Uruguay
Nunca como hoy la
cuestión de la democracia ocupó un lugar tan destacado en las luchas
políticas y sociales de América Latina. La reciente contienda electoral
en Uruguay, nos deja algunas enseñanzas para reflexionar profundamente
sobre los usos y abusos de la democracia, en ese profundo desuso de la
ideología, que se podría resumir como una derrota (la izquierda) con
sabor a triunfo y un triunfo con sabor a derrota (la derecha).
Es
así que, en ese vale todo, el tiempo del hombre político actual parece
destinado a reducir a fogononazos efímeros los esfuerzos tendientes a
instaurar órdenes de convivencia, que se sueñan para abarcar los grandes
ciclos históricos, ignorando aquellas enseñanzas de que los hechos
sociales sólo cobran valor en su conjunto, según el ritmo que la medida
del tiempo define y dosifica.
Una visión de la democracia con
sus reglas de juego electorales se ha puesto en marcha sin contar con
los que esperan. En época de globalización, no es el tiempo quien
aguarda a los hombres, sino los hombres quienes han de buscar la ocasión
de montar en marcha el tren electoral del tiempo democrático. La
argumentación claro está, se basa en las concepciones de «democracia en
general» sin precisar su caracter clasista.
Un hecho puede
ilustrar nuestra argumentación. Cuando asistimos a un encuentro entre
militantes de las fuerzas en contienda de centroderecha y
centroizquierda que entre banderas partidarias y símbolos patrios se
fusionaron en un gran abrazo, cantando a viva voz el himno nacional,
este significativo hecho tuvo una lectura sesgada a través de las redes
sociales.
Pero creemos que plantear así el problema, fuera de
las clases sociales, pretendiendo considerar la nación en su conjunto,
es sencillamente denegar su propia historia. Por eso la defensa que se
hace de la democracia burguesa por medio de discursos, gritos y lágrimas
hipócritas no hace más que defender al reformismo burgués.
La
innovación, como ansia, exigencia, o consecuencia de toda acción
política ha de contar con la novedad. Sin embargo, el tren del tiempo
democrático, arrastra los vagones del desarrollo, progreso y realidad,
pero pensar los posibles vínculos de unidad entre democracia y
desarrollo obliga a definir claramente el proyecto social y los
postulados éticos-políticos a las que obedece.
Si adjetivamos
el desarrollo como democrático estamos manteniendo una concepcion de la
sociedad y la accion política fundada en los valores constitutivos del
ser humano.
Pero hablar de democracia implica como supuesto
necesario plantear el tema de su capacidad de audeterminarse, es decir,
de fijarse sus metas en libertad, atendiendo las exigencias de sus
pueblos. Por lo tanto es evocar el tema de la dependencia en que se
encuentra là región en el plano del capitalismo internacional, y conduce
por ello mismo a entender la lucha por la democracia en tanto que lucha
por la liberación nacional.
El desarrollo en su conjunto de
esferas que lo constituyen, es decir, lo político, lo social, lo
cultural, lo económico, es un todo indivisible y sólo si entendemos la
democracia como el fundamento que explica, da sentido y orienta el
desarrollo humano podríamos construir un proyecto democrático. De no ser
así, se produce un castración en la concepcion teórica y en la puesta
en práctica de la misma como opción política.
Desarrollo y
democracia son complementarios si se mantiene el contenido de ambas
categorías y se piensa en ellas sin limitar o reducir su explicación. Si
eliminamos los contenidos políticos, sociales económicos o culturales
del desarrollo y de la democracia, nos encontraríamos con conceptos que
pierden su significado.
La teoría del desarrollo capitalista
contempla la democracia como un factor dependiente del crecimiento y
amplitud del mercado y del acceso de los ciudadanos al llamado consumo
de masas de una sociedad.
En realidad el desarrollo para el
capitalismo, es democrático cuando las grandes masas de la población
pueden acceder sin más restricciones que las de su valía personal a los
beneficios del progreso : cuando se generaliza el derecho al crédito y
se puede consumir y mantener un mínimo nivel de ahorro para tiempos de
crisis; cuando el proceso de crecimiento económico es lo suficiente
estable para favorecer la negociación de sueldos, salarios y mejoras en
las condiciones de trabajo y creación de empleo, es decir cuando hay
cierta estabilidad.
El gobierno del progresismo uruguayo,
condicionó – en parte- su funcionalidad, a la doctrina de transformar el
desarrollo al servicio del desarrollo económico como búsqueda de la
eficiencia en el consumo y el mercado. De esta forma la democracia
transfiere así su existencia a la esfera económica desde la cual queda
definida como factor destinado a potenciar dicha eficiencia, perdiendo
toda su vitalidad política.
La nueva política económica de
Uruguay será mas de lo mismo. Tal vez en lo que atañe al liberalismo la
burguesía nacionalista lo toma como arma para privatizar en su beneficio
el capital social aún en manos del Estado y limitar la capacidad de
regulación de que dispone el Ejecutivo, ya sea transfiriendo partes de
las atribuciones al Parlamento, ya sea apropiándose ella misma de la
otra parte en nombre de los derechos sagrados de la iniciativa privada.
Bajo este principio de explicación, el desarrollo es un continuo
proceso de mejoras en la racionalización del mercado y el grado de
consumo de la población y la democracia el procedimiento político que
hace posible su existencia.
La identidad generada entre
democracia y mercado capitalista favorece el establecimiento de las
doctrinas que ideólogicamente contemplan el subdesarrollo como etapa
previa en la construcción de una economía de mercado.
Los
eufemismos países en desarrollo o emergentes o procesos de modernización
no es más que filantropía occidental que potencializara a su maxima
expresión la bofetada de la miseria. La crisis del capitalismo no
disminuye, se multiplica exponencialmente, amenazando con destruir ya no
la clase trabajadora sino a todo el planeta, su cultura y su
civilización.
Pero sabemos que no será en el marco de las
actuales tendencias, que aunque sean necesariamente opuestas en el plano
general de lo ideológico, se hacen compatibles con los diversos
aspectos particulares del ejercicio político, de la democracia
impidiendo la respuesta necesaria bajo el manto adulador del interés
nacional, cómplice de la prevaricación que justifica las
irresponsabilidades del aparato de Estado.
Eduardo
Camín. Periodista uruguayo, corresponsal de prensa de la ONU. en
Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
(CLAE, www.estrategia.la)
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