Uruguay
Complicadas
perspectivas para el Frente Amplio en el balotaje del próximo domingo.
Las encuestas, en su totalidad, anticipan el triunfo de la alianza de la
derecha liderada por Luis Lacalle Pou sobre Daniel Martínez, candidato
del Frente Amplio. Los guarismos varían según los encuestadores: en un
caso vaticinan una ventaja que oscila entre 4 y 8 puntos porcentuales. A
Martínez la va bien con la población joven (18-29 años) en donde
obtiene una ventaja de 10 puntos sobre su rival. La situación se
empareja, aún con una leve ventaja para el frentamplista, en la cohorte
de 30 a 44 años pero luego pierde por 12 puntos en el grupo de 45-49
años y por 20 entre los mayores de 60. Dado que la pirámide demográfica
del Uruguay revela un fuerte envejecimiento estas diferencias pueden ser
decisivas a la hora del comicio. Pero sería un error asegurar hoy
jueves que la elección del domingo ya está cerrada.
Quien haya
visitado el Uruguay en estos días difícilmente percibiría en las calles
la excitación que supuestamente produciría la inminencia de un balotaje
trascendental. Esto porque lo que está en juego, a diferencia de las
anteriores elecciones bajo el gobierno del Frente Amplio, es no sólo un
recambio del jefe de estado sino una radical reorientación del rumbo
económico y social que seguirá el país en los próximos cinco años. La
insatisfacción con el oficialismo ha sido muy eficazmente estimulada por
el coro mediático que entona una sóla melodía condenatoria de la
gestión frenteamplista y que oculta impúdicamente los logros de la
gestión. Que hay problemas y que han quedado asignaturas pendientes es
indudable y era previsible, pero que a lo largo de quince años esos
gobiernos dieron pasos importantes en la construcción de una sociedad
más justa, empoderada e inclusiva es un hecho indiscutible. Pero eso
ahora no cuenta para amplias franjas de la población que se ven inermes
ante el bombardeo mediático y dan muestras de una suicida credulidad
ante la artillería propagandística de la derecha. Algo asombroso para
quien viene de la Argentina: los medios instalaron en uno de los países
más seguros y tranquilos del mundo a la “inseguridad” como uno de los
temas fundamentales de la campaña, fogoneando las quejas en contra del
gobierno por ese supuesto flagelo que hoy atribula al Uruguay. Sorprende
también constatar como el desconocimiento o la desaprensión ante
holocausto social provocado por las mismas políticas que propicia
Lacalle Pou en el vecindario: lo ocurrido en Argentina, Brasil y Chile
no parece conmover a la opinión pública oriental.
El
resentimiento en contra del Frente Amplio tiene como uno de sus
manantiales la necesidad de dar lugar a una alternancia en el poder.
¡Lleva demasiado tiempo gobernando, es hora de “cambiar” me dicen
algunos! Con esa misma fórmula la Argentina se sumió en el marasmo en
que se encuentra, pero poca gente aprende en cuerpo ajena. Este
argumento, el de las virtudes insuperables de la alternancia, jamás lo
hemos escuchado de labios de Vargas Llosa y su troupe de repetidores
para hostigar a Ángela Merkel canciller de Alemania desde el 22 de
noviembre del 2005 (dos meses exactos antes de que Evo asumiera la
presidencia del Estado Plurinacional de Bolivia) y que probablemente
culmine, si no es reelecta, en el 2021, cumpliendo 16 años de ejercicio
continuado del poder; o para fustigar a Benjamín Netanyahu por sus 10
años como Primer Ministro de Israel y con miras a seguir un buen tiempo
más. O los 14 años de Felipe González en la presidencia del Gobierno de
España, o los 11 años como Primera Ministra de Margaret Thatcher. Pero
lo que es aceptable y bueno en la “civilizada” Europa es malo y
reprochable en la bárbara Latinoamérica, sobre todo cuando gobiernan
fuerzas de izquierda.
Termino con una conjetura: si las
encuestas han venido fallando en sus pronósticos en todos los países, y a
veces con diferencias de hasta 8 o 9 puntos, ¿por qué pensar que las
que anuncian la inexorable victoria de la derecha en Uruguay esta vez
darán en el clavo? Puede ser, pero también podría haber una rotunda
desmentida ciudadana. Porque a nadie se le escapa tampoco en este clima
de apatía electoral que la coalición de la derecha es una verdadera
“armada Brancaleone” unida más por las perspectivas de apoderarse del
botín estatal que por un proyecto coherente y beneficioso para ese país.
Conviven allí sectores que se odian a muerte, que se repelen
furiosamente, y que van desde militares fascistas como Manini Ríos hasta
liberales trasnochados, que todavía no aprendieron las lecciones de
Chile, como el inefable Julio Sanguinetti. Como decía un poeta y
cuentista que amaba el Uruguay, Jorge Luis Borges, a esa coalición no la
une el amor sino el espanto. Y tal vez, en el momento en que uruguayas y
uruguayos vayan a votar este domingo se den cuenta que no pueden
entregar el país a un rejunte como ese y que, para colmo, los va a hacer
transitar por un camino que termina en el desastre chileno, elogiado
por décadas por Sanguinetti. Desastre que, huelga comentarlo, adquiriría
en una economía mucho más frágil que la chilena, proporciones
descomunales. Por eso, tal vez, el domingo a la noche podría haber una
sorpresa en Uruguay.
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