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martes, 26 de noviembre de 2019

American curios : Nostalgia presente



Hace 20 años estalló un carnaval de resistencia, bautizado después como la Batalla de Seattle, que fue la acción popular más grande jamás realizada contra la agenda neoliberal en el primer mundo. Sus ecos siguen resonando en este país.
Cinco mil delegados de 135 países llegaron a Seattle para la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), encargada de codificar y promover, junto con el FMI/Banco Mundial y los foros empresariales, el nuevo orden económico neoliberal. El presidente Bill Clinton fue el anfitrión (vale recordar que la agenda neoliberal es parte de un consenso bipartidista, con algunos disidentes notables).
Esa mañana del 30 de noviembre de 1999 todo estaba listo para la gran inauguración oficial, pero nadie llegó.
Miles de jóvenes, sindicalistas, ambientalistas, veteranos de guerra, académicos, anarquistas de todo tipo (incluida una nueva generación de Wobblies) y hasta algunos payasos habían ocupado en una sorprendente acción coordinada todos los cruces de calles que llevaban al centro de convenciones, con un arma secreta demasiada poderosa: música, baile y humor.
Cada agrupación de acción del movimiento descentralizado había determinado qué musical deseaba en el cruce que le correspondía; en una estaban los Rolling Stones, en otra Bob Marley, en otra los heavy metal o punk, y así. El baile no cesaba, mientras brigadas de jóvenes hacían cadenas humanas para no permitir el paso.
Un mimo caminaba detrás de un delegado muy elegante imitando cada paso y gesto a la perfección, hasta que un funcionario enloqueció y amenazó con violencia. Aparentemente, el poder no tiene gran sentido de humor.
Desde una descomunal grúa de construcción, se reveló una enorme manta que sencillamente decía: libre comercio, con una flecha, y democracia, con otra flecha en dirección opuesta.
Poco despues, cientos, tal vez miles, de agremiados se desviaron de una megamarcha oficial de sus sindicatos nacionales para apoyar a los jóvenes. El legendario sindicato de estibadores de la costa oeste (ILWU) ya había congelado operaciones en todos los principales puertos de la costa oeste en solidaridad con la gran protesta que estaba estallando en Seattle.
Como nos comentó uno de los estrategas de esta movilización esto fue un caos muy organizado. (https://www.jornada.com.mx/ 1999/12/01/).
Los representantes de las cúpulas del mundo temblaron y el acto inaugural de la OMC fue cancelado; los gerentes del orden mundial fueron obligados a esconderse en sus hoteles, incluido el anfitrión. El alcalde declaró un estado de emergencia al ordenar la represión con gas lacrimógeno y cientos de arrestos, y sólo con ello la OMC logró sesionar, aunque la noticia mundial ya era lo que ocurría en las calles y no lo que sucedía adentro. (https://www.youtube.com/ watch?v=yPiGQcwwh6o).
El festejo de resistencia –con más de 50 mil participantes– continuó durante cinco días más con baile, títeres enormes y nuevas alianzas entre sectores sociales, inaugurando así el gran movimiento altermundista que continuó expresándose donde se intentaban reunir los gerentes neoliberales; en encuentros del FMI/Banco Mundial en Washington, en las cumbres en Praga, Génova y Quebec.
En cada lugar siempre se recordaba desde dónde había llegado la rebelión altermundista. Por fin escuchamos el mensaje de los pueblos del sur, repetían organizadores estadunidenses y europeos; frecuentemente señalaban que este movimiento había nacido en México, con el levantamiento de los zapatistas.
Una víctima de los atentados del 11-S, este movimiento fue silenciado en el primer mundo (otra historia estaba ocurriendo en Sudamérica) pero reapareció en las calles y plazas con los Indignados en Europa, Ocupa Wall Street en este país, y hoy día está presente en la pugna electoral con la bandera de Bernie Sanders.
Ahora, mientras analistas y algunos medios registran e intentan explicarse las olas de protestas en diversos países del mundo, se escuchan los ecos de la ya larga rebelión antineoliberal en el sur como en el norte también. A 20 años de Seattle, la nostalgia no es por algo del pasado, sino algo vivo y presente.

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