David Brooks
▲ Donald Trump, quien enfrenta críticas por sus ataques a legisladoras
demócratas, regresó a la Casa Blanca tras pasar unos días en Bedminster,
Nueva Jersey.Foto Afp
Después de la semana pasada,
es imposible no preguntar si el presidente de Estados Unidos es un
fascista. Lo único que lo salva, tal vez, de ganarse esa etiqueta es que
el autoproclamado
genio muy estableno tiene la capacidad o disciplina intelectual como para formular una ideología, ni un plan estratégico para implementarla, comparable al de las figuras históricas más reconocidas que por lo menos sabían a qué se refería ese termino: Hitler, Mussolini, Franco, y sus herederos en tiempos más recientes. Por lo tanto, algunos sugieren que quizá se le podría llamar
proto-fascistao un “fascista wannabe”.
En los últimos días, el jefe del régimen estadunidense acusó, al
atacar a cuatro representantes federales progresistas y feroces críticas
de su gobierno, que si no están de acuerdo con él y su visión de este
país,
odian a Estados Unidos, deberían de
regresarsede donde vinieron (aún si son ciudadanas), y afirmó que nadie debería criticar a Estados Unidos bajo su mandato:
no puedes hablar así de nuestro país, no mientras sea presidente.
Esta misma semana, frente a un mitin de campaña de relección en Carolina del Norte, sus fanáticos corearon
que las regresen, que las regresencuando mencionó el nombre de las legisladoras (tres de ellas nacidas aquí, otra llegó de niña como refugiada, ninguna blanca). Con todo esto no sólo resucitó la disputa histórica sobre quién es, o no, estadunidense y quién lo decide, sino también continuó convocando a las fuerzas supremacistas nacionales y/o fascistas siempre presentes en este país.
Ante todo esto, algunos expertos y comentaristas, junto con víctimas
de regímenes fascistas de otros países y tiempos, están haciendo sonar
las alarmas.
Jason Stanley, profesor de filosofía en la Universidad de Yale, autor del libro Cómo funciona el fascismo e hijo de sobrevivientes de la persecución nazi en Alemania, comentó en reacción al mitin de Trump cuando se coreó
que las regresen, que “estamos enfrentando una emergencia… ésta es la cara del mal, conozco al fascismo cuando lo veo”. Explicó que todo esto forma parte de esa ideología que
vincula ciudadanía a una esencia étnica o nacional mítica, y demanda una lealtad incuestionable a su líder y sus símbolos. Se llama fascismo.
El presidente de la ONG nacional de defensa del consumidor Public Citizen, Robert Weissman, circuló una carta alertando de que
Trump está fomentando un movimiento fascista en este país.
Un experto en políticas migratorias señala que el uso del sufrimiento
impuesto contra inocentes como la deshumanización sistemática
burocratizada contra inmigrantes en Estados Unidos es comparable a
tácticas de los nazis contra judíos y otras minorías en Europa.
Hasta la mandataria alemana Angela Merkel –líder de un país que sabe
algo de esto– condenó los ataques racistas de Trump y expresó su
solidaridad con las diputadas estadunidenses. Vale recordar que en 2017,
la revista nacional alemana Stern puso en su portada a un Trump envuelto en la bandera estadunidense haciendo un saludo nazi (https://bit.ly/30IwaDO).
La lista de medidas, maniobras y tácticas que nutren el argumento de
que el señor es un proto-fascista incluyen: la demonización de migrantes
como
invasoresy colocar sus niños en jaulas, establecer campos de concentración para familias migrantes, el constante autoelogio del líder, su obsesión con desfiles militares (a pesar de que evadió su servicio militar), su cariño por otros líderes con tendencias autoritarias, sus medias bromas de que debería de ser presidente vitalicio, su constante ataque contra las medios de comunicación como
enemigos del pueblo, sus amenazas de encarcelar a opositores, su acusación (reiterada en los días recientes) de que sus críticos liberales buscan la
destrucciónde Estados Unidos, y, resucitando ese viejo espectro:
renovamos nuestra decisión de que Estados Unidos jamás será un país socialista, repitió otra vez la semana pasada en el mitin.
“Esto ya se trata de defender la idea de que Estados Unidos debería
ser un país para todo su pueblo… Lo que harán ahora los estadunidenses
frente a esto nos definirá para siempre”, advirtió Adam Serwer del The Atlantic.
Pero la respuesta de otros pueblos y gobiernos ante esto también
definirá quiénes somos todos ante esta amenaza a escala mundial.
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