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martes, 12 de noviembre de 2019

México, tierra de asilo ante golpes de Estado y represión en América Latina

Golpe de Estado en Bolivia
Larga tradición en política exterior

El 23 de agosto de 1971 el embajador de México en Bolivia, Humberto Martínez Romero, informaba a la Secretaría de Relaciones Exteriores que un grupo de 10 bolivianos habían ingresado a la sede diplomática y habían solicitado asilo. Eran académicos de la Universidad San Andrés, que había sido ocupada por las tropas comandadas por el general Hugo Bánzer después de haber derrocado mediante un golpe castrense –uno de los muchos que ha sufrido esa nación andina– al general reformista Juan José Torres.

Con el paso de los días el número de asilados se duplicó y triplicó, porque las familias de los universitarios y otros líderes sindicales y políticos también habían sido marcados por la represión desatada en uno de los golpes más sangrientos de ese país. En septiembre despegó del aeropuerto paceño de El Alto un avión con los primeros 20 acogidos por el gobierno de entonces. Fue el primer grupo de muchos que a lo largo de dos años recurrieron a la protección mexicana. Entre ellos cabe mencionar al filósofo René Zavaleta.

Como él, muchos de los universitarios bolivianos no sólo encontraron en México una tierra de asilo, sino que una casa de estudios que les dio trabajo y espacio de desarrollo profesional en el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Una década después, en 1980, otro militar, el general Luis García Meza, volvía a hundir al país en un nuevo baño de sangre al derrocar a la presidenta Lidia Gueiler. Y nuevamente, decenas de bolivianos humildes y sus familias aterrizaban de noche en la Ciudad de México y eran trasladados a un céntrico hotel que para entonces estaba en desuso (antes llamado Francis, hoy Imperial) donde empezaban su nueva vida en el exilio. Muchos eran familiares de mineros de la Central Obrera Boliviana. Entre ellos también estaba el líder opositor Marcelo Quiroga Santa Cruz, asesinado años después.

El "viejo barbillas"

Estos dos son algunos de los episodios bolivianos de la larga tradición de asilo y brazos abiertos a los perseguidos del mundo que México practicó en el siglo XX. Uno de los primeros casos documentados data del 21 de noviembre de 1936. Ese día el muralista Diego Rivera recibió una carta de Estados Unidos de su amiga trotskista Anita Brenner, quien le preguntaba: “¿Permitiría el gobierno mexicano que el ‘viejo barbillas’ viniera a curarse?”

El "viejo barbillas" era Lev Davidovich, el principal enemigo de Stalin, a quien una decena de países le había negado el asilo. Rivera puso manos a la obra inmediatamente y, con la mediación de Francisco Mújica, quien era secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, pudo encontrarse con el presidente Lázaro Cárdenas, quien concedió la protección del Estado mexicano incondicionalmente. La historia tuvo sus tropiezos, pues el canciller de entonces, Eduardo Hay, se negó en redondo a brindarle asilo al líder ruso y filtró la noticia a los stalinistas mexicanos, quienes intentaron abortar la operación. No lo lograron y el 9 de enero de 1937 un buque noruego depositaba en territorio mexicano a Trotsky y su esposa Natalia.

Este fue un antecedente importante para la acogida que brindó México a miles de refugiados españoles, judíos y muchas otras procedencias europeas a lo largo de la década de los años treinta. Se calcula que arribaron a costas mexicanas 76 mil refugiados de España.

Casi en la misma época también se produjo otro flujo de estadunidenses progresistas perseguidos por el macartismo. Se tienen registrados más de 40.

Otro antecedente más, entre los que fueron citados ayer en la mañanera por el canciller Ebrard fue el caso del líder aprista peruano Víctor Haya de la Torre, asilado en la embajada de Perú en Colombia en 1948. Como Lima le negaba el salvoconducto y Bogotá se negaba a repatriarlo, el líder permaneció más de cinco años en la misión diplomática hasta que después de una resolución de la Corte de La Haya México pudo acogerlo.

La historia de golpes de Estado y oleadas represivas latinoamericanas suelen tener un correlato con la historia de asilo mexicano. Haitianos perseguidos por el tirano Jean Claude Duvalier, dominicanos cazados por Leónidas Trujillo, guatemaltecos rebeldes que contaron con tierra mexicana como zona de repliegue, salvadoreños.

Un 15 de septiembre de 1973, a medianoche, despegaba del aeropuerto de Pudahuel, en Chile, un avión oficial mexicano. Bajo la bandera mexicana que enarbolaba el embajador Gonzalo Martínez Corbalá, viajaba Hortensia Tencha de Allende y una de sus hijas, y varios chilenos más. Detrás dejaban el palacio presidencial destrozado por las bombas militares, al presidente Salvador Allende asesinado y al poeta Pablo Neruda que ese día no se sintió con ánimos de viajar y que moriría de tristeza y enfermedad pocos días después. En el Chile ensangrentado de Pinochet 10 mil personas fueron acogidas en 25 embajadas, 700 de éstas en la mexicana.

Brasileños, uruguayos, paraguayos y sobre todo argentinos siguieron en los años siguientes el gran flujo del refugio conosureño. Se estima que de Argentina vía asilo diplomático llegaron más de 800 entre 1976 y 1979, aunque esos años por sus propios medios, no necesariamente recurriendo al refugio, se desplazaron a nuestro país entre 6 y 8 mil argentinos huyendo de la dictadura.


Blanche Petrich
Periódico La Jornada

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