Boaventura de Sousa Santos*
▲ El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, anunció medidas para
estimular la economía del país. El gobierno planea inyectar 11 mil
millones de dólares en la economía en 2020.Foto Afp
Las palabras que más se
repiten hoy son estupefacción y perplejidad. El gobierno brasileño ha
caído en el abismo del absurdo, en la banalización total del insulto y
la agresión, en el atropello primario de las reglas mínimas de
convivencia democrática (por no hablar de las leyes y la Constitución),
en la destilación de odio y negatividad como única arma política. Todos
los días somos bombardeados con noticias y comentarios que parecen
provenir de una cloaca ideológica que ha acumulado rancidez y
descomposición durante años o siglos, y ahora rezuma el hedor más
nauseabundo y pestilente como si fuese el aroma de la novedad y la
inocencia. Esto causa estupefacción en quienes se niegan a ver
normalidad en la normalización del absurdo. La perplejidad se deriva de
otra verificación, no menos sorprendente: la aparente apatía de la
sociedad civil, de los partidos democráticos, de los movimientos
sociales y, en definitiva, de todos los que se sienten agredidos por
semejante desatino. Da la impresión de que la insistencia y el abuso de
la insolencia tienen el efecto de un gas paralizante. Es como si nuestra
casa estuviese siendo asaltada y nos escondiésemos en un rincón con el
temor de que el ladrón, si nos viese, se sintiera provocado y además de
nuestras posesiones nos quitara también la vida.
Puesto que un país es más que un conjunto de ciudadanos estupefactos y
perplejos, y como en política la fatalidad no existe, hay que pasar de
la estupefacción y la perplejidad a la indignación activa y la respuesta
organizada y consistente en nombre de una alternativa realista. Para
ello hay que responder dos preguntas principales. La primera, ¿cómo fue
posible todo esto? La segunda, ¿con qué fuerzas políticas y de qué modo
se puede organizar una respuesta democrática que ponga fin a este
vértigo y retome el camino democratizador del pasado reciente sin
cometer los errores en los que incurrió?
¿Cómo sucedió?
La reflexión al respecto debe tener siempre en cuenta los
factores internos y geoestratégicos. Las razones que llevaron a la
dictadura entre 1964 y 1985 no fueron superadas con el regreso a la
democracia. El pacto con los dictadores no permitió juzgar el terrorismo
de Estado que practicaban, exigió la continuidad (y hasta la
profundización) del modelo capitalista neoliberal, y no resolvió la
cuestión de la concentración de la tierra, sino al contrario, la agravó,
permitiendo a las élites patrimonialistas servirse de la democracia
como antes se habían servido de la dictadura. La Constitución de 1988
contiene una profunda vocación democratizadora que las élites nunca han
tomado en serio.
La continuidad también se produjo en el campo de las alineaciones
geoestratégicas. Es conocida la intervención estadunidense en el golpe
de Estado de 1964 y esa tutela imperial no terminó con la transición
democrática. Solo cambió de discurso y táctica. Organizaciones
internacionales de la llamada sociedad civil, formación de
jóvenes líderes,
promociónde un sistema judicial conservador e iglesias evangélicas fueron los vehículos privilegiados para frenar la politización de las desigualdades sociales causadas por el neoliberalismo. En este ámbito, el largo papado de Juan Pablo II (1978-2005) desempeñó un papel decisivo. Liquidó el potencial emancipador de la teología de la liberación y permitió que en las periferias pobres el vacío lo ocupara la teología de la prosperidad, hoy dominante. La receta neoliberal se aplicó en el subcontinente con especial dureza en los años 1990. Suscitó movimientos de resistencia que en la década de 2000 permitieron la llegada al poder de gobiernos de partidos de izquierda, en el caso de Brasil siempre en coalición con partidos de derecha. Este hecho coincidió (no por casualidad) con el descuido momentáneo del Imperio, embarrado en el pantano de Irak desde 2003.
Las lecciones que se pueden extraer de este periodo son las
siguientes. La izquierda se embriagó con el poder del gobierno y lo
confundió con el poder social y económico que nunca tuvo. El Foro Social
Mundial (FSM), del que fui uno de los impulsores desde sus inicios,
creó la ilusión de una fuerte movilización política de base. Tenían
razón quienes advirtieron desde el principio que el predominio de las
ONG en el FSM contribuía a la despolitización de los movimientos. La
izquierda partidaria abandonó las periferias y se refugió en la
comodidad de los palacios de gobierno. Mientras tanto, en el Brasil
profundo el trabajo ideológico conservador seguía su camino, listo para
ser aprovechado por la extrema derecha. Bolsonaro no es un creador, es
una creación. La parálisis de la sociedad política progresista y
organizada viene de lejos. Si ahora es visible es porque sólo ahora se
sufren sus peores consecuencias. Se concedieron las mejores condiciones
operativas y remuneratorias al sistema judicial y al sistema de
investigación criminal, pero se creía que eran órganos políticamente
neutrales del Estado. De la operación militar-mediática de 1964 a la
operación judicial-mediática de 2014 hay una gran distancia y
diferencia. Pero tienen dos puntos en común. Primero, la demonización de
la política es el arma política privilegiada de la extrema derecha para
asaltar el poder. Segundo, las fuerzas políticas de derecha se sirven
de la democracia cuando esta les sirve. Pero cuando la opción es entre
democracia o exclusión, o entre libertad política o libertad económica,
optan siempre por la exclusión y por la libertad económica.
La respuesta democrática
No se pueden improvisar soluciones de corto plazo para
problemas estructurales. La historia de Brasil es una historia de
exclusión social causada por una articulación tóxica entre capitalismo,
colonialismo y patriarcado o, con más precisión, heteropatriarcado. Las
conquistas de inclusión fueron conseguidas con muchas luchas sociales,
casi nunca llegaron a consolidarse y han estado sujetas a retrocesos
violentos, como sucede hoy. La victoria de la extrema derecha no fue una
simple derrota electoral de las izquierdas. Fue la culminación de un
proceso golpista con fachada institucional en el que, en el plano
electoral, las izquierdas hasta probaron una resiliencia notable en las
condiciones de una democracia al borde del abismo en que lucharon. Lo
que hubo fue una vasta destrucción de la institucionalidad democrática y
un retorno del capitalismo salvaje y del colonialismo por vía de la
siempre vieja y siempre renovada recolonización imperial y
evangelización conservadora. La sensación de tener que comenzar todo de
nuevo es frustrante, pero no puede ser paralizadora. Por otro lado, es
necesario actuar de inmediato para salvar lo que queda de la democracia
brasileña. Lo más grave que está ocurriendo no es solo el hecho de que
el monopolio de la violencia legítima por parte del Estado está siendo
usado antidemocráticamente (y, por tanto, de manera ilegítima), como
bien revela la operación Lava Jato. Es también el hecho de que
el Estado está perdiendo visiblemente ese monopolio con el incremento de
actores armados no estatales, tanto en la ciudad como en el campo.
El corto y el mediano plazo no tienen que chocar necesariamente si se
tuviera una visión estratégica del momento y de las fuerzas con las que
se puede contar. Es urgente revolucionar la democracia y democratizar
la revolución, pues de otro modo el capitalismo y el colonialismo harán
una farsa cruel de lo que todavía resta de democracia. Para este
propósito, las diferentes fuerzas de izquierda deben abandonar
sectarismos y unirse en la defensa de la democracia. Por otro lado,
tienen que evitar a toda costa articulaciones con la derecha, aunque eso
cueste la conquista del poder. En las condiciones actuales, conquistar
el poder para gobernar con la derecha es un suicidio político.
A corto plazo, veo tres iniciativas realistas. La primera es que los
movimientos sociales tienen que reinventar el Foro Social Mundial, esta
vez sin tutelas de ONG y con la atención centrada en las exclusiones más
radicales vigentes en el país. En ese sentido, el movimiento indígena,
el movimiento negro y el movimiento de mujeres y LGTBI son, en toda su
pluralidad interna, los sujetos más creíbles para tomar la iniciativa.
Segunda: el sistema judicial fue llevado a un desgaste extraordinario
por la manipulación grosera a la que ha sido sometido por Moro y CIA al
servicio del imperialismo. Pero es un sistema internamente
diversificado, y persisten en él grupos significativos de magistrados
que entienden que su misión institucional y democrática consiste en
respetar el debido proceso y hablar exclusivamente mediante sus fallos.
La violación grosera de esta misión denunciada por la Vaza Jato
está obligando a las organizaciones profesionales a desmarcarse de los
aprendices de brujo. La reciente declaración pública de la Asociación de
Jueces para la Democracia en sentido de que el expresidente Lula da
Silva es un preso político, constituye una señal auspiciosa del camino
iniciado para recuperar la credibilidad del sistema judicial.
La tercera iniciativa debe producirse en el sistema
político-partidario. Las elecciones municipales de 2020 son la
oportunidad para comenzar a frenar a la extrema derecha y dar ejemplos
concretos de cómo las fuerzas de izquierda pueden unirse para defender
la democracia. Tres ciudades importantes pueden ser la plataforma para
la resistencia: Río de Janeiro, Sao Paulo y Porto Alegre. En Río de
Janeiro, Marcelo Freixo del PSOL es el candidato indiscutible para
articular las fuerzas de izquierda. En las otras dos ciudades, son
indispensables dos cuadros importantes del PT: Fernando Haddad en Sao
Paulo y Tarso Genro en Porto Alegre. Se trata de dos políticos que
salieron fortalecidos de la crisis, el primero por el modo
extraordinario como enfrentó a Bolsonaro y en las condiciones en que lo
hizo, y el segundo por haber sido uno de los mejores ministros de la
historia de la democracia brasileña y por la integridad que mostró
durante todas las crisis por las que pasó el PT mientras fue titular del
Gobierno. Los demócratas brasileños deben transmitir a estos políticos
el sentimiento de que su momento llegó nuevamente, ahora para comenzar
todo de nuevo y desde el nivel local.
*Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario