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lunes, 18 de noviembre de 2019

Los usos, abusos y mandatos de la historia



La manera como en medio de la convulsión política actual abordamos nuestros problemas y contradicciones no ofrece caminos buenos de solución. Vamos del grito al ditirambo para descubrir las virtudes de una retórica de la descalificación a ultranza, sin adjetivos ni diferencias. Y ahora, frente a las explosiones en el Cono Sur, nuestros principios consagrados en la Constitución nos parecen insuficientes. O así los entendemos, como insuficientes y hasta contraproducentes, habida cuenta de los enormes desafíos que esos conflictos encarnan.
Parece un tanto infantil que uno de los temas centrales del debate nacional sea el asilo al ex presidente Evo Morales. Un hombre que hizo historia en su país y en el mundo y enfiló a la sufrida Bolivia por los rumbos de un auténtico desarrollo. Pudo, con el auxilio de su gobierno, mantener un crecimiento económico suficiente para redistribuir algo de sus frutos y mejorar la situación de la mayoría de su población. Y esto, desde una perspectiva étnica, indígena, negada por centurias por su élite y, a final de cuentas, por la mayor parte de la opinión pública del enorme continente americano poblado, por cierto, por una mayoría indígena multivariada pero consistentemente distinta de la criollada, heredera de las guerras de independencia y autodecretada clase dirigente hasta el fin de los días y de la historia.
Resulta que Evo hereda a su modo toda esta formidable herencia y, auxiliado por comprometidos colaboradores, logra lo que nadie concedía: un crecimiento económico sostenido y una creciente capacidad institucional del Estado y de la sociedad para redistribuir sin mayores implicaciones muchos de los frutos de ese crecimiento.
Pecados mayores los cometidos por un indio. Pero asociados tempranamente al reclamo redistributivo que ahora recorre el mundo y nuestra región.
Se trata de un reclamo ciudadano extendido a una noción de ciudadanía social inseparable de la democracia moderna. La que, se supone, se impusocomo noción universal al final de las dictaduras y de la guerra fría.
Los desatinos de Evo y su grupo al relegirse injustificadamente no tienen por qué soslayarse en nuestro intercambio. No debió buscar una relección por encima de la voluntad popular y no debió incurrir en la tentación irredenta de alterar las decisiones de la ciudadanía volcadas en las urnas. Todos estos, sin duda, pecados capitales en una democracia como la que el propio Evo ayudó a construir y consolidar en su nación.
Lo que resulta intransitable desde la perspectiva republicana mexicana, es la campaña montada contra la decisión del gobierno de asilar al ex presidente Morales, haciendo así honor a nuestros principios fundamentales. Menos aún si este rechazo se viste de discursos golpistas y convocatorias a nuestras fuerzas armadas para actuar contra el gobierno constituido y reconocido por todos.
Admitir y aprobar el ejercicio del derecho de asilo no quiere decir, nunca fue así, condonar errores o celebrar formas de gobernar. Quiere decir, simplemente, seguir en las filas civilizadas de que diera cuenta para orgullo de todos el presidente Cárdenas. Y que prosiguieran presidentes tan contradictorios como López Mateos o Luis Echeverría. En su momento, ambos nos llenaron de orgullo, pero no nos llevaron a compartir sus decisiones en muchas e importantes materias.
La turbulencia y la incertidumbre no vino en el avión con Evo. Su exacerbación es, en todo caso, fruto del abuso que se hace de la decisión del gobierno de protegerlo y reafirmar unos principios que para nada están en desuso.
No al margen, sino de nuevo al centro: la UNAM y su rector, relecto por la Junta de Gobierno en jornadas ejemplares de auscultación y deliberación, son puestos bajo fuego por unas bandas de malhechores bien adiestrados para la violencia, la agresión y la destrucción. Razón inobjetable para cerrar filas en defensa de la UNAM y en apoyo de sus instituciones, el rector, el Consejo Universitario y sus órganos colegiados, su Junta de Gobierno. Lo que no quiere decir congelar la deliberación sobre una institución de nuevo asediada que algunos truhanes quieren convertir en teatro de operaciones y batalla.

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