El diario/The Guardian
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La narrativa predominante considera que el capitalismo fue una fuerza
progresista que puso fin a la servidumbre y desencadenó un notable
aumento del nivel de vida
- Es un cuento de hadas: la
democracia, los sindicatos, la salud pública y la educación son los
factores que realmente importan
- El progreso en la esperanza
de vida ha sido impulsado por movimientos políticos progresistas que han
aprovechado los recursos para crear bienes públicos
Una niña hilandera en Mollahan Mills, Newberry, Carolina del Sur, en 1908. LEWIS HINE / NATIONAL CHILD LABOR COMMITTEE
En los últimos años, prominentes gurús como Steven Pinker, Jordan
Peterson y Bill Gates han invocado los avances en la esperanza de vida
en el mundo para defender al capitalismo contra una creciente ola de
críticos.
Es cierto, hay mucho que celebrar en este ámbito. Al
fin y al cabo, la esperanza de vida ha aumentado considerablemente.
"Cuando leen un escrito que defiende el capitalismo los intelectuales
tienden a escupir", escribe Pinker en su reciente libro, Enlightenment Now. Sin embargo, afirma, es "obvio" que "el PIB per cápita se correlaciona con la longevidad, la salud y la nutrición".
Este argumento me resulta familiar. Según esta narrativa predominante,
el capitalismo fue una fuerza progresista que puso fin a la servidumbre y
desencadenó un considerable aumento del nivel de vida. En realidad,
esto no es más que un cuento de hadas que no se sostiene con datos
objetivos.
El feudalismo y la servidumbre que generaba eran un
sistema brutal que provocaba una miseria humana extraordinaria, sí. Sin
embargo, no fue el capitalismo el que terminó con esta situación. Como
demuestra la historiadora Silvia Federici ,
una serie de exitosas rebeliones campesinas en toda Europa en los
siglos XIV y XV derrocaron a los señores feudales y dieron a los
campesinos más control sobre sus propias tierras y recursos. Los frutos
de esta revolución fueron asombrosos en términos de bienestar. Los
salarios se duplicaron y la nutrición mejoró. Si atendemos a los
parámetros de esa época, en ese período el progreso social fue
espectacular.
Entonces, vino la reacción a esos cambios.
Indignada por el creciente poder de los campesinos y trabajadores, y por
el aumento de los salarios, una nueva clase capitalista organizó una
contrarrevolución. Comenzaron a cercar los bienes comunes y a expulsar a
los campesinos de la tierra, con la clara intención
de reducir el coste de los salarios. Con las economías de subsistencia
destruidas, la gente no tenía otra opción que trabajar por poco dinero
para, simplemente, poder sobrevivir. Según los expertos en economía de
Oxford Henry Phelps Brown y Sheila Hopkins, desde finales del siglo XV
hasta el siglo XVII los salarios disminuyeron hasta un 70%. Las
hambrunas pasaron a ser cada vez más normales y la nutrición se
deterioró. En Inglaterra, la esperanza media de vida descendió de 43 años en el siglo XVI a los 30 años en el siglo XVIII.
En resumen, el ascenso del capitalismo generó un prolongado período de
empobrecimiento. Fue uno de los momentos más sangrientos y tumultuosos
de la historia de la humanidad. Sin embargo, Pinker hace como si nada de
esto hubiera pasado. En su lugar, obvia este hecho y pasa directamente
al período industrial moderno. Fue el capitalismo industrial, afirma, el
que realmente impulsó que aumentara la esperanza de vida.
Lo
cierto es que los historiadores ofrecen una versión más compleja de la
historia. Simon Szreter, uno de los principales expertos mundiales en
datos históricos de salud pública, muestra que el crecimiento industrial
a lo largo del siglo XIX no provocó una mejora en la esperanza de vida,
sino un deterioro notable. "En casi todos los casos históricos, el
primer y más directo efecto del rápido crecimiento económico ha sido un
impacto negativo en la salud de la población", escribe Szreter .
"La evidencia de este trauma", continúa, "permanece claramente visible
en la forma de una discontinuidad negativa de una generación en las
tendencias históricas de la esperanza de vida, la mortalidad infantil o
los logros en la estatura". Basándose en una amplia gama de estudios,
Szreter muestra que las poblaciones directamente afectadas por el
crecimiento industrial en Gran Bretaña experimentaron una disminución
constante de la esperanza de vida, desde la década de 1780 hasta la de
1870, hasta niveles no vistos desde la Peste Negra en el siglo XIV.
De hecho, fue precisamente en los lugares donde el capitalismo estaba
más desarrollado donde este retroceso es más pronunciado. En Manchester y
Liverpool, los dos gigantes de la industrialización, la esperanza de vida se derrumbó
en comparación con las zonas no industrializadas del país. En
Manchester cayó a solo 25,3 años. En cambio, en la zona rural de Surrey,
la esperanza de vida de la población era de 20 años más.
El
patrón no solo se repite en Gran Bretaña. Según Szreter, lo mismo
ocurrió en "cada uno de los países en los que se ha investigado",
incluyendo Alemania, Australia y Japón. En colonias como Irlanda, India y
Congo se experimentó un deterioro similar en este mismo período, ya que
fueron amarradas por la fuerza al sistema industrial europeo.
Es difícil exagerar el sufrimiento que conllevan estas cifras. Cuentan
la historia de poblaciones enteras que fueron desposeídas por la clase
capitalista y reducidas a la servidumbre en las fábricas y plantaciones
de la revolución industrial. Y sin embargo, nada de esto aparece en la
narrativa de color de rosa de Pinker.
La esperanza de vida
urbana no comenzó a aumentar, al menos en Europa, hasta la década de
1880. Pero, ¿qué impulsó este repentino progreso? Szreter descubre que
se debió a una simple intervención: el saneamiento. Los expertos que
abogaban por políticas de salud pública descubrieron que si se separaban
las aguas residuales del agua potable, la salud de la población
mejoraba. Sin embargo, la clase capitalista se opuso a esta mejora, no
la permitía: los terratenientes liberales y los dueños de fábricas se
negaban a permitir que los funcionarios construyeran sistemas de
saneamiento en sus propiedades, y se negaban a pagar los impuestos
necesarios para llevar a cabo el trabajo.
Solo fue posible
plantar cara a su negativa cuando los plebeyos obtuvieron el derecho al
voto y los trabajadores se organizaron en sindicatos. Durante las
décadas siguientes, estos movimientos hicieron que el Estado
interviniera en contra de los terratenientes y propietarios de fábricas,
para ofrecer no solo sistemas de saneamiento sino también atención
médica universal, educación y vivienda pública. Según Szreter, el acceso
a estos bienes públicos estimuló el aumento de la esperanza de vida a
lo largo del siglo XX.
Pinker no menciona este movimiento. Su
argumento se basa más bien en un gráfico de dispersión conocido como la
curva de Preston, que muestra que los países con un PIB per cápita más
alto tienden a tener una esperanza de vida más alta. No duda en afirmar
que se da una causalidad en situaciones en las que se carece de pruebas
que lo confirmen. De hecho, una nueva investigación encuentra que el factor causal detrás de la curva de Preston no es el PIB sino la educación.
Sin lugar a dudas, una red de prestaciones sociales necesita recursos. Y
es importante reconocer que el crecimiento puede ayudar a ese fin. Pero
las intervenciones que importan cuando se trata de la esperanza de vida
no requieren altos niveles de PIB per cápita. La Unión Europea tiene
una esperanza de vida más alta que Estados Unidos, con un 40% menos de ingresos .
Costa Rica y Cuba superan a Estados Unidos con apenas una fracción de
los ingresos, y ambos lograron sus mayores avances en esperanza de vida
durante períodos en los que el PIB no estaba creciendo en absoluto.
¿Cómo? Mediante el despliegue de la atención sanitaria y la educación
universales.
"Los datos históricos muestran que el crecimiento
económico en sí mismo no tiene implicaciones positivas directas y
necesarias para la salud de la población", escribe Szreter. "Lo máximo
que se puede decir es que crea el potencial a largo plazo para mejorar
la salud de la población".
El hecho de que ese potencial se
materialice depende de las fuerzas políticas que determinan cómo se
distribuyen los ingresos. Por lo tanto, al César lo que es del César: el
progreso en la esperanza de vida ha sido impulsado por movimientos
políticos progresistas que han aprovechado los recursos económicos para
crear bienes públicos sólidos. La historia demuestra que en ausencia de
estas fuerzas progresistas, el crecimiento a menudo ha ido en contra del
progreso social, no a su favor.
Jason Hickel es antropólogo económico y autor de The Divide: Una breve guía sobre la desigualdad mundial y sus soluciones .
Traducido por Emma Reverter
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