Si usted visita EE.UU.
podrá ver la enorme atención que los principales medios de información
de aquel país dedican al presidente Trump. En realidad, sus actividades
centran las noticias políticas de la jornada, día tras día, desde el
inicio de su mandato. Tal cobertura mediática tiende a ser negativa,
criticándolo primordialmente por sus maneras, sus falsedades, sus
groserías, sus salidas de tono muy poco presidenciales y un largo
etcétera. Y lo mismo ocurre, por cierto, en los principales medios de
información españoles, cuya cobertura de la situación política de aquel
país es, con contadísimas excepciones, bastante deficiente. No soy yo
alguien que valore positivamente la figura del presidente Trump. Todo lo
contrario. Pero creo que es un gran error de tales medios de
información que den tanta visibilidad y notoriedad a este personaje,
pues contribuyen a crear la percepción de que el problema más importante
que tiene EE.UU. es el comportamiento de Trump, olvidando que el mayor
problema real de la vida política de aquel país es que un sector muy
importante de la población le votó, y que muy probablemente le
continuarán votando, no excluyéndose, por lo tanto, la posibilidad de
que salga reelegido de nuevo en las próximas elecciones presidenciales.
Repito,
pues, que por extraño que parezca, el mayor problema que tiene EE.UU.
no es primordialmente Trump, sino que gran parte de la clase trabajadora
blanca (que es la mayoría de la clase trabajadora) le votó y es
probable que continúe votándole. Ni que decir tiene que muchos otros
grupos y clases sociales también le votaron. Pero el grupo más decisorio
y que jugó un papel clave en su victoria (especialmente en los estados
industriales de aquel país que determinaron dicho triunfo) fueron
barrios obreros blancos, algunos de los cuales, por cierto, habían
votado al candidato Obama en las anteriores elecciones. Y lo que es más
que preocupante es que este sector de la clase trabajadora blanca
continúa siéndole muy leal. Según encuestas recientes, un 80% de los que
le votaron le votarían de nuevo. No hay ningún otro candidato que tenga
un nivel tan alto de lealtad de sus votantes como Trump. Este es el
gran problema que existe en el país, del cual los medios no hablan. Y lo
que es igualmente preocupante es que durante estos años de gobierno
Trump, el Partido Demócrata (que es el otro partido del sistema
bipartidista estadounidense) apenas ha prestado atención a por qué este
personaje ganó las elecciones que el Partido Demócrata perdió. En
realidad, este último partido, que ridiculiza constantemente la figura
de Trump en lugar de analizar por qué la gente le votó, ignora
deliberadamente que fueron precisamente las políticas públicas aplicadas
por los gobiernos del Partido Demócrata las que causaron que se votara a
Trump. De ahí que se centren tanto en el personaje y muy poco en la
enorme responsabilidad que el Partido Demócrata ha tenido en su
victoria.
Las causas de la victoria de Trump: las políticas neoliberales del establishment demócrata
Toda la evidencia muestra que han sido las políticas públicas neoliberales aplicadas por el establishment
político del Partido Demócrata las que han antagonizado a la gran
mayoría de la clase trabajadora, que se siente totalmente ignorada por
dicho establishment. En realidad, este establishment actuaba bajo
el erróneo supuesto de que ya no existía una clase trabajadora en el
país. En su ideario y argumentario su base social era y continúa siendo
la clase media, pues asumían que la clase trabajadora o bien había
desaparecido o se había transformado en clase media (algo parecido le
ocurre, por cierto, a la socialdemocracia europea, incluyendo a la
española, el PSOE). De ahí que el Partido Demócrata no haya digerido
todavía la victoria de Trump y no entienda lo que está pasando entre sus
bases electorales, incluyendo la clase trabajadora, que ha ido
abandonando este partido desde hace ya años, el cual solía llamarse el
Partido del Pueblo (the People’s Party) y que ahora podría definirse
como el partido del capital financiero (the Wall Street Party), siendo
la banca (Wall Street) una de sus fuentes más importantes de
financiación, incluyendo las candidaturas del presidente Clinton, del
presidente Obama y de la presidenciable Hillary Clinton.
Las características del Partido Demócrata: su promoción de la globalización neoliberal
El
Partido Demócrata, desde la época del presidente Clinton –que, junto
con Tony Blair (del Partido Laborista británico), y Gerhard Schröder
(del Partido Socialdemócrata alemán), fundó la Tercera Vía–, fue el
abanderado de la globalización de la industria y del movimiento de
capitales que han contribuido a la desindustrialización de EEUU (el
sector con mayores salarios donde estaba empleada la clase trabajadora
blanca). Este apoyo a las políticas globalizadoras era parte de su
ideología neoliberal promovida por el mundo de las grandes empresas
estadounidenses (que en EEUU se conoce como The Corporate Class,
es decir, la clase de propietarios y gestores de las grandes
corporaciones industriales y de servicios del país). Tal ideología
representaba no solo un abandono de las políticas públicas keynesianas,
sino también de aquellas que intentaban redistribuir los recursos a
favor del mundo del trabajo. Es importante señalar, sin embargo, que
Clinton no se presentó como neoliberal cuando fue elegido en 1992. Todo
lo contrario. Ganó aquellas elecciones con un programa que tenía muchos
componentes progresistas procedentes de la campaña de las izquierdas
dentro del Partido Demócrata, lideradas por Jesse Jackson, del cual fui
asesor, que casi ganó las primarias de tal partido en 1988 frente al
candidato del aparato del Partido, Dukakis, gobernador de Massachusetts.
El
gran éxito de Jackson y su Rainbow Coalition (repito, la alianza de las
izquierdas del Partido Demócrata) explica que Clinton, astutamente,
hiciera suyas muchas de sus propuestas progresistas, tales como
establecer un Programa Nacional de Sanidad, todavía inexistente en
EE.UU. Estas propuestas contribuyeron a su victoria, propuestas que, sin
embargo, tan pronto ganó, abandonó. En realid.ad, no solo abandonó gran
número de las propuestas de la Rainbow Coalition que había hecho suyas,
sino que incluso aprobó algunas de las propuestas más favorables al
mundo empresarial (The Corporate Class) que había promovido el
presidente Bush padre, que le precedió. Entre ellas, la más importante
fue el Tratado de Libre Comercio entre EE.UU., Canadá y México (NAFTA),
que fue aprobado en el Congreso de EEUU en contra de la mayoría de
demócratas y con el apoyo de los republicanos y los demócratas del sur
de EEUU (el sector más conservador de tal partido). Esta medida creó un
gran enfado y rechazo por parte de la clase trabajadora, que determinó
su abstención en las elecciones al Congreso de 1994 (dos años después de
la victoria de Clinton), lo que provocó que el Partido Republicano
ganara la mayoría en dicha cámara, hablándose entonces de la “revolución
republicana”, cuando en realidad el resultado de aquellas elecciones
fue la derrota del Partido Demócrata liderado por Clinton, más que la
victoria de los republicanos.
Las consecuencias del neoliberalismo de la Tercera Vía
Como
consecuencia de tal “revolución republicana”, Clinton hizo suyas, de
nuevo, las propuestas neoliberales promovidas por los republicanos. Como
resultado de ello, los salarios y el poder adquisitivo de dicha clase
trabajadora descendieron y han continuado descendiendo desde entonces
(incluso durante el mandato del presidente Obama), de manera que el
salario mínimo por hora en EEUU es de solo 7,25 dólares (estandarizados
por unidades de poder de compra –UPP–), uno de los más bajos dentro del
capitalismo desarrollado. El salario mínimo del promedio de los países
de la UE-15 es de 9,2 dólares por hora (sin incluir Suecia, Dinamarca,
Italia, Finlandia y Austria). El salario mínimo por hora en España es de
6,9 dólares estandarizados, uno de los más bajos de la UE-15.
Es
importante señalar que una evolución semejante a la del nuevo Partido
Demócrata clintoniano ocurrió en Europa con la socialdemocracia, que fue
perdiendo su base electoral (primordialmente, la clase trabajadora) al
convertirse al neoliberalismo, dejando de ser socialdemócrata para pasar
a ser socioliberal, adoptando políticas públicas neoliberales que
favorecieron claramente a sus Corporate Classes. Esta fue la
causa del crecimiento de la ultraderecha, un fenómeno que ha
caracterizado a muchos países a los dos lados del Atlántico Norte.
Esta
transformación de la socialdemocracia al socioliberalismo se debe a
muchas causas, pero una de especial interés es el cambio en la
financiación de tales partidos (dependiendo cada vez más de los fondos
procedentes de la Corporate Class), así como el cambio en la
composición de su personal y de sus dirigentes, todos ellos
pertenecientes a las clases medias de educación superior (la clase media
ilustrada), que carecen de cualquier conexión con la clase trabajadora,
a la cual ignoran.
La supuesta “modernización” del Partido
Demócrata. La sustitución de las políticas redistributivas por las
políticas de igualdad de oportunidades
El distanciamiento
del Partido Demócrata de la clase trabajadora y su creciente
acercamiento a la clase corporativa (característica de la Tercera Vía)
explica su compromiso con la globalización neoliberal y con la
redefinición de las políticas redistributivas, favoreciendo a partir de
entonces a las rentas del capital y a los grupos pudientes, a costa del
descenso de las rentas del trabajo. Así lo muestran los datos sobre la
distribución de las rentas en aquel país: las rentas del trabajo
descendieron, pasando de representar un 65,3% en 1993 (cuando Clinton
comienza su presidencia) de todas las rentas del país, a un 60,5% en
2018. La continuación de tales políticas ha causado un enorme
crecimiento de las desigualdades, de manera tal que, según un reciente
estudio de Emmanuel Sáez y Gabriel Zucman, titulado The triumph of injustice,
400 familias pudientes acumulan más riqueza que el conjunto del 60% de
renta inferior de todos los hogares. Y el 0,1% tiene más riqueza que el
80%. En realidad, un impuesto de un 2% sobre los ingresos a tales
familias originaría suficientes ingresos para eliminar la pobreza en
aquel país.
Esta transformación del Partido Demócrata ha ido
acompañada de la desaparición de la categoría de clase social como
variable para entender la realidad política y social del país. El enorme
poder de la clase dominante (the Corporate Class en EEUU)
explica la desaparición de la categoría de clase social en el análisis y
discurso de un país (incluyendo los EEUU, donde el poder de la clase
dominante es muy grande). En realidad, este fenómeno ocurre también en
España, donde casi nadie habla de clases sociales. En su lugar, las
categorías raza y género centran el tema de las desigualdades.
Este
cambio en EEUU fue acompañado de otro: las políticas redistributivas
pasaron a ser sustituidas por las políticas favorecedoras de la igualdad
de oportunidades, con el objetivo de terminar con la discriminación
racial y sexual (pero no por clase social). De esta manera el Partido
Demócrata intentó y continúa presentándose como el partido de las
oportunidades, garantizando que todo ciudadano estadounidense tenga la
misma oportunidad de alcanzar la cúspide social. Su centro de acción es
el área legislativa federal que sanciona y penaliza la discriminación
por raza y género (repito, pero no por clase social), entre otros. Estas
políticas han facilitado la movilidad vertical, sobre todo en el
sentido de incorporar afroamericanos (y en menor medida, latinos) y
mujeres en las instituciones públicas (y en menor grado, privadas) de
EEUU. Su máxima expresión fue la elección de un afroamericano, el Sr.
Obama, como presidente y la casi victoria de una mujer candidata a
presidenta. Esta incorporación e integración de las minorías y de las
mujeres en las estructuras de poder político tuvo desde el principio un
condicionante de clase social, pues en su gran mayoría, las personas
integradas pertenecían a las clases medias profesionales, y solo muy
raramente a las clases trabajadoras.
Crítica de Nancy Fraser y del concepto del neoliberalismo progresista
Se
equivoca, sin embargo, Nancy Fraser al considerar el clintonismo como
la alianza de los movimientos sociales –movimientos de los derechos
civiles y feministas, entre otros- con el Partido Demócrata, definiendo
tal alianza como el neoliberalismo progresista (ver su artículo “The end
of progressive neoliberalism”, Dissent, 02.01.17). Su intento de
convertirse en un partido feminista, por ejemplo, se da en respuesta a
la radicalización de amplios sectores de tales movimientos que crearon
una alarma entre el establishment político estadounidense y, muy
en particular, en el Partido Demócrata, el cual respondió a tal amenaza
mediante el intento (en parte exitoso) de coaptación e
instrumentalización de sus dirigentes, incorporándolos a la estructura
de poder, dentro de un contexto definido por la correlación de fuerzas
bajo el dominio de la Corporate Class. Se intentaba con ello diluir así cualquier amenaza de inestabilidad para el orden existente.
La radicalización de los movimientos sociales y el intento del Partido Demócrata de contenerla. El movimiento feminista
Véase
lo ocurrido con el mayor movimiento feminista existente en EEUU (NOW),
que apoyó activamente a Hillary Clinton como candidata a la presidencia
(que fue la máxima defensora de la globalización neoliberal en la
administración Obama). La dirección de NOW insuflaba una visión
neoliberal en sus programas que representaba solo a un sector de las
mujeres y del movimiento defensor de los derechos de las mujeres: el
sector formado por personas pertenecientes a la clase media profesional
con educación superior (la citada clase media ilustrada). Tal clase
social y tal feminismo neoliberal en EEUU eran y son profundamente
antisocialistas: la candidata Hillary Clinton intentó destruir
alcandidato socialista Bernie Sanders en las primarias del Partido
Demócrata, que las encuestas mostraban que podría haber ganado las
elecciones presidenciales. Esta hostilidad hacia las izquierdas incluyó
también una fuerte oposición a las feministas contestatarias
antiestablishment, que fueron marginadas y discriminadas. Las herederas
de estos sectores de izquierdas, procedentes de las clases populares
(como Alexandria Ocasio-Cortez, entre otras), representan el feminismo
socialista, y se presentan sin tapujos como tales y como parte del
movimiento socialista liderado por Bernie Sanders.
El movimiento de liberación de la población negra
Otro
tanto ocurrió con el movimiento de liberación negro que, en sus
orígenes, vio asociada la liberación de la mayoría de la población negra
con la liberación de la mayoría de la clase trabajadora, hasta tal
punto que una semana antes de ser asesinado, Martin Luther King definió
la “lucha de clases” como la realidad social que afectaba más la vida
política, económica y social del país, esto es, como el punto esencial
de la vida del país. De ahí que promoviera la alianza e incluso
confluencia de todos los movimientos que defendían a las víctimas del
sistema político, económico y cultural de EEUU, dominado por la Corporate Class
y sus establishments políticos y mediáticos. Promovió así la
convergencia del movimiento de derechos civiles con el movimiento
obrero, relacionando así la liberación de ambos colectivos. La clase
social era, para Martin Luther King, el elemento de transversalidad que
facilitaba las alianzas, denunciando el racismo como el mecanismo e
ideología que la Corporate Class utilizaba para dividir a la clase trabajadora del país.
Las
políticas del Partido Demócrata, sin embargo, no apoyaron tal
estrategia. Al contrario, desarrollaron estrategias y políticas que
intentaban integrar dentro del sistema a cada grupo por separado. En el
caso de la población negra, las políticas públicas de tipo asistencial, a
fin de integrarla dentro de la estructura de poder (idea que alcanzó su
máxima expresión con la elección del presidente Obama), mostraron las
limitaciones de tal estrategia: el nivel de vida de la población negra
no mejoró durante su mandato.
Hacer esta observación no implica
desmerecer la importancia del factor simbólico. Su importancia depende,
sin embargo, del contexto en el que aparece. El bienestar y la calidad
de vida de la mayoría de la clase trabajadora, de raza negra en
Baltimore, no ha mejorado al cambiar de raza la alcaldía, años atrás
blanca, y ahora negra. Las políticas neoliberales se han continuado
aplicando incluso con una alcaldesa, mujer y afroamericana, que vetó el
aumento del salario mínimo en una ciudad donde la mayoría de la
población es precisamente afroamericana. Así pues, la integración de las
minorías y de las mujeres en diferentes estratos del Estado realizada
por el Partido Demócrata neoliberal ha servido primordialmente para
promover mejor el neoliberalismo.
Trump como consecuencia del rechazo al neoliberalismo progresista
El
mal llamado neoliberalismo progresista fue precisamente el que creó un
enorme rechazo entre los grupos más perjudicados por la aplicación de
sus políticas, principalmente los sectores de las clases populares en
general y la clase trabajadora en particular: y esa fue la cantera de
apoyo a Trump. Sanders podría haber canalizado este enfado y ello
ocurrió durante la campaña, pues sus máximos apoyos vinieron de la clase
trabajadora y de los jóvenes, como también está ocurriendo ahora. El
ataque sobre él y su destrucción como candidato por parte del aparato
del Partido Demócrata contribuyó al éxito de Trump, que se presentó como
el candidato antiestablishment. El votante más fiel a Trump es
profundamente antiglobalización, y percibe al gobierno federal como el
origen de sus problemas debido a su atención supuestamente exclusiva a
las minorías y a las mujeres (de renta superior) a costa suya (sean
hombres o mujeres), y a su excesiva tolerancia con la inmigración.
Trump, que lejos de ser un inepto es enormemente astuto, alimenta esta
percepción con un lenguaje muy accesible y muy popular, con grandes
dosis de racismo y sexismo, y con un comportamiento antiestablishment
que ayuda a ofuscar y ocultar sus políticas enormemente favorables al
componente más reaccionario de la Corporate Class.
Su
nacionalismo extremo, basado en un sentido de supremacismo racial (de la
raza blanca), machista, profundamente antidemocrático, autoritario y
caudillista, reúne las características del fascismo europeo, con una
excepción. El fascismo europeo (que era también el instrumento de las
clases dominantes para destruir el movimiento socialista y comunista) no
era anti-Estado, pues competía con el movimiento obrero en la necesidad
de cubrir las necesidades básicas de la clase obrera. En cambio, el
trumpismo sí que es anti-Estado y anti políticas públicas sociales. Es
un fascismo libertario más semejante a Vox que a Le Pen. Y representa
una enorme amenaza para la democracia y el bienestar de las clases
populares.
¿Cuál es la alternativa?
Una de las causas del enorme poder de la Corporate Class
en EEUU es la atomización y autonomía de los movimientos de
resistencia, hecho que ya está también ocurriendo en Europa. En EEUU, a
diferencia de la Europa Occidental, no ha habido movimientos que
favorecieran la transversalidad entre ellos. La Rainbow Coalition fue
una excepción. Su objetivo era establecer una alianza de los movimientos
sociales. Pero incluso tal alianza no tuvo una ideología que permitiera
relacionar los distintos tipos de explotación para establecer un futuro
y proyecto común. La ausencia de un proyecto socialista de masas que
permita relacionar explotación de clase social, explotación racial y
explotación de género, por ejemplo, ha debilitado cada uno de estos
movimientos, que acaban compitiendo por el apoyo popular.
En la
Europa Occidental, el socialismo tuvo una amplia base social que
permitió avanzar en varias dimensiones de la liberación humana. No es
por casualidad que los países donde la explotación de clase (y las
desigualdades que genera), de género y de raza es menor sean los del
norte de Europa, donde partidos pertenecientes a tal tradición política
han gobernado durante la mayor parte del período transcurrido desde la
II Guerra Mundial. No hay en esos países movimientos feministas muy
fuertes. Sin embargo, las mujeres tienen muchos más derechos políticos,
sociales y laborales que en EEUU, donde tales derechos están enormemente
limitados. El contexto político es determinante, y este contexto en
EEUU es muy desfavorable para la liberación de las distintas causas de
la opresión, al no haber un proyecto común. Lo que es preocupante es que
este modelo neoliberal se está extendiendo también en Europa. En
realidad, en Europa, el crecimiento de la ultraderecha no ha alcanzado
todavía las dimensiones de EEUU, donde el partido gobernante, el
republicano, es ya un partido de ultraderecha con características
fascistoides. Esto es nuevo en EEUU, y es muy preocupante. Trump es un
síntoma, pero no la causa. Y el que no se vea así es el gran problema.
Los candidatos en el Partido Demócrata
La
alternativa a este “neoliberalismo supuestamente progresista” (hoy
representada por una mujer, líder del Partido Demócrata, Nancy Pelosi),
ha sido Bernie Sanders, que se define sin tapujos como socialista,
tomando como referencia las políticas públicas de carácter universal que
empoderan a la ciudadanía en su totalidad. Es el equivalente al
socialdemócrata nórdico escandinavo de hace veinte años. Y es
enormemente popular entre los jóvenes y entre la clase trabajadora. Ni
que decir tiene que es una de las personas más odiadas por el
establishment político-mediático de EEUU, que utiliza todos los medios a
su alcance para destruirlo. La otra candidata es Elizabeth Warren, un
personaje curioso, pues aunque procede de una familia con escasos
recursos, pasó a ser integrada rápidamente en las instituciones,
convirtiéndose en profesora de Harvard. En esta etapa de rápido ascenso
tuvo posturas neoliberales. Pero cambió y ha ido tomando posiciones más
próximas a Sanders, aclarando sin embargo que no es socialista. En
realidad, se define como feminista y “capitalista hasta la médula”. Es
popular, sobre todo, entre las clases medias con educación superior.
El
que mejor representa la herencia Clinton en su versión más conservadora
es Joe Biden, el que fuera vicepresidente con Obama, que claramente
representa el Partido Demócrata tradicional y que, en contraste con
Trump, da una imagen de tipo presidencial, heredera de la administración
Obama. Este partido ha estado intentando destruir a Trump basándose en
el comportamiento poco presidencial del hoy presidente. El objetivo
central de su programa anti-Trump ha sido mostrar las conexiones de este
con el gobierno ruso durante su etapa de hombre de negocios en asuntos
inmobiliarios, y más tarde como presidenciable, con la petición de ayuda
a Putin en su pugna electoral con la Sra. Clinton. Tal tema, sin
embargo, no tiene particular importancia para el ciudadano normal y
corriente, el cual sabe que el gobierno ha intervenido intensamente en
las elecciones de otros países y encuentra normal (aunque no deseable)
que otros países intenten intervenir en las elecciones de su país.
Y
ahora, gran parte de la atención se centra en las conexiones de Trump
con personajes y países extranjeros para que le ayuden en su próxima
campaña electoral, proveyéndole información útil. La utilización del
Estado como si fuera de su propiedad para fines personales es algo
típico de Trump. Y es denunciable. Pero a su votante no le provoca tanto
rechazo, pues sabe de la corrupción del sistema político. En realidad,
el atractivo de Trump es que su comportamiento está fuera de lo normal,
pues hace explícitamente lo que otros hacen ocultamente. Se salta a la
torera todo el protocolo y los requisitos éticos de su mandato. Su
antiestablishment es muy atrayente. Romper con todas las normas. Y su
crítica a los medios es popular, pues estos son altamente impopulares.
Lo
que el Partido Demócrata debería hacer, además de autocrítica, es ver
cómo las políticas que está imponiendo están dañando a la población que
le vota antes: la clase trabajadora. Pero para que ello suceda hace
falta autocrítica de este partido, algo que es difícil (casi imposible)
que ocurra. Y ahí está el problema. El sistema bipartidista
estadounidense es muy poco democrático y las instituciones están
claramente sesgadas en contra de cualquier cambio, tal como, por cierto,
también ocurre en España. Y mucho me temo que, sin cambios en el
Partido Demócrata, pocos cambios ocurrirán en EEUU.
Vicenç Navarro es catedrático emérito de Ciencias Políticas y
Políticas Públicas. Universitat Pompeu Fabra, y Professor de Public
Policy, The Johns Hopkins University
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