Si se escinden los
planos característicos del análisis político (de uno que contenga una
perspectiva de clase) y se establecen jerarquías absolutas más que
estratégicas, se corre el riesgo de delinear distintos escenarios de
impotencia crítico-práctica.
Desde hace ya algunos años, muchos y
muchas intelectuales-militantes se anclaron en las condiciones
imperantes en el sistema interestatal, revindicaron su especificidad,
las absolutizaron y las blandieron como excusa para justificar el
bloqueo sistemático de toda práctica emancipatoria radical,
auto-afirmativa y no institucionalizada por parte de los Estados
administrados por gobiernos dizque progresistas. Ciertamente, las
razones geopolíticas no pocas veces fueron esgrimidas para justificar
proyectos neo-desarrollistas (extractivismo incluido) y la integración
subordinada de las organizaciones populares y los movimientos sociales a
los esquemas ministeriales. Peor todavía: estas razones, desvirtuadas
en grado máximo, han servido (y sirven) para justificar alianzas y
acuerdos con los futuros verdugos. Son razones pragmáticas que hacen que
los y las intelectuales-militantes pierdan rigor crítico y que la
izquierda se torne “sistémica”.
Ahora bien, desde espacios
políticos que podríamos catalogar como “anarco-exóticos” –no se nos
ocurre otra designación, por ahora– desde extrañas configuraciones que
combinan ultra-izquierdismo con formalismo liberal-republicano, desde
algunos esencialismos identitarios (étnicos, de género, etc.), el
dogmatismo que desdeña la relevancia de las razones geopolíticas y las
condiciones imperantes en el sistema interestatal, también incurre en la
misma escisión, propone igualmente jerarquías absolutas más que
estratégicas y delinea su propio escenario de impotencia
crítico-práctica.
Consideramos que el antiimperialismo y las
condiciones imperantes en el sistema interestatal absolutizadas jamás
deberían erigirse en la excusa para justificar las políticas que
pretenden la “erradicación” o el control vertical y estatal de la lucha
de clases y que conspiran contra la autonomía popular. En concreto: las
políticas antiimperialistas sólo pueden sostenerse en políticas
anticapitalistas. El anticolonialismo es incompatible con el
extractivismo y la proliferación de multinacionales. Comunizar y
privatizar son prácticas antagónicas aunque puedan convivir por un
tiempo. Sin la “desestructuración” del universo material, simbólico y
represivo de las clases dominantes y sin la construcción de un
contra-universo propio de los y las de abajo, será imposible consolidar
el poder popular.
Un gobierno “popular” y “antiimperialista”
puede oponerse a la instalación de una base militar estadounidense,
puede promover una redistribución del ingreso más justa y avances en
diversos órdenes. Pero si al mismo tiempo le abre las puertas al capital
financiero y a las grandes corporaciones; si resguarda los privilegios
de las clases dominantes y las elites; si pretende la subordinación de
los espacios de autogestión económica, autogobierno (y autodefensa) del
pueblo al viejo Estado y a la institucionalidad burguesa, corre el
riesgo de tornarse conservador, o de ser derrocado por coaliciones
reaccionarias en las que, indefectiblemente, se destacarán sus ex
aliados. En toda la historia de Nuestra América, en la vieja y en la
reciente, abundan los ejemplos.
Ahora bien, abrigamos la
certeza de que en Bolivia difícilmente existirán las condiciones más
adecuadas para debatir estos y otros asuntos sin la reposición de Evo
Morales y Álvaro García Linera al frente del gobierno del Estado
plurinacional.
Luego, la lucha de clases, las luchas
identitarias, la autonomía popular, jamás deberían erigirse en excusas
para relativizar el hecho imperial y para negar el peso propio de las
condiciones imperantes en el sistema interestatal. Un gesto que no ha
escaseado entre algunos y algunas intelectuales-militantes de izquierda
críticos y críticas del progresismo que, en estos días, en torno al
golpe de Estado en Bolivia, están sosteniendo posiciones de una
superficialidad manifiesta y que lindan con el delirio y/o la
aberración.
¡Cómo si no existiera el terrorismo global de
Estado, una voluntad hegemónica imperialista y unipolar, en fin:
contrainsurgencia estadounidense alimentada en la creencia de un
excepcionalismo estadounidense!
¡Cómo si no existiera una
estrategia centrada en destruir todos los focos de resistencia de los y
las de abajo, las luchas contra-hegemónicas y por la autodeterminación y
el poder popular!
¡Cómo si las limitaciones del gobierno de
Evo Morales alcanzaran para negar los avances populares en planos
materiales y simbólicos muy significativos!
¡Cómo si la
estabilidad de algunas estructuras claves del sistema de dominación
capitalista y patriarcal y las insuficiencias de una izquierda
estatalista en el gobierno, justificaran la instalación de una dictadura
abiertamente pro-imperialista, racista, patriarcal y clasista!
¿Por qué la incapacidad del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS)
para defender las posiciones adquiridas por pueblo pobre, trabajador,
campesino e indígena de Bolivia es presentada cuasi como un aval al golpe de Estado cívico-militar-policial?
No deja de ser sintomático que se reconozcan esas conquistas solamente a
la hora de destacar la incapacidad del gobierno del MAS para
defenderlas.
¿Acaso alguien supone que el neofascismo y esta
nueva “cruzada extirpadora de idolatrías” en curso generará mejores
condiciones para la sincronía entre el espíritu y la realidad?
Es un tremendo error no captar el significado más profundo del golpe de
Estado y creer que ha sido derrocada una figura menor y circunstancial
en la historia boliviana.
Paradójicamente, la relativización
del hecho imperial en nombre de la lucha de clases, de las luchas
identitarias y de la autonomía; la negación del peso propio de las
lógicas del sistema interestatal en nombre de unos fragmentos de
realidad romantizada o de hipotéticos procesos puros e incontaminados,
está colocando a estos y estas intelectuales-militantes por fuera de los
combates más sustanciales –y reales–, condenándolos y condenándolas a
la insignificancia. O, peor aún, los y las está ubicando del lado de las
clases dominantes y, claro está, del Imperio, que ya ha comenzado a
exhibir grados de impudicia desfachatados y algo extemporáneos en sus
procedimientos.
Lamentablemente, una pasmosa falta de timing
político-histórico, una fidelidad a los conceptos más que a los
sujetos, un pánico a los espectros estalinistas que pretenden
contrarrestar con puros formalismos, un afán de no manchar sus bellas
almas con el apoyo a un gobierno que consideran “deficiente e
incompleto”, conspira a la hora de la activa solidaridad con el pueblo
pobre, trabajador, campesino e indígena de Bolivia.
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