Nicolás Centurión
Pasó la segunda vuelta de las elecciones en Uruguay y todo indica que
la derecha junto a la ultraderecha vuelve al gobierno, luego de 15 años
de gobiernos frenteamplistas ininterrumpidos.
Quedan 35 mil votos observados por escrutar y la diferencia es de 28
mil votos de la fórmula Lacalle Pou-Argimon por encima de la
oficialista. Parece casi imposible la remontada ya que se necesita un
voto más que la otra fórmula para ganar, pero igual desde el Frente
Amplio se mantienen las esperanzas vivas.
El resultado fue una sorpresa para todos, la Coalición Multicolor se
quedó con el festejo atragantado. Lo que los medios de comunicación y
las encuestas vaticinaban con una diferencia de ocho puntos
porcentuales, no resultó de esa manera. La ventaja holgada de la
coalición de cinco partidos contra el Frente Amplio apenas fue 28 mil .
De igual manera, desde la izquierda se deben hacer varias autocríticas.
Uruguay parecía un oasis en la convulsionada Latinoamérica, mantenía
cierta estabilidad económica y política, tenía índices que eran ejemplo
mundial. Aunque también era levantada como un ejemplo por organismos
internacionales que otrora eran mala palabra en la izquierda y muchos
dirigentes se vieron hipnotizados por estos elogios.
Pero la derecha se alió en la Coalición Multicolor con un líder hijo
de la oligarquía nacional, un exgeneral defensor de los torturadores de
la dictadura como Guido Manini, líder de Cabildo Abierto, un neoliberal
formado en Chicago y grupos minoritarios de la derecha que piden mano
dura, siempre que no les toque a ellos.
¿Acaso el pueblo uruguayo tiene una conciencia elevada por encima del
común de Latinoamérica? ¿Las fronteras uruguayas estaban blindadas ante
el embate fascista de la región?
Este
germen conservador estaba fermentando hace tiempo y encontró su lugar
en el mundo en Cabildo Abierto. El Centro Militar ya existía; los
fascistas, ya existían; los nostálgicos de la dictadura, ya existían;
solo que ahora tienen las condiciones materiales y subjetivas para
llevar adelante sus cometidos.
Las consecuencias para la clase trabajadora serán muy duras. Llevarán
adelante las políticas económicas de ajuste, el FMI ya está rondando
como buitre a la carroña. El gatillo fácil ya tiene sus balas cargadas.
Los Consejos de Salarios serán cáscara vacía de lo que un día fueron.
Todo se hará a la uruguaya, en un tono tranquilo, somero; sin grandes
exabruptos desde el líder blanco Lacalle Pou, porque para derrapes está
Cabildo Abierto, con sus declaraciones sobre la familia, la mujer, el
aborto, los homosexuales, la población trans.
La tarea del campo nacional y popular no será sólo recuperar el
gobierno, sino crear organización y un germen de participación popular,
para que el pueblo en su conjunto sea protagonista de los cambios
necesarios y estructurales que urgen para un mundo alternativo a este
sistema.
La tarea de derrotar al fascismo y reducirlo a su expresión mínima es
cuestión de supervivencia, no solo declarativa ni de principios. Las
formas antidemocráticas, que utilizan al odio como dispositivo político,
que operan contra toda organización que apueste por la liberación, no
deben tener cabida.
La maleza la despejó la propia derecha y dejó claro que no hay lugar
para las medias tintas. Los caminos de puntas de pie, equidistantes y
que quieren quedar bien con dios y con el diablo ya han dado sobradas
muestras que conducen al abismo.
El panorama cambió y lo que se avizora como el nuevo gobierno de
derecha no va a tener mucho margen de maniobra. Tiene prácticamente los
mismos votos que su contrincante y la disputa seguirá en las calles.
* Estudiante de Licenciatura en Psicología, Universidad de la
República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras,
Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública
(RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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