Alejandro Nadal
La Jornada
En su obra Movimientos seculares de la producción y los precios
(1930), Simon Kuznets señaló que la principal causa del atraso de una
industria reside en la reducción de su ritmo de innovación tecnológica.
Para Kuznets, el desarrollo tecnológico puede alcanzar un ritmo muy
acelerado de mutaciones y mejoras. Pero cada mejoría reduce las
oportunidades de mayores progresos en el futuro. Cuando eso sucede, el
ritmo del crecimiento y las inversiones se hacen cada vez más lentos.
En esos casos el ritmo de cambio técnico se mantiene introduciendo
pequeñas innovaciones que mejoran marginalmente el desempeño de la
plataforma original, pero a un costo cada vez más alto. Todo termina
pareciéndose a una pieza de arte barroco, en la que la acumulación de
capas ornamentales sólo lleva al manierismo y la extravagancia. En
materia de armamentos, el término de arsenal barroco fue inicialmente
acuñado por el físico Herbert York, uno de los desarrolladores de la
bomba atómica y después fue popularizado en un libro extraordinario de
Mary Kaldor sobre tecnología militar.
Hoy la idea del arsenal barroco, caro y decadente, regresa con la
portentosa aventura del avión F-35. Es uno de los mejores ejemplos sobre
los efectos negativos de la tecnología militar sobre la industria
civil.
Hace 20 años el Departamento de Defensa en Estados Unidos dio a
conocer los planes para un nuevo avión de combate. En gran despliegue de
publicidad se habló de una nave furtiva que garantizaría la supremacía
aérea hasta bien avanzado el siglo XXI.
Desde los planos originales, el F-35 tenía como misión llenar
múltiples requisitos. Debía volar más rápido que sus antecesores, poseer
mayor maniobrabilidad, alcance y poder destructivo. Sería capaz de
despegar y aterrizar verticalmente, y tendría una mayor y más
sofisticada capacidad para la guerra electrónica. Alcanzar esta serie de
objetivos simultáneamente ya se anunciaba como una tarea difícil. Por
si esto fuera poco, el F-35 debía ser un avión furtivo (o lo que en la
jerga anglosajona se denomina stealth).
Ese último requisito tiene muchas implicaciones para la arquitectura
del avión. Para lograr una huella de radar pequeña y lograr evadir las
defensas enemigas, un avión furtivo debe estar revestido de material que
absorba las señales de radar. Adicionalmente, todo el armamento y
tanques de combustible adicionales tienen que estar al interior del
fuselaje. De lo contrario, la silueta electrónica del avión sería
visible para los radares enemigos.
El resultado final fue un desastre tecnológico, militar y económico.
El F-35 resultó ser el avión militar más caro del mundo (con un costo
aproximado de 120 millones de dólares por ejemplar). Además, su
desempeño es inferior en cada uno de los rubros en que se pensaba
tendría superioridad. Mientras el F-35 es capaz de alcanzar una
velocidad de Mach 1.3, sus predecesores pueden desplazarse a velocidades
superiores a Mach dos. En lo que concierne a la maniobrabilidad, el
F-35 no puede dar las vueltas en ángulos cerrados que se necesitan para
evadir defensas anti-aéreas. Es cierto que el F-35 puede aterrizar
verticalmente en la cubierta de un barco, pero eso es lo que lo hace
menos rápido. Ciertamente no tiene la velocidad para tratar de
escapársele a un misil S 400 ruso, que alcanza velocidades de hasta Mach
14. Este deficiente desempeño se relaciona con las restricciones que
cada uno de sus múltiples objetivos impone sobre los demás.
El revestimiento y la silueta del F-35 le permiten absorber o desviar
las señales de radar, pero no lo ocultan totalmente. La cantidad de
señales de radar que un objeto regresa al emisor se mide por su
perfil transversal de radar. Los aviones de la cuarta generación (F-18) tienen un perfil de entre cinco y 10 metros cuadrados. El perfil transversal de radar del F-35 es mil veces más reducido, lo que le permite acercarse a las defensas y blancos enemigos antes de ser detectado. Sin embargo, todo eso depende de la longitud de ondas de radar utilizadas. En 1999, un F-117 estadunidense furtivo fue derribado por un misil antiaéreo en Yugoslavia. Ese misil no era muy sofisticado, pero se usó un radar de onda larga y el tan publicitado Stealth Nighthawk no pudo evadirlos.
El F-35 ya es considerado uno de los peores fiascos en la historia de
la industria militar. Su costo ha rebasado todas las previsiones y
alcanza ya la cifra de 1.4 billones (castellanos) de dólares durante la
vida útil del proyecto. La red de proveedores del contratista principal,
Martin Lockheed, cubre todo el territorio estadunidense. Así que el
efecto de arrastre de este desplante tecnológico decadente ha
contaminando el tejido industrial de todas las entidades federativas.
Así como el programa de máquinas herramientas de control numérico del
Pentágono tuvo efectos negativos en la industria de máquinas
herramientas de Estados Unidos durante los años 1950-60, hoy las
preferencias del complejo militar industrial siguen erosionando la
competitividad de la industria estadunidense.
Twitter: @anadaloficial
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