Luis Hernández Navarro
No podemos andar
libres en las calles. Nos golpean, nos pegan, nos humillan, nos
discriminan, nos masacran, expresa una indígena humilde, de largas
trenzas y sombrero, de Achacachi, que pertenece a la Federación de
Mujeres Campesinas Bartolina Sisa, de Bolivia.
¿Acaso no somos personas como ellos?, pregunta, y se responde:
¡Malditos! ¡Nunca nos vamos a dejar como originarios campesinos!
El dolor es grande. El agravio está a flor de piel. Lo explica otra
indígena aymara: Estamos emputados. Pisotean nuestras polleras, queman
nuestra whipala. La whipala no se puede quemar así nomás… Estamos
humilladas las mujeres. No vamos a permitir. ¡Nunca más tenemos que
sufrir esta discriminación! ¡Nunca más nos vamos a dejar!
Esas mujeres forman parte de un impresionante e imparable torrente
humano que arrancó en El Alto para desembocar en la capital de Bolivia.
Su organización, la Bartolina Sisa, se llama así en honor a la aguerrida
heroína aymara del siglo XVIII que luchó junto con su compañero Tupac
Katari, levantando campamentos contra los colonizadores españoles, para
cercar La Paz. Emulando esa epopeya, apenas el pasado 11 de noviembre,
la Federación llamó a sus afiliadas a bloquear, desde sus provincias,
los caminos y a no permitir el ingreso de alimentos de manera
indefinida.
Entre las ciudades de El Alto y La Paz hay una distancia de más de 21
kilómetros. Para trasladarse en automóvil de un punto a otro se
necesitan, por lo menos, 45 minutos. A pie se requieren por lo menos
cuatro horas. Durante todas estas de protestas, los alteños recorren esa
ruta de ida y vuelta.
El río humano que cada día invade esa carretera está integrado por
campesinos, pequeños comerciantes, maestros y estudiantes. Están con
ellos los ponchos rojos, la ancestral milicia aymara, que
anuncia en las marchas: ¡Ahora sí, guerra civil! No son pocas las
mujeres que cargan en la espalda a sus pequeños hijos. Demuestran que en
La Paz no hay paz.
Pero lo que sucede en ese punto de la geografía boliviana no es
exclusivo de allí. El tránsito de personas y mercancías están
interrumpidos en puntos claves del territorio. Masivos retenes han
estrangulado las vías de comunicación de Chapare a Cochamba, de Chapare a
Santa Cruz y de Yapacaní a Santa Cruz. Los centros de abastecimiento de
combustibles están clausurados, incluso para los militares. En diversas
ciudades se han instaurado cabildos.
Las ondas expansivas de la indignación popular no parecen detenerse
con el paso de los días. El ejército, la policía y las bandas
paramilitares pretenden frenarlas a sangre y fuego. Disparan contra
multitudes pacíficas y desarmadas. Según la Defensoría del Pueblo, han
asesinado a 24 personas. Para evitar deserciones, el gobierno de la
autoproclamada presidenta interina, la rubia de bote Jeanine Áñez, que
pretende gobernar con la Biblia en la mano, emitió el decreto 4078, que
exime de responsabilidad penal a los soldados que formen parte de
los operativos para el restablecimiento del orden interno y la estabilidad pública.
El golpe de Estado no ha podido consolidarse. La insumisión popular
no lo permite. Dos poderes se disputan palmo a palmo la conducción del
país. De un lado, un Ejecutivo autonombrado en tres minutos, investido
por el poder militar que le colocó la banda presidencial (quien pone la
banda, pone la música), con el apoyo castrense, policial y de los
grandes medios de comunicación. Y del otro, la insubordinación popular e
indígena que se resiste a regresar a su antigua condición colonial,
junto al Legislativo, controlado en sus tres cuartas partes por el
Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de Evo Morales.
El movimiento contra el golpe de Estado va mucho más allá del MAS.
Participan multitud de ciudadanos sin partido, en una nueva convergencia
que ha dejado atrás a liderazgos sindicales corporativos y clientelares
forjados en los 14 años del gobierno de Evo Morales. Acostumbrados a
negociar reivindicaciones sectoriales en condiciones de relativa
estabilidad, han sido rebasados por la ira popular. La gente simple y
llana se ha convocado y organizado, utilizando, en ocasiones, sus
organizaciones gremiales y autoridades locales, o haciéndolas a un lado
cuando no responden al desafío del momento. Han desconocido a las
directivas de las Federaciones de las Juntas Vecinales de la ciudad de
El Alto (Fejuve) y nombrado a 14 personas de base de los distritos
municipales para darse una nueva cabeza.
Evo Morales ha sido a lo largo de los años factor de unidad en la
diversidad étnica boliviana. Ha desempeñado un papel fundamental en la
apuesta descolonizadora, igualitaria y de inclusión del mundo indígena.
Ha amortiguado el encono generado por siglos de racismo y opresión de
una élite criolla. Su liderazgo permitió dar cauce al memorial de
agravios padecidos por los pueblos indios.
Pero ahora, como si se abriera una moderna caja de Pandora, el golpe
de Estado en su contra, la quema de whipalas y las ofensas contra las
polleras han precipitado la emergencia de los peores demonios. Las
profundas heridas perpetradas a los pueblos originarios en siglos de
dominación colonial, que el gobierno de Morales había ayudado a
cicatrizar, se han vuelto a abrir. Los diablos andan sueltos.
Twitter: @lhan55
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