Rolando Cordera Campos
La manera como en
medio de la convulsión política actual abordamos nuestros problemas y
contradicciones no ofrece caminos buenos de solución. Vamos del grito al
ditirambo para descubrir las virtudes de una retórica de la
descalificación a ultranza, sin adjetivos ni diferencias. Y ahora,
frente a las explosiones en el Cono Sur, nuestros principios consagrados
en la Constitución nos parecen insuficientes. O así los entendemos,
como insuficientes y hasta contraproducentes, habida cuenta de los
enormes desafíos que esos conflictos encarnan.
Parece un tanto infantil que uno de los temas centrales del debate
nacional sea el asilo al ex presidente Evo Morales. Un hombre que hizo
historia en su país y en el mundo y enfiló a la sufrida Bolivia por los
rumbos de un auténtico desarrollo. Pudo, con el auxilio de su gobierno,
mantener un crecimiento económico suficiente para redistribuir algo de
sus frutos y mejorar la situación de la mayoría de su población. Y esto,
desde una perspectiva étnica, indígena, negada por centurias por su
élite y, a final de cuentas, por la mayor parte de la opinión pública
del enorme continente americano poblado, por cierto, por una mayoría
indígena multivariada pero consistentemente distinta de la criollada,
heredera de las guerras de independencia y autodecretada clase dirigente
hasta el fin de los días y de la historia.
Resulta que Evo hereda a su modo toda esta formidable herencia y,
auxiliado por comprometidos colaboradores, logra lo que nadie concedía:
un crecimiento económico sostenido y una creciente capacidad
institucional del Estado y de la sociedad para redistribuir sin mayores
implicaciones muchos de los frutos de ese crecimiento.
Pecados mayores los cometidos por un indio. Pero asociados
tempranamente al reclamo redistributivo que ahora recorre el mundo y
nuestra región.
Se trata de un reclamo ciudadano extendido a una noción de ciudadanía
social inseparable de la democracia moderna. La que, se supone, se
impusocomo noción universal al final de las dictaduras y de la guerra fría.
Los desatinos de Evo y su grupo al relegirse injustificadamente no
tienen por qué soslayarse en nuestro intercambio. No debió buscar una
relección por encima de la voluntad popular y no debió incurrir en la
tentación irredenta de alterar las decisiones de la ciudadanía volcadas
en las urnas. Todos estos, sin duda, pecados capitales en una democracia
como la que el propio Evo ayudó a construir y consolidar en su nación.
Lo que resulta intransitable desde la perspectiva republicana
mexicana, es la campaña montada contra la decisión del gobierno de
asilar al ex presidente Morales, haciendo así honor a nuestros
principios fundamentales. Menos aún si este rechazo se viste de
discursos golpistas y convocatorias a nuestras fuerzas armadas para
actuar contra el gobierno constituido y reconocido por todos.
Admitir y aprobar el ejercicio del derecho de asilo no quiere decir,
nunca fue así, condonar errores o celebrar formas de gobernar. Quiere
decir, simplemente, seguir en las filas civilizadas de que diera cuenta
para orgullo de todos el presidente Cárdenas. Y que prosiguieran
presidentes tan contradictorios como López Mateos o Luis Echeverría. En
su momento, ambos nos llenaron de orgullo, pero no nos llevaron a
compartir sus decisiones en muchas e importantes materias.
La turbulencia y la incertidumbre no vino en el avión con Evo. Su
exacerbación es, en todo caso, fruto del abuso que se hace de la
decisión del gobierno de protegerlo y reafirmar unos principios que para
nada están en desuso.
No al margen, sino de nuevo al centro: la UNAM y su rector, relecto
por la Junta de Gobierno en jornadas ejemplares de auscultación y
deliberación, son puestos bajo fuego por unas bandas de malhechores bien
adiestrados para la violencia, la agresión y la destrucción. Razón
inobjetable para cerrar filas en defensa de la UNAM y en apoyo de sus
instituciones, el rector, el Consejo Universitario y sus órganos
colegiados, su Junta de Gobierno. Lo que no quiere decir congelar la
deliberación sobre una institución de nuevo asediada que algunos
truhanes quieren convertir en teatro de operaciones y batalla.
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