Distintas situaciones vividas en los últimos meses, volvieron a
instalar a Latinoamérica y el Caribe en las cercanías de aquellas venas
que fueron abiertas por sus saqueadores y de un realismo más dramático
que mágico.
El presidente haitiano, Jovenel Moise, puso en marcha las
indicaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) a pocos días de
recibir la visita de una misión del organismo, que elogió al gobierno
por la decisión de quitar subsidios a los combustibles, con el
consecuente aumento de sus precios, y de impulsar reformas estructurales
en la economía y la previsión social. Las protestas populares
estallaron con violencia en el país más pobre del continente, postrado
en el hambre, la miseria y el desempleo que afectan a más del 80% de su
población.
El presidente de Ecuador, Lenín Moreno, hizo un acuerdo con el Fondo
para obtener créditos por u$s 4.209 millones a cambio de reducir el
déficit fiscal, con un recorte dela inversión pública que puso fin a 40
años de ayuda para mantener bajos los precios de las gasolinas y el
diesel, redujo hasta 20% los salarios en contratos temporales de la
administración pública y de las vacaciones de 30 a 15 días para el mismo
sector, más el “aporte” de un día de salario mensual al fisco. Decenas
de miles de manifestantes, liderados por las confederaciones indígenas,
se lanzaron a las calles para protestar contra el programa de ajuste que
recae, en especial, sobre los sectores más vulnerables.
El presidente de Colombia, Iván Duque, concertó con el FMI reformas
laborales, tributarias y previsionales, eliminación del salario mínimo y
disminución del sueldo juvenil y privatización del aparato productivo
del Estado y de su sector financiero a través de un holding vinculado
con el sector privado, junto a un tarifazo en favor Electricaribe
convertida en filial local de la transnacional Gas Natural Fenosa. Las
manifestaciones opositoras a estas medidas fueron espectaculares y se
calcula que más de un millón de personas expresaron su rechazo en una
sola de las jornadas de protesta. Muertos, heridos y detenidos
engrosaron el escenario represivo.
El presidente chileno, Sebastián Piñera, no necesitó acordar con el
organismo multilateral. El administra un país en el que el 33% del
ingreso generado por su economía es captado por el 1% más rico de la
población y con una estructura económica soportada por las vigas
maestras definidas por el liberalismo monetarista de los años ´70, que
desarrolló sus propuestas a partir del golpe militar y el terrorismo de
un Estado conducido por Augusto Pinochet, que el Fondo consideraba,
hasta ayer no más, su “modelo virtuoso”. Desigualdad, salarios bajos,
altos niveles de endeudamiento familiar, pésimos regímenes de salud y
jubilaciones, educación universitaria paga y con altos precios en las
tarifas de luz y gas y dela gasolina, completaron el escenario.
Desde mediados de octubre las multitudes salieron a las calles en
protesta contra ese modelo y contra ese gobierno, que desató una
represión que arroja 23 muertos confirmados a la fecha, 2138 personas
detenidas, entre ellas 243 niños, niñas y adolescentes y 407 mujeres,
con más de 2.500 heridos, 300 con traumas oculares severos por
agresiones de los carabineros de Piñera.
Hasta ahí un círculo dramático, compuesto por tres eslabones: a)
acuerdo con el FMI y ajuste o modelo construido en base a los mismos
principios del organismo, b) protesta social ante las consecuencias de
esas políticas que arrinconan a las mayorías contra la pobreza y la
miseria y c) represión estatal. El próximo paso no está definido;
seguramente la correlación de fuerzas internas y los movimientos
regionales definirán el sentido del mismo en cada una de esas naciones
como en cualquier otra que tome esa deriva.
Habrá que esperar el decurso de la política uruguaya que, si los
votantes no asociaron que los gobiernos liberales son peor remedio que
un presente de bolsillos apretados pero mucho menos que hace 15 años y
con muchos más derechos, es probable que en dos años enfrente en carne
propia, por ejemplo, las penurias que se sufren en la Argentina de
Macri. El vecino de este lado del río no terminó con incendio y
helicóptero porque los 12 años anteriores dejaron un colchón
redistributivo mullido, con políticas sociales que ni el FMI pudo
revertir y con un grado de organización gremial y popular muy alto, que
fue soporte de la resistencia permanente en la calle que generó
condiciones para un proceso de unidad multisectorial y multipartidaria,
coronado con la victoria del Frente de Todxs en la primera vuelta del 27
de octubre. Sin esas condiciones y, sobre todo, sin ese triunfo, este
diciembre estaría tan en llamas como los alrededores continentales.
El caso argentino
El presidente Mauricio Macri, volvió a poner al país bajo la férula
del FMI; logró un acuerdo cuando la economía ya había estallado por los
aires, sobrevolaban los fantasmas financieros y la gobernabilidad
tambaleaba, en medio de una corrida cambiaria. Acordó una reducción
presupuestaria de u$s 11.805 millones, ajuste que implicó aumento del
hambre, las enfermedades, la pobreza y el analfabetismo, al afectar las
áreas más sensibles para el bienestar de la población y el desarrollo
del país, como Salud, Educación, Ciencia y Técnica, Ayuda Social, Obras
Públicas, Vivienda, Urbanismo, empresas públicas e inversiones en las
provincias.
Sin embargo, no hubo estallido. Esa expresión concentrada y furiosa
fue reemplazada por un estado de movilización tan permanente como
multisectorial, que se extendió a lo largo de los cuatro años de gestión
de Cambiemos, impidió que el plan de negocios de las corporaciones
económicas se asentara, que las políticas del FMI no tuvieran futuro y,
finalmente, evitó que la alianza del PRO, la UCR y la Coalición Cívica
lograra su reelección.Por el contrario, el electorado volvió a
entregarle la conducción del Estado nacional y de Buenos Aires, la
principal provincia, al peronismo, un movimiento que rechazó la creación
de los organismos multilaterales de crédito impulsados por Estados
Unidos desde el momento mismo de su fundación en 1944.
Alberto Fernández asumirá su mandato el próximo 10 de diciembre,
junto a Cristina Kirchner como vicepresidenta de la Nación; a partir de
ese momento será el encargado de construir la ingeniería que permita
manejarse frente a la deuda externa que generó su antecesor, quien la
recibió por debajo de un manejable 50% del PBI y la deja rozando el
peligroso 98%, con vencimientos por 22.800 millones de dólares
durante 2020 que, necesariamente, deberán renegociarse antes de abril,
además de otros 45 mil millones a pagar en los dos años siguientes.
El primer paso que dio fue anticiparle a Kristalina Georgieva,
titular del Fondo, que “No podemos hacer más ajustes fiscales porque la
situación es de una complejidad enorme, el nivel de ajustes en la era de
Macri ha sido tremendo”. En su diálogo telefónico con Washington dio un
ejemplo tan sencillo como trágico: “Se ajustó tanto que se dejaron de
dar vacunas” y “reaparecieron enfermedades como sarampión, varicela,
tuberculosis”. No fueron solo frases, fueron los mojones de una política
con la que pretende disminuir la pobreza y el hambre, además de tratar
de romper aquel círculo de ajuste, protesta y represión que ya rodea a
la Argentina.
Sus decisiones también deberán tener en cuenta el círculo de
desestabilización sufrida por los gobiernos que no respondieron a los
parámetros exigidos por Estados Unidos y su Fondo, con el concurso,
cuando fue necesario, de la fuerza del Comando Sur del Departamento de
Defensa. El pico máximo de esa estrategia antipopular fue el golpe de
Estado perpetrado contra el gobierno del Estado Plurinacional de
Bolivia, encabezado por Evo Morales. Antes había logrado destituir sin
acusaciones concretas a la presidenta brasileña Dilma Rousseff e impedir
la participación electoral de Lula Da Silva, detenido también sin
sentencia judicial; encarcelar al ex vicepresidente de Ecuador Jorge
Glas y perseguir al ex mandatario Rafael Correa, además de montar un
dispositivo de bloqueo e intervencionismo permanente alrededor del
Venezuela y su gobierno constitucional encabezado por Nicolás Maduro.
No es un bingo, son políticas
El carrusel de potenciales ocupantes del sillón desde el que se
manejará la economía argentina, en realidad, es una construcción armada a
partir de operaciones, no tanto de las propias figuras que aparecen en
los medios como de los distintos actores económicos que intentan incidir
en beneficio propio sobre las políticas que se vienen. Más importante
que las caras son las decisiones que se tomen, en especial sobre la
forma de encarar la solución al endeudamiento.
Aún antes de su asunción, la administración entrante intenta que el
Fondo apruebe sus propuestas de negociación, que es lo mismo que decir
que el gobierno de Donald Trump le dé luz verde a Kristalina. Ese tema
se vincula más con la geopolítica que con las finanzas, un terreno que
ya está allanado en el directorio del organismo, en el que la mano
estadounidense se alzará a favor de la Argentina de Fernández, junto a
las de los principales gobiernos europeos y al México de Andrés Manuel
López Obrador.
En el plano regional la situación es más compleja; la autonomía
mostrada por Fernández, en su discurso primero y en el dispositivo que
salvó la vida de Evo Morales después, no afectarán la relación con
Washington. El hueso más duro de esa relación será el tipo de acuerdos
que se desarrollen con la China de esa “nueva ruta de la seda” que lleva
inversiones hacia áreas estratégicas que apoyen el desarrollo de
distintos países productores de insumos que necesita su población de
1.395 millones de habitantes.
Para Washington será mucho más importante el vínculo de Buenos Aires
con Beijing que la postura que adopte frente al Grupo de Lima y su
injerencismo en Venezuela o a la candidatura que se respalde para ocupar
la Secretaría General de la OEA a partir del año próximo, si la de Luis
Almagro, cuya gestión “será recordada como la más penosa” al frente del
organismo según el mandatario electo, la ecuatoriana María Fernanda
Espinosa, ex canciller de Correa y Moreno, o la de cualquier otra figura
hemisférica.
En segundo lugar, los equipos del Frente de Todxs, que en pocos días
serán equipos de gobierno, están decididos a evitar una cesación de
pagos unilateral y, más que nombres y cargos, lo que analizan con su
jefe es la conveniencia de lograr eso a partir de apretar el acelerador
de la negociación y patear los pagos por un período de dos años a tres
años o extender el acuerdo actual y reperfilar el formato de pago de los
intereses. Ambas alternativas descartan el reclamo de los 12.400
millones faltantes de lo comprometido con la gestión saliente y,
siempre, esquivando las condiciones que el organismo acostumbra imponer.
El tercer punto del dispositivo en construcción es la generación de
recursos sin nuevos ingresos externos (como no sean algunos préstamos
“atados” del Banco Interamericano de Desarrollo) para financiar las
políticas de despegue que Alberto Fernández ya tiene desarrolladas. Ese
laberinto lleva, inevitablemente, a los impuestos, que en este caso
tratarán de ser progresivos, es decir, que impliquen a quienes más
tienen y, sobre todo, a los ganadores del cuatrienio de Macri que lo
llevó a perder sus esperanzas reeleccionistas pero llenó de decenas de
miles de millones de dólares a distintos grupos, en especial de las
finanzas, la energía y la producción granaria exportable.
Las cuentas de ese mecanismo perverso que ahora deberán solucionar
otras autoridades es casi un asiento contable: la deuda pública en
dólares se incrementó en u$s 104.000 millones entre 2015 y 2019; la fuga
de divisas en el mismo lapso fue superior a 93.000 millones, es decir,
el 90% de las divisas tomadas fueron a recalar a las arcas off shore de
los grupos asociados al macrismo.
El bastón y la realidad
El martes 10 todo cambiará en la Argentina por decisión del
electorado que impuso a los Fernández como conductores del aparato del
Estado. Cristina Kirchner va a jurar ante Gabriela Michetti como
vicepresidenta y luego se encargará de hacer lo propio con Alberto
Fernández, quien decidió comprometerse y ser investido ante la Asamblea
Legislativa. Ese será el momento en que Mauricio Macri entre en escena
para colocarle la banda y el bastón al nuevo Presidente de la Nación y
hará un rápido mutis por un foro que ya le será ajeno.
El flamante mandatario recibirá “un bastón elaborado por cientos de
miles de personas con sus golpecitos, un bastón construido por el
pueblo” según Juan Carlos Pallarols, el orfebre que se encargó de su
confección. Lejos del temor a cualquier “macumba”, Fernández decidió que
se le agregue la frase “Argentina de pie” en el pomo de plata que
rematará la vara de urunday con que fue confeccionado, con “permiso” del
Impenetrable bosque chaqueño, según los ritos de la comunidad Quom.
La madera utilizada podrá simbolizar los tiempos que vienen, no es
decorativa, se usa para distintos trabajos,se mantiene siempre recta y
no se corrompe por la acción de los insectos. Los resultados de las
políticas a desarrollar por este nuevo gobierno de transición dirán si
las palabras elegidas quedaron como una expresión de deseo o fueron
reflejo de un esfuerzo victorioso.
Carlos A. Villalba
Carlos A. Villalba: Psicólogo y periodista argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
La fuente original de este artículo es estrategia.la
Derechos de autor © Carlos A. Villalba, estrategia.la, 2019
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