Rubén Armendáriz
Cuando las dos hinchadas festejaban un demorado triunfo en las
calles, el árbitro (en este caso la Corte Electoral) suspendió el
partido. La diferencia entre los candidatos Luis Lacalle Pou y Daniel
Martínez al cierre del escrutinio de la Corte Electoral es tan ajustada
que la definición dependerá de los votos observados.
Las encuestas y los medios hegemónicos daban como ganador al
derechista Lacalle Pou, pero héte aquí que, nuevamente, la militancia de
base del Frente Amplio, redobló el esfuerzo y la esperanza, remontó la
brecha y el quietismo de una burocracia partidaria anquilosada, para
poder soñar con un cuarto gobierno frenteamplista consecutivo.
El resultado final se conocerá entre el jueves o viernes, de acuerdo
al presidente de la Corte Electoral, José Arocena, pero el candidato
derechista, al frente de la llamada coalición multicolor, llevaba un
leve ventaja que conservaría computados los 35.262 votos observados
(1,3% del total de sufragios emitidos). La Corte no anunció ganador,
debido a que la diferencia es menor a los votos observados
En la primera vuelta, el frenteamplista Daniel Martínez le sacó más
de 253 mil votos de diferencia a Lacalle Pou sobre un total de 2,4
millones de votantes. Lacalle, líder del partido Nacional, llega a la
segunda vuelta al frente de una coalición multicolor de todos los
partidos de la derecha contra el centroizquierdista Frente Amplio, que
gobierna el país por tres mandatos consecutivos, desde hace casi 15
años.
En el mapa de la votación del 27 de octubre, el Frente mostró la
pérdida de votos en departamentos fronterizos con Brasil y hubo traspaso
de votos identificados tradicionalmente con la centroizquierda para la
extrema derecha, con agenda fanático-evengelista, pero también a la
militarista y reaccionaria presentada por el nuevo partido Cabildo
Abierto, encabezado por el exjefe del Ejército Guido Manini y apoyado
por Jair Bolsonaro, que sorprendió al sacar más votos que el partido
Colorado.
El llamado bloque “multicolor” no es otra cosa que la conjunción de
los sectores oligárquicos con el neoliberalismo de los Chicago boys y
una ultraderecha con fuerte arraigo militar, incluyendo componentes
fascistas en su interior. La derecha liberal, una vez más, vuelve a
hacer alianza con sectores filo-fascistas a la hora de ordenar la casa.
En la elección de 2004, cuando fue elegido el hoy otra vez
presidente Tabaré Vázquez, el Frente Amplio interrumpió 170 años de
gobiernos de los partidos tradicionales, blanco o nacional y colorado.
Esta
vez, el centroizquierdista Frente Amplio iba por un cuarto gobierno
-sin mayoría legislativa-, mientras que el Partido Nacional, segundo en
la primera vuelta electoral, necesitó de los colorados y de la
ultraderecha. El objetivo de la coalición multicolor, la de todos
contra el Frente Amplio, era interrumpir el ciclo progresista en
Uruguay, impedir junto a la prensa hegemónica, que accediera a su cuarto
mandato consecutivo. Y, aparentemente lo lograron.
El Partido Nacional llegaba a la segunda vuelta como favorito sin
haber mostrado las siquiera un proyecto de país, sino la descalificación
del Frente Amplio. Durante casi un mes, en el escenario electoral se
habló mucho y se dijo casi nada. Pero la ultraderecha se hizo escuchar y
gritó fuerte su discurso, mientras que Lacalle Pou evitaba salpicarse
sin explicar cuál será el lugar de estos discursos en un eventual
gobierno suyo.
Este noviembre, los muros de Montevideo amanecieron con pintadas
latinoamericanistas entre las calles colmadas de propaganda electoral:
las rebeliones sociales contra los paquetes neoliberales comenzaron a
estallar en toda la región. La la anestesiada militancia frenteamplista
comenzó a despertar desde las bases, tras no lograr la dirigencia
imponer a Daniel Martínez en la primera vuelta electoral.
En casi 15 años de gobierno, el Frente Amplio logró disminuir la
desigualdad, mostró avances en el sistema educacional laico, público y
gratuito, políticas de género, aumento del salario real de los
trabajadores, e incluso disminuyó la perversa dependencia económica en
relación a su enormes vecinos, Argentina y Brasil, fundamental para
garantizar la paz social y la estabilidad económica. Pero en 15 años de
gobierno se olvidó de muchas cosas.
En este balotaje, sólo en Montevideo y Canelones –donde reside
prácticamente la mitad de la población uruguaya- resultó vencedor Daniel
Martínez, mientras en el resto de los departamentos fue Luis Lacalle
Pou el que obtuvo la mayoría. En algunos casos, como en Paysandú y
Salto, esta diferencia fue muy pequeña.
El martes comenzará el escrutinio secundario, en el que se cuentan
los votos observados (de funcionarios de las mesas, la Corte y custodios
de seguridad). Entre jueves y viernes se sabrán los resultados
oficiales. También hay que tener en cuenta que los votos anulados pueden
ser recurridos por los delegados de los partidos, lo que también podría
significar alguna diferencia en el porcentaje final.
La crisis de la democracia
Hay que tener en cuenta, que la crisis mundial generó un quiebre
general de confianza en la democracia. El 27 de octubre, el
ultraderechista partido Cabildo Abierto obtuvo en la primera vuelta de
las elecciones 11 diputados y tres senadores, una bancada que Luis
Lacalle Pou necesitará para gobernar.
En un país seguro, los medios de comunicación y la derecha fueron
construyendo el imaginario colectivo de que Uruguay era un país
inseguro, lo que se sumó a problemas reales como una desocupación del
9%, el elevado costo de la vida, los problemas habitacionales, en un
país de poco más de tres millones de habitantes.
Una evidencia de ello es el resultado del plebiscito –simultáneo a la
primera vuelta electoral. Para una reforma constitucional que
autorizara la actuación del Ejército en las calles, en la seguridad
pública. La propuesta fracasó, pero logró el 43% de apoyo.
El aparato mediático, manejado por los grandes medios de
comunicación, los evangelistas y el Opus Dei reinstalaron en las
llamadas redes sociales los debates en torno al aborto, al matrimonio
igualitario, a la ley trans y a la noción de familia. El ultraderechista
líder de Cabildo Abierto, el general Guido Manini, ha dejado claro que
es necesario restablecer el orden patriarcal: “Ya no es el obrero contra el patrón, el empleado contra el empleador; ahora es mujer contra marido y contra hijos”.
La derecha vendió un producto: el cambio. “Está bueno cambiar”, “#Ahora sí”. Léase “alternancia plural”,
concepto que el propio Lacalle Pou definió al final de la campaña. ¿Un
cambio hacia qué, hacia dónde? Lo difícil no es suponer qué es lo que
buscan, sino cómo lo lograrán, porque poco dice sobre el cambio el
documento empresarista, represivo, conservador de la coalición
multicolor “Compromiso por el país”.
Nadie sabe qué pactó Lacalle Pou con el combo de partidos y grupos de
derecha y ultraderecha, y no fueron solo cargos en ministerios y
organismos y empresas del Estado. Lacalle afirmó que no derogará las
leyes de la denominada agenda de derechos, pero eso no alcanza: todos
saben que hay muchas formas de impedir su vigencia.
Un triunfo del bloque multicolor de Todos contra el Frente,
significará la pérdida de conquistas populares, laborales y sociales.
Tiene y tendrá como una de sus principales armas al poder mediático,
portavoz del poder fáctico, y el punitivismo judicial, muy intrincado
con lo social.
Para la población la alternativa no era nada clara. O se elegía un
cuarto gobierno del FA sin mayoría legislativa o un gobierno
nacionalista (blanco) que necesitará de los colorados y de la
ultraderecha para gobernar, mientras en la región sonaban otra vez las
botas y balas de militares, el terrorismo de Estado y las presiones del
FMI y la secretaria general de la OEA, procónsul del imperio
estadounidense.
De cara al balotaje el escenario latinoamericano fue más intenso que
en la primera vuelta. A la liberación de Lula, le siguió el golpe
racista, xenófobo proestadounidense en Bolivia y noticias cada vez más
cruentas de la represión en Chile. Juramento con biblias y nuevos
testamentos, la wiphala en llamas, los ojos que los carabineros chilenos
sacaron con sus disparos a más de doscientas personas.
No vienen tiempos fáciles para quienes tienen convicciones
democráticas. Las izquierdas –partidarias o no– se han dado cuenta que
deberán abrirse a la autocrítica y discutir seriamente cómo desarrollar
un abordaje que permita dialogar –sobre todo con los jóvenes- con todas
las miradas anticapitalistas y no eluda la existencia del orden
patriarcal, que es racista y colonial.
Durante la campaña hubo también terrorismo mediático. El presidente
del Centro Militar, coronel Carlos Silva Valiente, dijo que la búsqueda
de detenidos desaparecidos en dictadura (1973-1985) es un “gastadero de
plata y un curro”, expresó que en Uruguay no hubo dictadura, cuestionó
las leyes sociales del gobierno del Frente Amplio y advirtió que están
dadas las condiciones para un golpe de Estado, porque no hay democracia.
En vísperas de las elecciones, el Centro Militar envió un mail en el
que afirma que «culminará el proceso de redención de los derechos y
valores del pueblo oriental, heridos, socavados, despreciados por 15
años de asonada frenteamplista».
¿Se mantendrán calmas las aguas hasta jueves o viernes?
* Periodista y politólogo, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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