Un fatal error de
navegación posibilitó, junto a la codicia y el extremismo católico de la
corona española, uno de los mayores genocidios de la historia. La turba
de desesperados, ex presidiarios, aventureros y fundamentalistas que
invadió en sucesivas oleadas las “Indias”, condenó a la población local a
ser diezmada, despojada y esclavizada.
Mientras en una Europa
arrasada por la pobreza, la enfermedad, las guerras intestinas, contra
el Islam y la inquisición medieval despuntaba no sin esfuerzo la luz del
Humanismo renacentista, la Iglesia imponía su credo a sangre y fuego en
los nuevos territorios.
América, la llamaron tiempo después, en
honor a un comerciante-navegante florentino allegado a la familia
Médici. En adelante, la Corona española, la portuguesa y los violentos
recién llegados se repartieron territorio y fortuna, compartiendo la
triste gloria de sus delitos de lesa humanidad.
A compartir el
triste destino de los menguados autóctonos – llamados “indígenas” en
honor al mismo error fundacional de los colonizadores - émulos de Colón
-, fueron traídos en cadenas africanos esclavizados. Para gloria y
fortuna de los dueños de las plantaciones, pertenecientes a la
aristocracia criolla.
Al abominable saqueo se sumaron ingleses y
franceses hasta que una de las antiguas colonias –replicando las
antiguas enseñanzas de su madre patria británica- barrió a los demás
piratas y reclamó potestad -ya entrado el siglo XX- sobre un
conglomerado de repúblicas dominadas por una oligarquía criolla surgida
de la misma prosapia colonial.
Oligarquía a la que se sumaron
inmigrantes de Medio Oriente o expulsados de Europa del Este, cuya
cultura de avezados comerciantes los hizo colocarse rápidamente en
situación económica ventajosa.
Para los esclavos y los
autóctonos, sus hijos y los descendientes de una cruza mayoritariamente
forzada, quedó tan sólo la servidumbre y la aceptación de una cultura
extraña como superior, a fuerza de látigo, hambre y plomo. Esa es la
breve historia de la “civilización” de América y de la crucifixión de
sus culturas originarias.
Una herida en llaga
La
matriz económica fundada en la exportación de productos primarios, la
imposición de deudas, el subdesarrollo tecnológico, la enorme
desigualdad, la extranjerización de sus principales activos y la
instalación de una minoría acaudalada al comando de los asuntos públicos
son herencia directa del mundo colonial.
El sistema
republicano, importado de la democracia burguesa del norte, es venerado
como único posible a pesar de que hace agua a manos de la falta de real
participación ciudadana, la manipulación mediática, la conspiración
geoestratégica, la persecución política y la violencia estatal.
De un calado histórico determinante ha sido la extirpación y negación de
la subjetividad cultural de los conquistados, condición de
perdurabilidad que habitualmente intentan implantar los imperios, aunque
siempre de manera imperfecta. En la época colonial, las clases
dominantes miraban al “refinamiento” europeo como la cúspide de las
buenas costumbres y el buen gusto. Igual a lo que sucede hoy, cuando los
sectores medios y altos de las sociedades latinoamericano caribeñas
miran al Norte con admiración, despreciando por completo la riqueza
cultural del suelo que habitan.
Indio o negro continúan siendo
términos despectivos y los indios y los negros continúan siendo los
últimos de la tierra. Ser indio o negro es considerado hasta hoy
sinónimo de atraso y aún exhibiendo en el propio rostro la historia y la
cultura mestizada de indios o negros, muchos prefieren distanciarse de
su memoria. Esta negación cultural fue exigida pero también utilizada
por el poder blanco para impedir que indios y negros y sus descendientes
tuvieran acceso a formación profesional y con ello a ascenso social y
por supuesto a toda posibilidad de obtener incidencia política.
Por eso mismo, aquél que quería “escalar” socialmente debía abjurar de
toda condición indígena o negra. Para ser aceptado y pertenecer, aunque
de modo subalterno, el mestizo debía demostrar su desprecio por sí
mismo, debía dividirse y combatir internamente su ligazón histórica con
los sometidos, colaborando así con el sistema de opresión.
A
esta porción de la población se agregó una nueva inmigración de
europeos. Algunos trajeron su modelo de ideación técnico y conocimiento
industrial. Otros tantos, su arraigada tendencia a la comercialización,
lo que les permitió forjarse rápidamente una posición social intermedia.
Su historia, hábitos e inserción generaron una nueva grieta, a
distancia de los segregados parias americanos. Hubo también entre ellos
muchos luchadores por sociedades equitativas, pero la empatía profunda
llegó sólo a una minoría que se atrevió a reconocer la plena humanidad
en el otro.
Sobre esta estructura sicosocial de oligarquías
extranjerizadas, de sectores medios compuestos por inmigrantes
diferenciadores y mestizos complacientes y de una casta segregada de
negros, indígenas y mestizos pobres, se pretendió erigir la ficción de
una república de iguales derechos.
La geolocalización social de América Latina y el Caribe
La pobreza es visible y fácilmente geolocalizable. No así la riqueza
que se esconde detrás de gruesos muros electrificados, de exilios
voluntarios u obligados, que se oculta en múltiples paraísos fiscales,
que se fuga a casas matrices de corporaciones o a la órbita especulativa
y de inversión internacional.
En las ciudades, donde hoy vive
más del 80% de la población latinoamericana, debido al alto costo del
suelo (producto de la especulación inmobiliaria) la pobreza se encuentra
en los altos cerros y morros, pero también en las ciénagas y las
periferias urbanas sin servicios públicos. Es habitual también que los
marginados se asienten en zonas cercanas a donde las urbes desaguan sus
desechos y olvidan sus derechos.
En las zonas rurales la mayoría es indígena o proviene de su mestizaje.
La segregación tiene rasgos y color. Los marginados portan su origen en
la piel, en sus ojos y cabello. Llevan la historia tallada en sus
facciones.
La orografía humana de América Latina y el Caribe
muestra además que las zonas más abandonadas, empobrecidas,
subdesarrolladas o alejadas son habitadas mayoritariamente por indígenas
y negros. El Nordeste brasileño, el Chocó colombiano, Haití y la mayor
parte del Caribe, la Sierra y Amazonía ecuatorianas, el Ande peruano y
boliviano, el Norte argentino, la selva paraguaya, el Sur mexicano, la
ruralidad guatemalteca y salvadoreña, el Darién panameño, la costa del
Pacífico en Nicaragua, Honduras y Costa Rica son ejemplos vívidos.
Huyendo a zonas liberadas de esclavitud, permaneciendo forzadamente en
zonas portuarias y periurbanas o resistiendo a la termita devoradora del
capitalismo en entornos difíciles y poco accesibles, más de un cuarto
de la población latinoamericana continúa siendo discriminada y
explotada.
La rebelión de los discriminados y la contrarrevolución racista
Las revueltas negras e indígenas fueron numerosas y han sido el germen
inequívoco de posteriores gestas libertarias republicanas. Rebeliones
que tuvieron en ocasiones relativo éxito aunque fueron invariablemente
respondidas con represión, tormento y asesinato por parte del poder
establecido.
En la mayor parte de los países de Latinoamérica y
el Caribe, la abolición de la esclavitud se decretó en la primera mitad
del siglo XIX, a excepción del Brasil, en la que hacendados y el Imperio
se resistieron hasta 1888. En relación a la población indígena, los
sistemas de mita y encomienda a favor de conquistadores fueron recién
prohibidos hacia fines del siglo XVIII. En la práctica, indígenas y
negros siguieron sirviendo con escasa remuneración y generalizado
desprecio.
En tiempos más recientes, los pueblos indígenas y
afrodescendientes optaron por distintos caminos. Uno de ellos fue
adscribir a procesos nacionales de emancipación popular como en Cuba,
Venezuela o Brasil, siendo masacrados en Guatemala y el Salvador por el
terrorismo de Estado, lo mismo que en Perú, tanto por la dictadura
fujimorista como por la insurgencia maoísta.
Una variante
distinta y muy significativa ha sido la emergencia del EZLN en México,
con la denuncia del Estado como mecanismo de sojuzgamiento y la
afirmación del autogobierno local.
Casos sobresalientes lo
constituyen Ecuador o Bolivia, donde el movimiento indígena adoptó la
estrategia de la plurinacionalidad en defensa de sus reivindicaciones
colectivas y derecho a la autonomía. En la nación andina, los
movimientos indígenas y sociales llevaron a Evo Morales a ser el primer
presidente de origen indígena. En Ecuador, como en Bolivia, las
organizaciones indígenas emergen como sujetos políticos fundamentales en
razón de su poder de movilización, pero cuya incidencia electoral
disminuye debido a su concentración territorial y su menor peso
demográfico.
A esta legítima rebelión de negros e indígenas, tal
como en épocas pretéritas, los sectores dominantes oponen un racismo
despiadado. En ocasiones sin cortapisas, como es el caso de la
ultraderecha blanca en Bolivia, Brasil, Ecuador, Chile o Uruguay, por
sólo citar algunas, en asociación con los nuevos fundamentalistas
evangélicos y sectores del ejército. En otros casos con engaños
mediatizados, clavando la cuchilla en el segregacionismo latente en
parte de los sectores medios. Único modo de dividir a las mayorías
poblacionales, que de otro modo, en unidad, no podrían dominar.
Reparación y reconstitución social
Los llamados a una conciliación social voluntarista, como muestran las
estadísticas y un proceso que lleva ya varios siglos son ingenuas y poco
eficientes. La recomposición del tejido social exige la nivelación de
condiciones de vida y la diversidad de posibilidades vitales para todos.
Una efectiva nivelación de oportunidades afecta sin duda la
estructura general de un sistema de lucro exorbitante para pocos y una
geoeconomía cuyas posiciones dominantes están enclavadas – al menos
hasta la reciente emergencia de China – en el Norte global.
La
Comisión de Reparación del Caribe, organismo surgido del CARICOM en su
Plan de 10 Puntos, señala que es imprescindible que las naciones
europeas acepten su responsabilidad histórica por los crímenes
cometidos. Dicho plan incluye como ejes fundamentales la repatriación y
reinserción de aquellos descendientes de africanos que así lo quieran,
ofrecer desarrollo con participación a las comunidades indígenas,
erradicar el analfabetismo, ampliar el sistema de salud y el acceso a la
educación y posibilitar un conocimiento más profundo de su propia y
dolorosa historia.
Al mismo tiempo, se indica que el
subdesarrollo tecnológico y la condena de la exportación de productos
primarios generada por el sistema colonial deben ser reparadas, al menos
parcialmente, con una abundante transferencia de capacidades
tecnológicas y científicas y del mismo modo, ser canceladas las deudas
impuestas por la usura anterior y actual.
Para que proclamas,
declaraciones y planificaciones bienintencionadas se conviertan en
hechos, es preciso remover las estructuras a través de fuertes
movimientos emancipadores que promuevan la redistribución y el acceso al
conocimiento al interior de sus países y conformen un poderoso eje de
integración y unidad para equilibrar la relación de fuerzas existente.
A fin de proceder a una verdadera reconciliación, sin embargo, habrá de
realizarse en simultáneo un ejercicio doblemente difícil. Será
procedente comprender las corrientes subjetivas que fluyen en el
interior de conjuntos e individuos, cuyos profundos significados
culturales, generacionales y biográficos son condicionantes de su
accionar. De allí surgen comprensiones transformadoras que constituyen
el piso firme del mañana.
América Latina y el Caribe es sometida
hoy a una intensa presión del poder del Norte, constituyendo una pieza
clave en el sostenimiento del viejo mundo o en la apertura a uno nuevo,
multilateral, libre, compartido, humanista. Un error en la elección de
los pueblos no podrá detener la historia, pero sí retrasarla.
Javier
Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de
Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias
Pressenza.
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