Cuando Bhaskar Sunkara fundó la revista Jacobin
a fines de 2010, tenía una ambición tan sencilla como imponderable:
saltar la barrera que había mantenido aislados a venerables proyectos
editoriales del marxismo anglosajón –New Left Review, Monthly Review, Dissent– y colocar el socialismo en el centro del debate mainstream
estadounidense. Esa audacia fundante vino acompañada de una apuesta
estilística: un socialismo empaquetado en un lenguaje comunicativo y
propositivo, un diseño gráfico innovador y una actitud insurgente. De
ahí, sus primeros éxitos. Cinco años más tarde, Jacobin ya era
la indiscutida vocera de la izquierda estadounidense, pero faltaba un
golpe de fortuna para que cumpliera con su principal objetivo. La
campaña de Bernie Sanders de 2015 marcó un antes y un después: el
«socialismo democrático», etiqueta que Sanders usa para definir su
propia adscripción política, se volvió de pronto una expresión de uso
común y un objeto de fascinación, y también de fuerte rechazo, para un
público estadounidense que hasta hace poco miraba esa etiqueta con la
misma incredulidad que a una invasión alienígena.
A su vez,
«socialismo democrático» remitía a una de las influencias constitutivas
de la revista: la agrupación Socialistas Democráticos de Estados Unidos (dsa, por sus siglas en inglés). Si bien perfilaban tendencias diversas en las páginas de Jacobin
–donde se debatía sobre los méritos del comunismo italiano, León
Trotski, Karl Kautsky, Ralph Miliband o el eurocomunismo–, la nueva
visibilidad del socialismo democrático echó luz sobre la misión
ideológica de la revista. No en vano muchos integrantes de su línea
fundadora también militaban en dsa: tanto la revista como
la organización –que no es un partido– entrañaban una estrategia
dialoguista y buscaban polemizar con el sentido común liberal (en el
sentido estadounidense, donde casi es sinónimo de progresista) con el
fin de ganar nuevos adeptos al socialismo.
Como relata Sunkara, el
triunfo de Donald Trump en 2016 fue el golpe de gracia. La derrota de
los demócratas por una figura ampliamente rechazada dinamitó la
legitimidad del partido y abrió un vacío que pronto se llenaría de
nuevas figuras de la izquierda insurgente. Alexandria Ocasio-Cortez,
Rashida Tlaib e Ilhan Omar son los nombres que más resuenan en los
medios hegemónicos, pero detrás de ellos hay una camada de socialistas,
en gran parte afiliados a dsa, muchos con menos que 30 años, que vienen registrando victorias electorales en todo el país.
Aunque no tenga la omnipresencia mediática de Ocasio-Cortez, Sunkara es regularmente convocado a cnn y otros canales masivos para disertar sobre el socialismo. Su nuevo libro, The Socialist Manifesto1
[El manifiesto socialista], es una buena síntesis del tono que venía
elaborando en su trabajo editorial: programático, agresivo, pero también
jocoso y optimista. Cabalgando en la nueva ola socialista, Jacobin incluye, además de las versiones impresa y digital (con un millón de visitas por mes), una publicación teórica llamada Catalyst, la revista británica Tribune, Jacobin Italia y, dentro de poco, una edición brasileña de la misma revista.
Según
una reciente encuesta de Gallup, 51% de los jóvenes estadounidenses de
entre 18 y 29 años tiene una opinión favorable del socialismo, mientras
que solo 45% tiene una mirada positiva sobre el capitalismo. ¿A qué le
atribuye la sorpresiva popularidad del socialismo?
El
término «socialismo», obviamente, ha sido usado en un sentido muy vago.
Cuando la gente habla de socialismo en Estados Unidos suele referirse a
una expansión del Estado de Bienestar. Parte de la popularidad del
socialismo tiene que ver con que, a pesar de que la Guerra Fría terminó
hace tiempo, la derecha estadounidense sigue usando el fantasma del
socialismo para vilipendiar reformas que son meramente liberales.
Incluso aquellas que los socialistas no necesariamente apoyan, como el
Obamacare impulsado por Barack Obama para mejorar, con ciertos límites,
la cobertura sanitaria. Creo que la derecha estadounidense,
irónicamente, ha logrado quitarle a la palabra algo del miedo que
transmitía al repetirla una y otra vez. También creo que la gente en
general siente que el capitalismo no está funcionando para ella, o no
está funcionando como debería. Parte de esto, en mi opinión, es lo que
está detrás de esa encuesta.
Luego estuvo la campaña de Sanders.
Por un azar de la historia, Sanders se define a sí mismo como socialista
democrático. Sanders se politizó en el entorno del socialismo
democrático e incluso de joven integró la Liga de la Juventud Socialista
(Young People’s Socialist League), el brazo juvenil del Partido
Socialista de Estados Unidos. Pero yo creo que la revista Jacobin,
así como algunos sectores de la izquierda estadounidense, jugó un rol
importante en la capitalización del enojo que la gente sentía con el
liberalismo. Occupy Wall Street, el levantamiento de Wisconsin de 2011,
la reciente ola de huelgas de maestros, todos estos procesos están
mostrando el creciente descontento ante cierto tipo de políticas de los
demócratas liberales. Incluso Black Lives Matter, un movimiento
nuevo que denuncia el racismo y la violencia contra las personas
negras, nació ante el descontento con los mismos políticos negros
electos, que eran justamente demócratas liberales. Jacobin
logró delinear una política a la izquierda del liberalismo reinante y
enunciar que este tipo de política es, en términos amplios, una política
socialista democrática. Para usar un clisé: el surgimiento de Sanders y
el descontento generado por las políticas liberales crearon las
«condiciones objetivas» para que emerja una suerte de revuelta a la
izquierda del centro liberal. Sin embargo, esa revuelta fácilmente
podría haber adoptado un lenguaje más populista, como el de Podemos.
Tanto por la revista Jacobin como por la existencia de redes socialistas en eeuu,
por nuestra capacidad de competir por encima de nuestra categoría
–siendo numéricamente minoritarios pero con gran alcance mediático–, el
debate se ha polarizado en torno del socialismo.
No estoy del todo seguro de que haya sido positivo que el debate se haya desarrollado de esta forma. Lo que sí sé es que, si Jacobin tiene algún crédito en esto, es en relación con el lenguaje que se está utilizando.
Es interesante lo que dice sobre lo fortuito de que el término «socialismo» se haya instalado. Por más de un siglo la pregunta parece haber sido: ¿por qué no hay socialismo en eeuu?2 Ahora que el término está en circulación, tal vez sea el momento de recuperar la historia del socialismo en eeuu y redescubrir algunas figuras olvidadas, como Eugene Debs, Mother Jones o Bayard Rustin.
Claro,
vale la pena recordar que el socialismo no fue inorgánico a la política
estadounidense. Ha sido más episódico que ausente. Hace más de 100 años
teníamos la primera ola de socialismo estadounidense, y fue el mejor
tipo de socialismo. Fue el mejor en el sentido de que se «habló»
socialismo en un lenguaje estadounidense, abarcando las diferentes
lenguas del país: el socialismo judío del Lower East Side de Nueva York,
las tradiciones populistas del centro y sur del país, el sindicalismo
de los mineros del oeste, los grupos socialistas cristianos. Basta mirar
el caso de Eugene Debs, un ateo y fundador del Partido Socialista, y
observar cómo él también hablaba como un pastor cristiano. El socialismo
reemergió con la Gran Depresión de la década de 1930 y otra vez con la
Nueva Izquierda en los años 60. Y ahora está de nuevo, pero de una forma
diferente. En otras palabras, hoy es necesario ubicarnos dentro de una
tradición socialista estadounidense.
Pero lo que es tan importante
como inusual respecto del socialismo estadounidense es que estuvo
totalmente ausente de la escena política desde la Nueva Izquierda hasta
hoy. Lo que eso significa es que hoy podemos presentarnos como una
fuerza insurgente: nunca estuvimos en el poder, nunca fuimos
responsables de una política de austeridad, como la socialdemocracia
europea. La situación actual nos permite trabajar con la campaña de
Sanders –la expresión masiva de la centroizquierda en eeuu– y levantar un programa propio que, en líneas generales, es socialdemócrata. Este programa es visto por muchos en eeuu
como una insurrección o una revolución política, aunque en cualquier
otro lugar del mundo podría ser visto con otros ojos, incluso como
simples retoques tecnocráticos. También podemos invertir la pregunta que
usted plantea: por más que haya una tradición socialista, ¿por qué en eeuu
no se ha desarrollado un partido laborista o un partido
socialdemócrata? Para ser breve, yo creo que esto tiene mucho que ver
con la contingencia: perdimos batallas claves en ciertos momentos de la
historia.
En primer lugar, en el contexto de la temprana
industrialización estadounidense hubo una división inicial entre los
sindicatos artesanales y los nacientes sindicatos industriales. Además, eeuu
tuvo siempre una inusual estructura partidaria que dificultó la
existencia de terceros partidos. Cuando el socialismo comenzó a crecer
en el país en 1890, muchos votantes –mayormente varones blancos que
accedieron tempranamente al sufragio– ya tenían cimentadas sus lealtades
partidarias hacia alguno de los dos partidos mayoritarios, Demócrata o
Republicano. Y hay además otro tipo de razones históricas para la
ausencia de un partido socialdemócrata. El Estado fue muy violento a la
hora de reprimir cualquier conflicto laboral. Y el tamaño del país sumó
otras dificultades: las distintas células del socialismo estadounidense
eran difusas y no tenían un aparato centralizado como sí existía en
otras partes del mundo, como ocurrió con los partidos de la Segunda
Internacional, el Partido Socialdemócrata de Alemania [spd,
por sus siglas en alemán] en 1880, o los bolcheviques durante sus años
de actividad clandestina o semiclandestina. Es una cuestión complicada
que intento abordar en The Socialist Manifesto. Los socialistas
siempre estuvimos presentes, en pequeñas células, y yo realmente creo
que vamos a ver un renacimiento. Puede que ese renacimiento no use
exactamente el vocabulario político que como socialistas nos gustaría.
De todos modos, va a haber una creciente fuerza de centroizquierda,
igualitaria, un movimiento con base social. La corriente sanderista en
la política estadounidense no se va ir a ninguna parte, llegó para
quedarse. Ahora, si el uso actual del lenguaje socialista, dsa o Jacobin estarán por mucho más tiempo, es algo de lo que estoy menos seguro.
Señala la idea de un socialismo vernáculo, que había un socialismo hablado con acento estadounidense. ¿Hay en Jacobin un intento de adaptar el marxismo a la mentalidad estadounidense, al sueño americano y su fijación con la libertad?
Yo creo que la base de nuestra política tiene que resonar con el sentido común de la mayoría de la gente. En eeuu,
ya tenemos las mayorías para impulsar programas socialdemócratas. Ya
tenemos la mayoría para impulsar una cobertura gratuita de salud para
todos (Medicare for All) o un programa de empleo garantizado.
Tenemos mayorías que piensan que la inmigración es algo positivo. La
pregunta es cómo tomar estas preferencias políticas y convertirlas en
una plataforma. Yo creo que la cuestión no es tanto cómo cambiar la
conciencia de la gente –su conciencia no es una cosa tan terrible–, sino
convencerla de que la política puede hacer una diferencia en su vida.
Bajo el capitalismo, es perfectamente racional mantener la cabeza baja y
no confrontar, porque por más que entre trabajadores y capitalistas
haya una dependencia mutua, siempre va a ser una situación de poder
asimétrica. Es racional que si alguien es despedido apele a la ayuda de
sus amigos y su familia para seguir a flote, o que vaya a capacitarse y
trate de salir adelante. Todas estas respuestas son más racionales, en
las condiciones actuales, que ir a la huelga o involucrarse en un
movimiento político. Nuestro objetivo como socialistas es decirle a la
gente que la política tiene algunas soluciones para ella y que estamos
para crear la estructura que canalice su malestar y que luche y defienda
sus intereses. Soy muy optimista sobre la mentalidad de la mayoría de
la población estadounidense, soy optimista de que habrá tarde o temprano
una mayoría progresista duradera en este país, como ha existido en
otros.
Cuando habla de «nosotros», ¿se refiere a dsa?
No, me refiero al socialismo en eeuu y a la izquierda en general. No creo que dsa
sea una organización lo suficientemente coherente como para que podamos
hablar en términos de «nosotros». Cualquiera puede afiliarse a la
organización. Es la izquierda estadounidense. Dentro de dsa hay anarcocomunistas, socialdemócratas, socialistas democráticos y trotskistas. Tenemos muchas tendencias dentro del arco de dsa,
y por lo general no están organizadas en facciones, están mayormente
trabajando en conjunto, lo que es algo bueno. No es la misma
organización a la que yo me afilié en 2007 cuando tenía 17 años. Aun
así, dsa solo llega a tener 60.000 afiliados, entonces está
bien que no sea coherente, dirigida por un comité central que se cree
la vanguardia de la clase obrera estadounidense, porque en definitiva
somos un país con 330 millones de habitantes. Y aunque creo que debemos
ser ambiciosos, debemos rechazar esas viejas arrogancias de cierta
izquierda tradicional.
Nuestra misión es participar en coaliciones
con corrientes mucho más amplias. Yo veo el papel del socialismo como
formador de una red con capacidad de intervenir en diferentes
movimientos, particularmente el movimiento obrero, para incrementar los
niveles de conciencia de clase y radicalizar las luchas; pero no
necesariamente que el socialismo sea el movimiento. Y esta
consideración no es tanto una consigna política, o un miedo al
centralismo democrático o a los movimientos vanguardistas, sino más bien
una cuestión práctica. Estamos en un momento histórico de debilidad de
la izquierda. No deberíamos sobredimensionar o inflar las cosas buenas
que están sucediendo. Es una trampa clásica de la izquierda decir:
«Tenemos 50.000 miembros hoy, ayer teníamos 5.000, así que mañana
tendremos millones y nos convertiremos en un partido de masas». No veo
que eso sea lo que está sucediendo.
¿Puede comentar un poco más sobre la historia de dsa?
dsa tiene sus raíces en una organización llamada Comité Organizador de los Socialistas Democráticos [dsoc, por sus siglas en inglés], fundado por una división de lo que fue el Partido Socialista de Estados Unidos [spa, por sus siglas en inglés]. El spa
tuvo un masivo declive luego de su época dorada y llegó a ser un simple
caparazón de sí mismo a principio de los años 70. En sus últimos días,
en la década de 1970, el spa se había dividido en un sector
de izquierda, uno de centro y otro de derecha. La izquierda todavía se
aferraba a la insistencia de Debs en la absoluta independencia política
de la clase obrera y estaba muy enfocada en competir electoralmente como
socialistas independientes, sin vínculos con el Partido Demócrata. El
sector de derecha se había vuelto casi indistinguible del liberalismo de
la Guerra Fría: anticomunistas feroces, también habían revisado sus
posturas sobre la burocracia sindical y efectivamente abrazaron la
central burocratizada –la Federación Estadounidense del Trabajo y
Congreso de Organizaciones Industriales [afl-cio, por sus siglas en inglés]– como una posible vanguardia de un nuevo movimiento reformista en eeuu.
Ese era el sueño de, por ejemplo, el activista Bayard Rustin, quien
quería conectar una parte del movimiento obrero con la corriente más mainstream
del movimiento de derechos civiles y convertir esa confluencia en una
fuerza socialdemócrata. Rustin combinó su apoyo a la Guerra de Vietnam y
su adhesión al anticomunismo con un deseo de no separar la izquierda de
la base social obrera para armar una futura fuerza socialdemócrata. En
el centro estaban Michael Harrington y su gente. Harrington, una suerte
de sucesor de Norman Thomas3, era el socialista más destacado en eeuu. Había escrito unos años atrás un best-seller sobre la pobreza, The Other America
[La otra América], que inspiró el programa de bienestar social de
Lyndon B. Johnson: la llamada «War on Poverty» [guerra contra la
pobreza].
La postura de Harrington era buscar un punto medio: no ceder a
las tendencias de derecha del partido, oponiéndose a la Guerra de
Vietnam –más tibiamente de lo que nos hubiera gustado–, pero, al mismo
tiempo, confiando en que el Partido Demócrata podía realinearse y
convertirse en una fuerza próxima a los partidos socialdemócratas
europeos. Vale recordar que, en esos años, la socialdemocracia europea
aún tenía fuertes tendencias de izquierda y parecía posible una
transición de la democracia social al socialismo democrático. Luego, en
los años 80, el dsoc se fusionó con el New American
Movement [Nuevo Movimiento Estadounidense], un movimiento más activista
que se desprendió de la Nueva Izquierda y que estaba un poco más
orientado a la militancia sindical. De esa fusión emergió dsa.
Harrington convocó a una nueva coalición de la izquierda obrera con los
demócratas progresistas: algunos, como David Dinkins, el primer alcalde
negro de Nueva York, eran miembros de dsa. Un demócrata como Ted Kennedy brindó un discurso en el funeral de Harrington en 1989. Es decir, dsa
planteó un juego político: mantener un pie dentro y otro fuera del
Partido Demócrata, con la idea de que la organización se pudiera
convertir en el «ala izquierda de lo posible». Tras la muerte de
Harrington, la organización se corrió aún más a la derecha y derivó en
algo irrelevante. Cuando yo me incorporé en 2007, dsa
estaba básicamente muerto, con menos de 5.000 miembros. Descontentos con
la organización, los jóvenes como yo bromeábamos con que nos habíamos
convertido en el «ala derecha de lo imposible». El conflicto en este
punto se centró en las tensiones entre los jóvenes, una generación
ubicada más a la izquierda, que era crítica del acercamiento de dsa al Partido Demócrata, y los contemporáneos a Harrington, que estaban tratando de mantener viva la organización.
A fines de 2010 surgió Jacobin. A pesar de que la revista era independiente, muchos de quienes participaban en el proyecto eran cercanos a dsa. E integrantes de Jacobin que también eran miembros de dsa, como Amber Frost y Elizabeth Bruenig, empezaron a destacarse. Jacobin comenzó a crecer con el movimiento Occupy Wall Street en 2011. Pero, al igual que dsa, nuestro verdadero crecimiento sucedió en la campaña de Sanders de 2015-2016. dsa
pasó de 6.000 a 12.000 miembros durante la campaña. En general, se
unían jóvenes con una presencia fuerte en las redes sociales. Muchos de
ellos trabajaban en los medios o en otros campos, de modo que eran muy
visibles. Pero la verdadera explosión de la organización, en términos de
cantidad de miembros, tuvo lugar con la elección de Trump, cuando la
membresía creció por encima de los 30.000 adherentes. Mucho de lo
sucedido fue por azar: empezamos a recibir una cobertura favorable en
los medios y la gente comenzó a googlear «democratic socialism».
Una
vez que se alcanza cierto tamaño y se mantienen reuniones por todo el
país, en ocasiones con cientos de asistentes, entonces el proceso de
sumar más miembros funciona por sí mismo: un amigo o una amiga pregunta
qué vas a hacer más tarde, y respondes «Voy a una reunión política,
súmate si quieres». De ahí el crecimiento se volvió más orgánico, pero
es realmente interesante ver lo azaroso que ha sido este crecimiento,
impulsado en gran parte por internet.
Lo mismo se puede decir del
fenómeno Sanders. Siempre cuando quiero explicarles a mis amigos
trotskistas y de otros países que están tratando de comprender esto en
un contexto internacional, les digo: hay un nivel de fortuna y
contingencia. No es posible entender la de Sanders como una campaña
electoral tradicional de izquierda, como si hubiera un movimiento social
de izquierda del que Sanders sería el reflejo electoral. Esto tendría
sentido en otros momentos del siglo xx, cuando se podía
decir que el peso de los partidos socialdemócratas en los parlamentos
era un reflejo del peso del movimiento obrero, pero hoy parece
observarse una situación opuesta. Sanders está surgiendo de un vacío y
está, de hecho, generando militancia, no cooptando o reflejando fuerzas
extraparlamentarias. Lo mismo sucede con dsa, que a través
de internet y con una cobertura mediática favorable, está alcanzando a
muchas personas de orientación liberal que terminan acudiendo a la
organización. No se me ocurre un antecedente de algo similar en otro
país.
Se podría decir de Podemos que muchos de sus fundadores
estaban vinculados previamente a grupos tradicionales de izquierda y
luego intentaron conscientemente abandonar el lenguaje de la izquierda
más tradicional para adoptar una retórica más populista. La ironía en eeuu
es que estamos haciendo lo inverso a Podemos: estamos reclutando a un
montón de liberales desilusionados que hablan un lenguaje político más
familiar a la mayoría de los estadounidenses y convirtiendo a esos
liberales en socialistas. De repente, esos liberales están participando
en esotéricos debates sobre Nicos Poulantzas o Ralph Miliband.
Obviamente,
es genial que más personas se nucleen alrededor de ideas más radicales,
dado lo radicales que son los problemas que enfrenta el mundo hoy. Pero
a veces veo personas que adoptan una retórica alienante y quiero
recordar que muchas veces son las mismas personas que apoyaban a Hillary
Clinton en 2016.
De cualquier modo, no puedo explicar completamente el auge del socialismo y de dsa.
Pero la huella de la cultura masiva estadounidense –o el imperialismo
cultural– significa que todo lo que hagamos aquí será amplificado.
Algunos
elementos que comenta –la contingencia y el rol de los medios en la
construcción política– me recuerdan un libro interesante de Paolo
Gerbaudo que recién fue publicado en inglés: The Digital Party4.
Allí el autor analiza partidos nuevos como Podemos o figuras como
Sanders y subraya la naturaleza paradójica de esta nueva izquierda
hipermediática: por un lado, el peso de la imagen favorece la creación
de un culto a la personalidad –se me viene a la mente también Alexandria
Ocasio-Cortez– y también formas organizativas extremadamente
verticales. Pero por otro lado, alienta una forma de compromiso
militante muy descentralizada, con formas difusas de membresía. ¿Lidian
con estas preguntas mientras intentan formar una organización masiva y
democrática?
dsa es radicalmente democrático,
tal vez la organización más democrática que haya en la izquierda hoy,
casi en exceso. Sanders es un político a cuya campaña podemos dar forma e
influenciar: si no nos gusta una política que él está proponiendo –un
copago en el Medicare, por ejemplo–, podemos mandar un mensaje a través
de canales internos y también a través de una petición externa. Yo creo
que podemos darle forma a su campaña. Pero no hay duda de que somos a su
vez impulsados por la energía de lo que él está generando. Por
supuesto, una fuerza minoritaria puede hacer la diferencia. Si miramos
la lucha de los sindicatos docentes de eeuu, la ola de
huelgas ha sido impresionante, pero detrás de ellos hay un par de miles
de personas que galvanizan la actividad política de todo el país. Yo
creo que esta es la naturaleza de la política. La clave es que tu
programa sea aceptado ampliamente y que tengas medios democráticos para
promover la acción política, reflejando sus decisiones y también
disciplinando a los políticos electos (ahora mismo, más allá del
experimento en Chicago, no hay votaciones en bloque realmente
disciplinadas de parte de los socialistas5).
Lo
que estoy tratando de decir es que eventualmente vamos a necesitar un
partido a la izquierda del liberalismo. En esta cuestión, al menos en el
contexto europeo, yo soy muy tradicional, en el sentido de conservar
algunas viejas cosas que ya funcionaron. Creo que Podemos, por ejemplo,
es un partido increíblemente poco democrático. En vistas de lo que está
sucediendo en Francia y en otros lugares con el llamado retorno del
populismo, a mí me gusta una parte de la retórica populista, pero me
gustaría aún más que solo fuese eso, retórica; que detrás de los líderes
carismáticos todavía haya un proceso de construcción de partido en un
sentido más tradicional. Soy más permisivo con las tendencias populistas
aquí en eeuu, porque creo que estamos en una situación
«prepartidaria» todavía. Es preciso entender esto: la situación política
estadounidense es tal que ni siquiera tenemos verdaderos partidos
políticos, es decir, no tenemos partidos sostenidos en afiliados. Yo me
registré en el Partido Demócrata cuando tenía 18 años y me pasé los
siguientes 11 años criticando el Partido Demócrata sin parar. No me
expulsaron porque, según la propia lógica institucional de los partidos,
legalmente no me pueden expulsar. Es una situación extraña y nos da
espacio, por ahora, para organizar a los socialistas alrededor de las
primarias, aunque eventualmente tendremos que romper definitivamente con
los demócratas en algún momento.
Mencionó la idea de convertir a los liberales al socialismo. Me parece que gran parte de la apuesta de Jacobin
es justamente esa: polemizar, de buena fe, con una tradición ajena, el
liberalismo, para destruir algunas vacas sagradas de esa misma
ideología, como la libre competencia, el individualismo emprendedor y la
autosuficiencia, y ciertas versiones de la política de la identidad.
La
idea siempre fue dividir el liberalismo en distintos sectores, porque
vivimos en un país donde el lenguaje del socialismo está en gran parte
ausente. Entonces, cuando hablamos de liberalismo, no estamos
interesados en aquellos individuos que tuvieron plena conciencia de una
política de izquierda y la rechazaron optando por otra posición. Nos
interesa la gente a la que jamás se le presentó una alternativa. De ese
segundo grupo, muchos hace poco tiempo se llamaban liberales y votaban a
los demócratas –muchos de nuestros liberales en eeuu son
en realidad socialdemócratas que carecen de un lenguaje para reconocerse
como tales–. Por mi parte, yo pondría el énfasis en aquellos sectores
despolitizados, que raras veces votaron y que cuando votan lo hacen por
los demócratas. Este grupo ni siquiera se identifica con algo que se
podría llamar una ideología liberal. Esta distinción es importante en el
contexto estadounidense. Desde la izquierda, tenemos que avanzar con
mucha humildad y paciencia cuando presentamos nuestra visión política.
No tenemos una historia de éxitos a la que podemos apelar. No hay ningún
motivo para que alguien se identifique como socialista en este país:
nadie está en un sindicato con una tradición socialista, muy pocos
tuvieron un integrante de su familia que militara en un partido
socialista, o un abuelo que fuera perseguido por su afiliación
socialista. La situación es diferente de la de otros países. Sí creemos
que hay una necesidad moral detrás del movimiento socialista, pero esto
dista mucho de ser una necesidad práctica en la vida cotidiana de la
gente. Nuevamente, por eso necesitamos tener paciencia y humildad.
Me
gustaría cambiar de tema y pasar a la discusión sobre Trump: uno de los
argumentos prevalentes dice que su triunfo en las elecciones refleja
una derechización de la clase obrera estadounidense, específicamente de
la clase obrera blanca. ¿Cómo responde a este discurso? Y, más allá de
su veracidad, ¿cómo debería responder la izquierda a la amenaza del
populismo de derecha?
La primera manera de responder es
mirando el aspecto empírico: la base política de Trump es muy similar a
la base del populismo de derecha y a los partidos de derecha de todo el
mundo. No son los trabajadores de McDonald’s, ni necesariamente los
banqueros y los ceo. Es más probable que el votante de Trump sea el gerente regional. Es importante tomar en cuenta que eeuu
es un país grande, con muchos votantes, y por lo tanto es fácil
encontrar a millones de miembros de la clase obrera que votaron a Trump.
Con su campaña logró convencer a una porción suficiente de la clase
obrera como para dar vuelta las elecciones, en lo que fue un triunfo
apretado que dependía de los resultados de unos pocos estados. Pero la
mayor parte de la clase obrera votó a Hillary Clinton o se quedó en su
casa. Es muy importante no sobredimensionar el componente obrero de
Trump. La agenda de Trump es antipopular. Tiene una base estable de
alrededor de 40% del país, que es poco. Esto no significa que la
aparición de Trump no tenga su lado aterrador. Pero no creo que podamos
construir política solo reaccionando contra la derecha. Creo que hay
demasiada histeria alrededor del incipiente movimiento fascista en eeuu.
Lo que yo veo es un crecimiento del populismo de derecha que se ha dado
periódicamente a lo largo de la historia del país, y ahora nuevamente
tenemos la tarea histórica de derrotar a ese populismo. Los liberales
pecan de ver estos movimientos populistas de derecha como inorgánicos y
de sobredimensionar su novedad histórica.
¿En qué sentido serían inorgánicos?
Los
liberales siempre han sido muy hostiles frente a cualquier tipo de
militancia de la derecha. Ellos entienden esa actividad como paranoica,
como si fuese expresión de una enfermedad mental. Cualquiera que
cuestiona las instituciones republicanas, dicen, debe sufrir una
enfermedad mental. Y los liberales también extienden esta lectura
patologizante a nosotros, los que estamos en la izquierda. Creo que el
Partido Demócrata es demasiado reactivo, demasiado anti-Trump, demasiado
enfocado en su personalidad. Esto puede producir una situación en la
que Trump pierda en las próximas elecciones, pero el trumpismo no haya
sido adecuadamente vencido. Se ha centrado demasiado en los tics de
Trump, un enfoque que refleja el rechazo que él genera entre la clase
media profesional.
Mi propia experiencia en los medios me pone en
constante contacto con personas que comparten una repulsión moral de
Trump, que rechazan su personalidad, su evidente racismo y sexismo. Pero
para mí es totalmente insuficiente quedarse en ese plano. Creo que
nosotros, desde la izquierda, necesitamos decir a los votantes: «Nos
preocupa, entendemos tus miedos y penas, y además tenemos algunas ideas
para mejorar tu vida». Así no vamos a ganar la mayor parte de la base de
Trump, porque la mayoría de quienes lo apoyan no están motivados por
dificultades económicas, pero nuestra plataforma podría lograr reducir
su apoyo.
Yo creo que la base para un futuro movimiento masivo
socialista democrático se compondrá de quienes votaron a Hillary Clinton
y de quienes se sienten totalmente alienados de la política. Habrá,
también, una pequeña parte de las personas que votaron a Trump. Pero se
hace difícil interpelar a este último grupo, o incluso a algunos
sectores más de centro, si simplemente aceptamos que 40% de los
votantes, o una amplia parte de la población, padece de un trastorno
psicológico. Esa me parece una manera muy equivocada de hacer política, y
también un análisis incorrecto.
Si miramos a algunas de las figuras más destacadas de los últimos años –estoy pensando en Ocasio-Cortez, proveniente de dsa, o incluso en una demócrata de izquierda como Ilhan Omar–, pareciera que los pilares del consenso liberal del país están siendo fuertemente cuestionados: la política exterior de eeuu es sometida a juicio en cada discurso de Omar, mientras que Ocasio-Cortez está
llamando a un Green New Deal [Nuevo Pacto Verde] que no solo
significaría una refundación del Estado, sino que cuestiona el dominio
irrestricto del capital sobre la sociedad estadounidense. ¿Se siente
esperanzado de un posible realineamiento del consenso liberal hacia la
izquierda?
Sí, y para ser honesto esa
siempre fue nuestra estrategia. Si ha existido una estrategia compartida
entre el movimiento progresista y los socialistas democráticos, fue
esa: dividir lo que aparenta ser una sólida coalición del Partido
Demócrata. No creemos que todos los votantes del Partido Demócrata
realmente apoyen el liberalismo centrista de Clinton. Votaron eso
simplemente porque era la mejor alternativa y saben qué tan mala es la
derecha estadounidense y qué tan de derecha es el Partido Republicano.
Entonces,
buscamos distinguir entre los miembros del Partido Demócrata que apoyan
el Estado de Bienestar y el resto del Partido Demócrata y su dirección.
Yo creo que esa división es algo que está encarnado y personificado en
figuras de dsa como Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib e Ilhan
Omar, entre otras. Detrás del triunfo electoral de estas figuras, hay
una organización que se llama Justice Democrats [Demócratas por la
Justicia], un grupo que, sin tener las mismas motivaciones socialistas,
utiliza las mismas tácticas que antes usaba dsa: trabajar dentro del Partido Demócrata como una fuerza insurgente. Hoy en día la militancia de dsa está enfocada en otros lugares, fuera del Partido Demócrata, en el activismo de base.
Es
emocionante ver cómo esas divisiones propias del partido se han
personificado. Creo que aprendimos una gran lección: identificamos
nuestra base y propulsamos una acción. Ocasio-Cortez no habría sido
elegida sin la iniciativa de grupos como Justice Democrats o dsa.
Ahora ella como individuo está radicalizando estas divisiones y
polarizando el debate en un sentido que favorece a la izquierda.
¿Qué es, entonces, lo que estamos haciendo en eeuu
con este nuevo tipo de político, con los socialistas que fueron
elegidos o incluso con la campaña de Sanders? Aquí tengo que confesar
que aún no tengo elaborado un marco teórico, aunque estoy tratando de
desarrollarlo. Yo provengo de una formación marxista ortodoxa. Pero hay
una observación que resulta útil en el plano teórico: Sanders y el
movimiento que lo rodea representan una democracia social anclada en la
lucha de clases, que es distinta de los antiguos modelos de la
socialdemocracia. Mientras que en el periodo de posguerra la
socialdemocracia buscaba canalizar la militancia sindical y el
movimiento obrero, intentando traducirlos en poder electoral y en un
pacto de gobernabilidad basado en el equilibrio de clases, Sanders y
Jeremy Corbyn son fuerzas totalmente insurgentes.
En teoría son
movimientos moderados. Pero el modo en que buscan conquistar el poder
implica un proceso de lucha y polarización. Cuando Sanders habla de los
«millonarios y multimillonarios», está invocando la figura del conflicto
social como la única manera de que el pueblo trabajador conquiste lo
que merece. En ese sentido es importante olvidarse de esa idea de que
«Sanders es un mero socialdemócrata», porque incluso si sus ideas no son
revolucionarias, él sí es un insurgente.
Es preciso darle impulso
a este proceso socialdemócrata, que se despliega según una lógica de
lucha de clases, para primero conquistar un sistema pleno de bienestar y
después, sin desmovilizar, radicalizar el mismo proceso hacia el
socialismo. En realidad, hoy tengo menos certeza que antes sobre los
pasos por seguir, pero a la vez tengo más confianza de que de algún modo
la historia nos acompaña. Tengo más certeza sobre la necesidad moral
del socialismo democrático, pero aún más sobre que la gente tomará
conciencia de que la democracia y la política ofrecen soluciones para
sus problemas, y que no será seducida por la política de exclusión, odio
y barbarie que ofrece la derecha.
Nota: traducción del inglés de Agustina Santomaso.
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