La muerte de las ideologías partió el mundo en dos grandes grupos: los ganadores (y el éxito) y los perdedores (y el fracaso)
Los hombres (y las mujeres) se parecen más a su tiempo que a sus padres. Marc Bloch
La
muerte de las ideologías (al menos en “El Primer Mundo”) debido al
poder destructor del capitalismo y de la “heroína” del dinero, cuyo
veneno fluye desbocado por las venas, ha partido el mundo en dos grandes
grupos: los ganadores (y el éxito) y los perdedores (y el fracaso) por
lo que algunos ya empiezan a meter en vasos canopes los órganos vitales
de las utopías regeneradoras.
Entrado el siglo XXI las ideologías
(envueltas en cáscaras de partidos políticos que han defraudado al
pueblo una y mil veces, al estilo Syriza rindiéndose ante la Troika)
empiezan a estudiarse “con curiosidad” en los museos de la memoria
histórica donde se exponen, disecadas, ideas que hasta hace pocas
décadas daban alas a la esperanza que avanzaba en la conquista del
Estado Social. Ese que nos llevaría al paraíso terrenal.
Pero la
realidad, ese enemigo de los sueños, ese espejo que refleja lo que
ocurre y nos muestra, sin velos, la mentira, nos obliga a ser sinceros
con nosotros mismos y a que deseemos conocer la verdad,
“independientemente de que la diga Agamenón o su porquero” porque es
clave quitarnos la venda de los ojos para “ver al monstruo” y guiarnos
por la Estrella Polar.
¿Es posible, en las actuales
circunstancias, construir un mundo más justo y solidario o ha llegado la
hora de tirar la toalla y “coger” lo que te ofrece la sociedad antes de
que sea demasiado tarde y lo tome otro en tu lugar?
Ahora todo
cambia rápidamente, también las creencias, los referentes, los
paradigmas. Parece que nada dura, que todo envejece a la vuelta de la
esquina. Cada día se habla con menos energía y convicción del regreso de
“un socialismo joven” que, “corrigiendo los errores de los padres
ideológicos”, desencadene “un cambio transversal” que permita el salto
comunal, que vista a nuestra especie con el “traje de la dignidad” y
eleve la condición humana de hombres y mujeres que, según la Declaración
Universal de los DDHH, son iguales, independientemente de sus ideas,
raza, credo, etc.
El historiador francés Marc Bloch (1886-1944)
solía citar el proverbio árabe de que “los hombres se parecen más a su
época que a sus padres”, lo que -especialmente en este siglo XXI- es una
realidad contundente e irrefutable.
Ya nos advertía Walter
Benjamín (1892-1940), primo de Hannah Arendt, en un análisis tan certero
como escalofriante, de que “una de las características de la modernidad
sería un cambio de dirección de la experiencia” (1).
Nuestro
autor ya veía, incluso antes de la II Guerra Mundial, que “pronto se
agotaría la experiencia fundada en la transmisión de una generación a
otra, lo que sería sustituido por la vivencia individual, fugaz y
fragmentaria”.
A juicio del pensador Raimundo Cuesta, Premio
Nacional a la Innovación Educativa, aquel pronóstico de Walter Benjamin
hoy día es ya “más que evidente”.
Walter Benjamín acertó de pleno
cuando vaticinó que “se acabó la transmisión del legado político,
cultural, ideológico, de una generación a otra.”
Hoy día
proliferan miríadas de grupos y grupúsculos, cada uno con su catecismo,
que apenas convergen en lo esencial, lo que constituye una victoria
total del capitalismo que “ha separado tanto a los que deberían estar
juntos” que ha resucitado “en los lugares potencialmente peligrosos” el
“rentabilísimo caos bíblico de la Torre de Babel” y triunfado, por
partida doble, con la infalible estrategia militar del “divide y
vencerás”.
Walter Benjamín atravesó los Pirineos huyendo de la
jauría nazi (La Escuela de Frankfurt se vio obligada a exiliarse, en su
mayoría, en Estados Unidos) y decidió acabar con su vida en la localidad
de Portbou (noroeste de España) en la posada Fonda Francia el 26 de
septiembre de 1940. Algo que invita a reflexionar en nuestro país, donde
los Hunos y los Otros continúan “en estado técnico de guerra”.
Ha llovido mucho desde entonces y EEUU moldea poco a poco las mentes
del Imperio (al menos en Occidente, que no deja de contagiar a Oriente).
“Sus cerebros privilegiados” no dejan de bombardearnos por tierra, mar y
aire (radio, televisión, mass media, grupos editoriales, el cine, etc.)
con el mensaje de que sólo hay dos opciones: ganar o perder. Dicen que
de las camadas de leones saldrán los futuros líderes y que los débiles,
esos “que nacieron bajo las ruedas”, se multiplicarán en el inmenso gueto de los perdedores.
¿Están
en lo cierto los adivinos y pitonisas de la Casa Blanca o podemos
esperar una reacción global que de la vuelta a la tortilla?
Nota
-1- En sus obras El Narrador (Amazon) y Experiencia y Pobreza
(Ed.Periférica), Walter Benjamín nos dice que en la modernidad
asistimos a la “degradación de la facultad de comunicar la experiencia,
de transmitir de generación en generación” los saberes y conocimientos
que perpetúan las tradiciones en todos los ámbitos de la vida.
Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
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