A 37 años de la masacre en Plan de Sánchez
Revisando
mi archivo de fotos en papel encontré algunas que había tomado en Plan
de Sánchez, caserío de Rabinal, al que se llega ascendiendo por un bello
camino en medio de arboledas donde, recuerdo, predomina el pino. Las
tomé un día en el que se conmemoraba un acontecimiento terrible, la
masacre perpetrada por el ejército en esa comunidad el 18 de julio de
1982. Tiempos del general Efraín Ríos Mont, quien decidió con plena
voluntad, o por cobardía, continuar con el trabajo perverso iniciado por
Benedicto Lucas García promovido dentro del contexto del pavoroso plan
de tierra arrasada gestado en el Estado Mayor del Ejército de la época.
Inmediatamente
después de ese viaje, indignado y conmovido después de escuchar a un
testigo y ver a las personas del lugar, especialmente a niñas y niños
que de haber vivido en esa ápoca ya no existirían, escribí una pequeña
nota que titulé Unas palabras por Rabinal. Su difusión fue
escasa. Sin embargo, los testimonios de ese día no son los únicos que he
escuchado o leído. Para quién tiene voluntad de escuchar o indagar, los
testimonios son como una catarata de ignominias que gran parte de
nuestra sociedad ignora y no conmueve. Estos hechos que se me atragantan
cuando los recuerdo, y muchas veces los recuerdo a través del cinismo
de quienes los justifican en nombre de la salvación de la patria o con
la pose arrogante del perdón y olvido de hechores y cómplices (sin actos
de contrición visibles). He escrito en varias ocasiones como queriendo
sacudir el demonio del espanto, pero la reiteración de las imágenes del
horror, por un lado, y la desvergüenza por el otro, no dejarán que esta
sociedad supere la anomia en que vivimos; algo común en otras sociedades
que haya sufrido eventos similares. Yo pregunto ¿Cuánto espacio
histórico ha ocupado el Holocausto judío? Un espacio enorme y, por
supuesto, justificado. Mi segunda pregunta es ¿los habitantes de este
país, especialmente los que sufrieron los horrendos crímenes masivos no
tienen el mismo valor como personas? ¿Los niños que sufrieron la inmensa
tortura de las llamas y el terror no merecen el mismo dolor y compasión
que los hijos y nietos de los acomodados que hoy ostentan la banalidad y
la estulticia de sus argumentos? ¿O quizás siguen pensando que esos
niños de dos y tres años eran terroristas? Por eso, al observar de nuevo
las fotos, recordé que las imágenes pueden llevar un mensaje que
estimula las neuronas en espejo de quien lo necesite para sensibilizarse
y, de esa manera, sentir más cerca las crueldades y el dolor de la
realidad social que vivimos.
Por todo eso podría preguntar
si la belleza y la inocencia de las niñas de la foto que muestro a
continuación, que nos debería provocar un estado emocional de alegría,
nos trae aparejada en esta ocasión, con la historia de ese pueblo, una
tremenda opresión en el pecho por el recuerdo de lo sucedido a niñas
como ellas unos años antes, en 1982.
II
Unas palabras por Rabinal
En
Plan de Sánchez hay una pequeña capilla construida sobre una fosa
común. Llegué justamente un día que se conmemoraba un aniversario de la
masacre del 18 de julio de 1982. Al entrar encontré a hombres y mujeres
orando o en silencio envueltos por una nube de incienso. Algunos niños
sentados junto a sus padres, otros, los más pequeños, jugando. El
ambiente no dejaba espacio a emociones asténicas. Las profundidades del
recuerdo, incluso de los que no vivieron la tragedia de manera directa,
se reflejaba en los rostros pensativos y tristes. La historia la cuentan
los sobrevivientes y una placa conmemorativa que hace las veces de
lápida colocada arriba de la puerta del pequeño templo católico. El
ejército llegó y asesinó de manera despiadada a gente como la que, en
ese día, conmemoraba el sacrificio incomprensible de sus parientes.
Hombres y mujeres asesinados mientras huían, niños que recibían el
catecismo (justamente en el lugar donde se erige hoy la iglesia) fueron
masacrados en ese mismo lugar. Muchas niñas fueron sexualmente violadas
por la horda. La historia de Plan de Sánchez no es la única en el
municipio de Rabinal: Río Negro, Chichupac, Panacal, entre otras, dan
testimonios de terror e ignominia, como lo dan otras 600 comunidades del
país.
Desde entonces han pasado muchas
cosas. Se firmó la paz, la Comisión de Esclarecimiento Histórico ha
dejado un testimonio documentado sobre la barbarie, cuyo valor sólo
puede ser negado por la necedad y el descaro de los victimarios. Los
familiares luchan por rescatar la dignidad de las víctimas a través de
exhumaciones, conmemoraciones y demandas que casi invariablemente se
empantanan en el sistema judicial. Pero también han pasado otras cosas
que perturban la conciencia. La firma de la paz parece ser sólo tinta
sobre papel y una fecha que marca el inicio de un “síndrome de
posguerra”; eufemismo de una implacable anomia que nos azota sin piedad.
Ilusiones que se van y desesperanza que crece en medio de una
descomposición que no parece tocar fondo. La profundidad de este
fenómeno es obvia, como obvios son sus principales fuentes: un poder
militar, económico y político cínico y corrupto cuyo estrecho parentesco
con el crimen organizado es imposible de ocultar.
Por
otro lado, la institución militar no ha tenido la valentía de reconocer
el significado monstruoso de sus acciones del pasado. La dignidad de
pedir perdón está ausente de su racionalidad. Los militares que no
tuvieron responsabilidad con esa política parecen no darse cuenta del
significado de un silencio o de un discurso “justificador” que no los
honra. No es eso lo peor. Lo más golpeante es que ciertos sectores de la
sociedad no han sido capaces de internalizar el dolor e indignación de
las víctimas y hacerlo suyo, como cualquier ser humano que se respete.
La insensibilidad, la distancia de clase, el racismo y el egoísmo es
parte de su “ethos”. Muestra de ello es la mediocridad de las respuestas
de ciertos políticos ante los acontecimientos ocurridos el sábado 14 de
junio en Rabinal (el señor Berger hasta en eso dejó constancia de su
endeblez). Condenan la indignación de los ultrajados y ¡olvidan la
violencia! altanera y provocadora resultante de la presencia de un
general que, en un sólo año, promovió o consintió más crímenes que en
todo el resto del conflicto armado en su conjunto.
Por
otro lado, el “brinco” desde algunas militancias de izquierda o de
derechos humanos, hacia la impresentable pretensión de lavarle la cara
al general genocida, y otros de la misma estirpe, sólo puede explicarse
por razones de estómago, perversiones de la psicología profunda o,
mejor, con interrogantes sobre las motivaciones reales por las que, en
un tiempo, se ubicaron en los terrenos de lucha por una sociedad más
justa. Hoy, soportar en la primera plana, la triste presencia del
comandante Pancho al lado del general es, también, una cuestión de
estómago.
Ver a los pobladores de Rabinal, de Plan de
Sánchez y otras comunidades, cargando los restos de sus seres queridos
(hombres mujeres y niños), en pequeñas cajas de madera y de cartón, es
un llamado a la conciencia, que ningún discurso demagógico puede
desvirtuar. Ver a los pobladores de Rabinal mostrando en sus rostros la
indignación, es un signo de esperanza.
III
https://www.alainet.org/es/articulo/201090
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