los feminismos se encuentran en tensión,
son corpus en disputa entre la democracia liberal y la resistencia. Esto
le viene muy bien a una fuerza reaccionaria que encuentra en esa
tensión el espacio posible para legitimar su discurso restaurador.
Las megacorporaciones religiosas, las transnacionales neoextractivas,
los intereses restauradores y la furia de un dios que ha muerto juegan a
ser el esclavo mientras los territorios llenos de sangre de Bolivia,
Chile y Brasil son transmitidos por redes sociales. En diciembre de
2009, el visionario escritor chileno Pedro Lemebel se dirigió en una
carta abierta a Sebastián Piñera, quien unos meses después asumiría como
presidente: “¿Cómo puede haber gente dueña de tanto horizonte? ¿Cómo
puede haber gente tan enguatada de paisaje? Me parece obscena esa
glotonería de tanto tener”.
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