Un fantasma recorre el
continente, es el fantasma de la rebelión ciudadana contra la
oligarquía, el neoliberalismo y el golpismo que pretende detener la
historia que hacen los pueblos.
Es real, y por eso el
imperialismo, la derecha y las oligarquías que ven amenazada su posición
de clase, no saben cómo falsearlo, cuando dicen que el fantasma fue
provocado por los gobiernos socialistas, progresistas y alternativos
como Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia, aquellos que tras largos y
costosos procesos revolucionarios, lograron romper el cordón umbilical
que los ataba a la dependencia y subyugación neocolonial.
Esta rebelión popular y ciudadana, mestiza, indígena, afro y campesina
avanza como un tsunami en dos direcciones: la que enfrenta al modelo
neoliberal y busca sepultarlo; y la que le planta cara a los golpistas
en su intento por derrocar los gobiernos antineoliberales y
antiimperialistas, buscando imponer regímenes de facto que se han
encontrado con una resistencia popular poderosa, con voluntad y decisión
para enfrentarlos, si los obligan, en una guerra civil.
De un lado, con millones de ciudadanos en rebeldía que se han lanzado a
las calles y plazas públicas contra el modelo neoliberal que sólo ha
creado miseria, exclusión y sufrimiento en el lado de la mayoría;
mientras ha generado inmensas riquezas en el lado de las oligarquías y
las multinacionales. Tal es el caso extremo de Haití, Centroamérica,
Ecuador y Chile; es el mismo fantasma que hoy tras el anuncio del paro
nacional del 21 de noviembre tiene asustada, y con razón, a la
oligarquía colombiana.
Del otro, en la resistencia
popular contra las facciones de la oposición oligarca y golpista,
racista y evangélica avaladas por los medios de comunicación
corporativos y el imperialismo, que ha regresado golpeado a su otrora
“patio trasero”, dispuesto a recuperar el espacio y el tiempo perdido
después de sus reveses en el Medio Oriente.
Es el
caso del golpe de Estado en Bolivia llevado a cabo por Estados Unidos,
con la OEA y Luis Almagro como puntas de lanza, que incluía el asesinato
a su presidente legítimo, Evo Morales, el desmantelamiento del Estado
Plurinacional y de las conquistas sociales y económicas, la vuelta de la
vieja república oligárquica y la imposición de un gobierno de facto,
como está ocurriendo.
Pero también es el caso de
Venezuela, cuyo gobierno bolivariano no han podido ni podrán destruir,
por la sólida conciencia bolivariana y el respaldo mayoritario de su
ciudadanía, rebelde y dispuesta a defender hasta las últimas
consecuencias su proyecto histórico antineoliberal y antiimperialista.
Sin duda, Estados Unidos seguirá intentando derrocarlo, dar un golpe de
Estado o generar una guerra civil como la que está a punto de estallar
en Bolivia, lo intentarán en tanto han fracasado sus “golpes blandos” y
han sido derrotadas sus conspiraciones y la oposición en todas las
elecciones.
Ese fantasma que recorre el continente
llegó a Colombia, anunció un Paro Nacional el 21 de noviembre y la vieja
oligarquía está disque paralizada de miedo, un miedo que busca irradiar
a las ciudadanías en rebeldía, que se han propuesto ejercer el derecho
inalienable a la protesta en las calles y campos.
Atrincherada en guarniciones militares y con los grandes medios de
comunicación a su servicio, intenta impedir que la rebeldía ciudadana,
como un fantasma, recorra el país y se torne en su alter ego,
estremeciendo sus cimientos bicentenarios. Por eso el mando superior de
la oligarquía ha ordenado a sus tropas el acuartelamiento en primer
grado, y no descarta el decreto de Estado de excepción. Ella está
probada en todas las formas de represión y terrorismo institucional
conocido por otros pueblos del continente, desde antes de los tiempos
del Plan Cóndor.
De esta forma, la vieja oligarquía
que gobierna en cuerpo ajeno a través del inexperto subpresidente Iván
Duque, saca a relucir el aceitado aparato de represión con el que
históricamente ha aplastado la oposición a lo largo de la época
republicana, para atemorizar, generar miedo y tratar de impedir que el
paro se convierta en un estallido general, pues el malestar e
indignación en la inmensa mayoría de los colombianos es tan grande, que
un escenario caótico como éste no está descartado.
Ante la espantosa situación que enfrenta, dispara desde los medios de
comunicación leales y amenaza desde sus guarniciones militares, empeñada
en desacreditar el movimiento nacional en favor del paro. Por eso no
tiene nada de raro que haya empezado a difundir noticias falsas; a
generar miedo y propagar el refrito de que el paro lo convocó el Foro
Social de Sao Paulo, repitiendo una vieja mentira que solo creen mentes
alienadas y periodistas prepago, o la otra igual de falsa versión, que
detrás del paro está el “castro-chavismo”.
Pero esa
propaganda barata ya no le basta, por eso se ha dedicado a negar que
tienen un paquete neoliberal en su agenda de gobierno, con una reforma
tributaria que impondrá más impuestos a los bolsillos de los
asalariados; que piensan hacer una reforma pensional que dejará en la
calle a millones de adultos y pensionados, entregando los fondos
pensionales a los capos financieros para los que gobiernan, los
Sarmiento Angulo y otros; que incrementa el precio de los combustibles
cada diciembre cuando la gente está pasando la resaca de la fiesta
navideña, lo cual encarece el costo de vida; que ha propuesto rebajar el
salario mínimo; es decir, intenta hoy, aunque suena raro, negarse así
misma como si al hacerlo desapareciera la responsabilidad histórica de
los fracasos que pesan sobre ella, de esos doscientos años de construir
una patria pero a la medida de ellos, como dice la vecepresidenta.
Angustiada, desacreditada, deslegitimada, acorralada y temerosa de que
esta vez después de décadas de malos, corruptos, mafiosos y criminales
gobiernos, de miles de asesinatos de civiles a nombre de la “defensa y
seguridad de la patria”; de la eliminación sistemática de líderes
sociales; del incumplimiento a los acuerdos de paz; del asesinato de los
ex integrantes de las FARC que firmaron y cumplieron el acuerdo; de dar
órdenes de bombardear campamentos de grupos armados ilegales donde de
antemano tenía conocimiento de que había niños y menores de edad; de que
su única propuesta es el continuismo del modelo neoliberal
empobrecedor; de que esta vez el Paro Nacional como el que está
convocado por todos y por nadie, por uno y mil motivos, podría señalar
el antes y el después de su histórica existencia.
El
fracaso más grande de la oligarquía colombiana fue no haber comprendido
ni escuchado a tiempo, cuando las anteriores generaciones, incluso en
sus expresiones más radicales y armadas, reclamaban reformas y
democratización del Estado que le ha servido de soporte.
No sabemos exactamente qué quiere esta nueva generación, pero sí que
quiere un cambio y no de cualquier tipo; que ha perdido el miedo y que a
ella no la engañan fácilmente con fake news. De acuerdo, no es un fantasma el que va las calles el 21 de noviembre.
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