Memoria
Dario Radio U de Chile
45 años han transcurrido de la caída en combate de
Miguel Enríquez quienes lo perseguían y finalmente asesinaron no podían
imaginar que, mientras ellos yacen consumidos de olvido y estigma, el
Secretario General del MIR sigue siendo recordado como un ejemplo que
dedicó su vida y la entregó por los oprimido de nuestro país. Esas
particularidades se encuentran en muchos hombres y mujeres de América
Latina, Miguel no fue una excepción ni es un caso aislado, su compromiso
no representaba la búsqueda innecesaria del martirio ni la gloria
efímera si no que representaba la síntesis de un proceso social que lo
llevó a enfrentar las contradicciones de un periodo trágico de la
historia de Chile.
Los seres humanos nos moveremos en la vida a causa de
muchas motivaciones e interpelaciones, si observamos retrospectivamente
los hechos políticos de heterogénea talente podemos concluir siempre
hubo quienes pusieron su vida a disposición de causas emancipadoras. En
el territorio invadido por los españoles que hoy habitamos bajo el
nombre Chile, el pueblo Mapuche hizo sacrificios inmolatorios para
defenderse y resistir por cientos de años a más de un imperio que
brutalmente buscó apropiarse del Wallmapu. Podemos revisar la
larga secuela de mártires, hombres y mujeres de trabajadores que
dispusieron sus vidas en la lucha por sus derechos.
¿Qué interpeló al Secretario General del MIR a la
rebeldía y a comprometerse sin vacilación, sin aprobación y sin
ambivalencias en la lucha contra el capitalismo y su expresión más
brutal, la dictadura cívico-militar que devasto a Chile en la década del
70 y 80? ¿Por qué se impulsó la política de No al asilo? ¿Por qué Miguel y cientos de militantes del MIR, hombres
y mujeres, comprometen toda la trascendencia de la vida para derrocar
al régimen cívico encabezado por Pinochet?
En los fatales días del golpe de Estado, Salvador
Allende y Víctor Jara tributaron con sus vidas la lealtad del pueblo
como sentenció en más de una ocasión el Presidente Allende. Las
consecuencias de la mano criminal que se precipitoó sobre el pueblo de
Chile se extendieron a muchos hombres y mujeres en todo el país.
Roberto Guzmán Santa Cruz en la Serena, José Gregorio Liendo, Fernando
Krauss en el complejo maderero de Panguipulli, junto a un gran número de
militantes del MIR y del MCR. En Santiago caería abatido protegiendo la
retirada de miembros de la Dirección, Eduardo Ojeda, “León”, en
Indumet.
En esos días el MIR no se disponía enterrar su vida ni a
quemar libros ni documentos, había que salvar todo lo que fuese
posible, documentos, armas y la vida de hombres y mujeres que militaban
en el MIR, había que salvar la vida. Miguel fue, quizás en ese contexto,
el más elocuente al respecto; fraterno, solidario, y dispuesto a
jugarse la vida por la revolución, ello incluía a sus compañeros y
compañeras. No obstante, como recuerda Carmen Castillo, “Cada acción de
nuestros días, el menor gesto en ese lugar, realizado como si fuera el
último. Ni una componenda, ninguna ligereza, ninguna flaqueza que
hubiera que reparar al día siguiente. No teníamos tiempo para eso. La
belleza de la vida”.
El ejemplo que irradiaban los caídos durante el golpe de
Estado y los que enfrentaron con dignidad la furia golpista nos cubría
de un manto ético y moral que no podíamos eludir, menos aún quienes
llamaban a pueblo a la revolución y a resistir con las armas en la mano.
Para la Dirección del MIR, escapar a las embajadas como
lo hicieron los cobardes de Patria y Libertad durante el tanquetazo en
junio de 1973, no era una opción. Así lo expresa el llamado de la
Comisión Política encabezada por Miguel. La política de no al asilo no
fue una consigna ni un slogan, era lo que había que hacer desafiados por
una coyuntura crucial en la que Miguel y el MIR convocaba unos meses
antes en el Teatro Caupolicán, a la clase trabajadora a marchar hacia
adelante “Con todas las fuerzas de la historia”. Retrotraer la historia
es un ejercicio ficticio que puede llevar a abandonar la idea misma de
la lucha revolucionaria si llegamos a la conclusión de renegar de
nuestras responsabilidades como entes políticos comprometidos con las
luchas del pueblo. Ello no implica esquivar la evaluación crítica del
desempeño del MIR y especialmente su dirección en la derrota de
septiembre de 1973 y la división de fines de los años 80, pero debe
mediar un análisis serio y colectivo al respecto tal como lo esbozó la
Dirección de ese partido en enero de 1984 [1].
“La Dirección tomo la decisión de mantenerse en Chile y
pasar al conjunto del partido a la clandestinidad. El rechazo al exilio
se levantó como una política de principios. Esta política del MIR tuvo
gran importancia por la fuerza moral que significó en un momento de
desbande de la izquierda el que los revolucionarios se propusieran
aferrarse a su pueblo y luchar junto a él. También apuntaba a la
necesidad de un repliegue ordenado. Sin embargo cometimos el error de
extremar esta política y levantar a la calidad de principio una medida
de manejo táctico. Con el tiempo aparece como más correcto el haber
implementado una táctica más selectiva: haber replegado a la retaguardia
exterior una parte de la Dirección, y haber mantenido otra parte en
Chile; haber replegado una parte de los cuadros y militantes
perseguidos, manteniendo a aquellos que podían vivir legalmente en el
país y un núcleo de cuadros ilegales de modo de no sobrecargar el
Partido con cuadros perseguidos”.
Nos distanciábamos de ese modo del “asilo contra la
opresión”, evidentemente la clase obrera y el pueblo y los pobres del
campo y la ciudad no podían correr a las embajadas para evadir la
persecución, pudo el MIR hacer algo diferente enfrentado a esa candente
coyuntura?
Miguel estaría seguramente hoy inmerso en las luchas del
presente; y lo está, bregando por la ruptura con el modelo neoliberal y
sus secuelas en materia educacional, laboral, pensiones, salud,
vivienda, ambiental, contra la impunidad y reivindicando la dignidad y
territorialidad del pueblo mapuche y los derechos de la mujer,
rescatando el rol del Estado y la democratización de las fuerzas armadas
y la asamblea constituyente.
En todas esas luchas reencontramos nuevamente a Miguel;
tenaz, leal, consecuente, astuto y lúcido. Sin embargo Miguel trasciende
al MIR y es hoy parte del patrimonio político de la rebeldía de nuevas
generaciones que irrumpe para romper con el pasado de derrotas y el
sistema político que nos domina.
Para impulsar los cambios del presente y del futuro es
necesaria la misma audacia, coraje político, creatividad cultural y
visión estratégica que tuvo Miguel y la generación de hombres y mujeres
que fundó al MIR. Dicho de otro modo estamos forzados a que la
revolución a la cual postulamos la debemos empezar por revolucionarnos
nosotros mismo primero, parafraseando un concepto esgrimido por la
historia.
Y quizás recoger el emplazamiento contemporáneo que nos interpela la juventud cubana en palabras de Rosario Alfonso Parodi [2].
“Nosotros, los cubanos, que no podemos asistir, ni
lo haremos, al fracaso de la izquierda, del socialismo o de la
revolución, le decimos a Miguel Enríquez, que su turno es verdaderamente
hoy; que sus ideas y su proyecto contra el imperialismo y todas sus
representaciones materiales y mentales, contra el dogmatismo y todas sus
representaciones materiales y mentales, tienen la fortaleza y el vigor
de la vida, tienen la vivencia íntima del hombre que lucha por la
libertad del hombre.Por eso, Miguel Enríquez, ahora que es nuestro turno
también, acompáñanos”.
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