Ganó Evo. Ganó el
Proceso de Cambio. Por una diferencia exigua, luego de totalizado el
conteo, el binomio oficialista superó la barrera de los diez puntos
porcentuales sobre el segundo, Carlos Mesa. El representante del
neoliberalismo fue ex vicepresidente de “Goñi”, Gonzalo Sánchez de
Lozada, responsable de la virulenta represión a los movimientos sociales
en el Octubre Negro de 2003, desde entonces prófugo en los Estados
Unidos. Luego de su precipitada renuncia ocupó el Ejecutivo durante los
siguientes veinte meses.
Como era previsible, la oposición no
respeta los resultados y convoca por estas horas a sus adeptos a
desconocer el triunfo y la reelección de Morales Ayma. Invocan fraude,
que igualmente vociferarían ante cualquier resultado adverso, en primera
o segunda vuelta. Al escapárseles esta última de las manos, el tenor se
vuelve violento y golpista.
En el legislativo, el Gobierno pierde su amplia supremacía de dos tercios, pero conserva la mayoría en ambas cámaras.
Con esta victoria ganan los sectores más pobres de Bolivia, el
campesinado, los trabajadores y la clase media baja en proceso de
empoderamiento social. Celebran también con júbilos en los distintos
rincones de América Latina y el Caribe las fuerzas de la izquierda y el
progresismo.
Luego del lógico desgaste de un período de más de
trece años de gobierno, la emergencia de una nueva generación en
Bolivia, la guerra sucia de noticias falsas de muy mal gusto, la
exacerbación secesionista y racista, la aparición de un candidato
evangelista de ultraderecha y el trabajo de zapa conspirativo de los
tentáculos de Estados Unidos, ¿cuál es la clave del nuevo triunfo del
primer presidente de origen indígena y campesino de Bolivia?
Las venas orgánicas del Proceso de Cambio
La legitimidad democrática de la victoria del binomio gubernamental no
está sólo dada por la matemática electoral exigida (más del 40% y
diferencia de 10% con el segundo) sino por el apoyo y representatividad
que confieren al gobierno las organizaciones sociales campesino-indígena
y obreras. Las primeras, agrupadas inicialmente en el Pacto de Unidad,
luego en la CONALCAM, representan al arco íntegro de la ruralidad
discriminada, alejada hasta el 2006 de toda decisión e incidencia en las
políticas públicas.
Estas fueron las fuerzas que constituyeron
el grueso de la resistencia al último tramo –neoliberal - de una
explotación de siglos. Constituyen a su vez, el complejo organismo
popular que dio vida a una revolución plurinacional y soberana, que
devolvió dignidad cultural en el intento de ampliar las fronteras
democráticas de un estado racista y plutocrático, enajenado por la
oligarquía y servil al interés multinacional.
La potencia de las
organizaciones campesino-indígenas está relacionada con una matriz
demográfica cuyo modo de vida y memoria histórica exhibe fuertes trazos
comunitarios. Si bien hoy ya el 70% de la población boliviana vive en
medios urbanos, la migración interna ha trasladado aquella estructura
mental a los sectores periféricos de las ciudades.
Por su parte
los obreros, mayoritariamente representados por la Confederación Obrera
Boliviana (COB), son la memoria viva de la larga y dolorosa lucha de
mineros y otros sectores fabriles para superar la vejación y adquirir
los más elementales derechos humanos. Herederos de la Revolución
nacionalista del ’52, completan el conglomerado de sublevados que, con
apoyo a veces muy crítico, forman parte del entramado popular que
sustenta al Proceso de Cambio.
La legitimidad popular de Evo
Morales tiene mucha relación con sus orígenes pobres y campesinos, pero
se funda sobre todo en su trayectoria como dirigente social cocalero y
constructor de la unidad campesino-indígena de todas las regiones y su
instrumento político MAS-IPSP. Herramienta a través de la cual estas
orgánicas lograron ocupar espacio institucional y tener incidencia en
las políticas públicas.
Asimismo, Evo Morales ha cumplido el
papel de mediar en la tensión urbano-rural y establecer un equilibrio
inestable entre la cultura originaria del Buen Vivir y las ansias de
desarrollo humano dependientes del avance de una economía anteriormente
muy precaria. Paradoja que aumenta si se piensa que esta inédita
revolución basó el triunfo electoral de este domingo en premisas de
estabilidad y crecimiento.
Urnas blanquicelestes
La inmensa mayoría de las y los argentinos ansía el triunfo de la
fórmula opositora encabezada por Alberto Fernández secundado, desde una
centralidad política innegable, por la ex presidenta Cristina Fernández.
La debacle social producida por el neoliberalismo de una banda
delincuencial les da la razón.
La victoria del Frente de Todos
será producto de la unidad de (casi) todos los sectores (casi) opuestos a
las políticas macristas. El doble “casi” expresa el eterno
aislacionismo trotskista, cuya razón política suele alimentarse de la
autoreferenciación vanguardista, legado del asesinado fundador de esta
corriente, Lev “Trotsky” Bronstein. Tampoco forman parte de este frente
los gobernadores justicialistas de Salta y Córdoba.
El segundo
“casi” hace referencia a un cúmulo de dirigentes, legisladores,
gobernadores y hasta organizaciones que, por voluntad propia o por
extorsión, apoyó largamente al macrismo o al menos no lo confrontó
explícitamente.
Lo cierto es que la unidad de esta configuración
política electoral de coyuntura expresa la voluntad popular, hecho que
se verá reflejado en el amplio margen (de alrededor de un 20% o más) que
resultará de las urnas el domingo 27, concluyendo así con este período
nefasto y devolviendo las esperanzas a un hoy asfixiado pueblo
argentino. Un pueblo dispuesto a afrontar las consecuencias de sus
errores políticos anteriores y “tirar para adelante”.
La unidad
de fuerzas que incluye a diversos sectores políticos (de la Teología de
la Liberación, de izquierda nacional, comunistas, humanistas,
bolivarianos, radicales alfonsinistas, pequeño y mediano empresariado,
campesinos, entre otros), está vertebrada alrededor del movimiento
peronista. Movimiento cuya estructura se entronca desde sus inicios
laboristas con el sindicalismo – en ocasiones más burocrático, otras
veces más reivindicativo – y cuenta con una base política significativa
de gobiernos provinciales y municipales. Estos gobiernos son los que en
provincias y municipios menos favorecidos proveen muchos puestos de
trabajo que, combinados con una imprescindible estructura de asistencia
social configuran un esquema de poder innegable. De ellos emana un
importante caudal de votos y de movilización, pero también contrapeso
federalista al omnipresente centralismo portuario heredado de la
historia colonial, centralismo que condensa el macrismo en símbolo y
presencia política.
A estas formas políticas orgánicas, se
agregan movimientos populares, que actúan generalmente en las periferias
donde la miseria hace estragos. La combinación de reivindicaciones de
urgencia (hábitat, programas de trabajo y autoconstrucción, salarios
sociales, fortalecimiento de la economía popular) en conjunto con una
multiplicidad de acciones directas de desarrollo humano han proyectado a
estos movimientos a constituirse a su vez en columnas importantes de
expresión y acción popular.
También han proliferado con fuerza
en Argentina otras expresiones orgánicas. Iniciativas y redes
feministas, activismos en defensa del medioambiente, coaliciones de
comunicación democrática, organismos de derechos humanos, articulaciones
de la cultura, que junto a las innumerables actividades sociales,
culturales y deportivas tradicionales extienden un mapa orgánico que
vertebra en profundidad a la Argentina.
La banda oriental
El caso uruguayo, similar demográficamente al argentino en cuanto a la
influencia de la inmigración europea, presenta un mapa político
diferente. Uruguay fue pionero en la realización de la confluencia de
fuerzas de izquierda con otros sectores progresistas. El Frente Amplio,
actualmente en el gobierno, condensa las luchas de trabajadores
organizados en la central sindical única CNT (hoy PIT-CNT) y la
sedimentación del movimiento estudiantil uruguayo -unido en la FEUU ya
desde 1929-. Agrupa en su heterogeneidad el esforzado trabajo político
de los partidos de izquierda y del brazo político del MLN-Tupamaros , y a
través de la complementación de esfuerzos contra la dictadura, incluye a
algunos sectores colorados y blancos en defensa de las libertades
democráticas, de fuerte arraigo en la sociedad uruguaya.
Este
entramado permitió al Frente Amplio conquistar sucesivamente territorio
político que antes estaba capturado por el batllismo colorado. Sin
embargo, la heterogeneidad en su interior, necesaria para la acumulación
de fuerzas, constituye no sólo la explicación de su fortaleza sino
también de su vaivén ideológico y las contradicciones en su rumbo.
Hoy la disputa política en Uruguay viró a la derecha. Tres mandatos
consecutivos en el gobierno del FA, la paradoja de una sociedad
avejentada y una juventud en dialéctica con una memoria posneoliberal,
propician que la derecha gane terreno con el discurso de la seguridad
ciudadana y la antipolítica. Por su parte, el Frente Amplio hace valer
el peso de una situación objetiva de relativa estabilidad económica.
El peligro de derrumbe social que muestra Argentina no es plenamente
identificado con lo que podría suceder si un ultraliberal toma las
riendas, porque el FA emprendió hace tiempo un rumbo poco inquisidor de
las estructuras sistémicas. Por otra parte, el giro conservador del
mundo y la región también afecta el escenario de los sentidos comunes,
restando oxígeno a la agenda progresista, sobre todo si esta resulta
desteñida.
La reactivación de la prosapia Lacalle en el Partido
Nacional, el intento del Partido Colorado de recuperar o mantener
terreno y la reaparición castrense en la escena política bajo la sigla
de Cabildo Abierto, en la figura del destituido y ahora procesado ex
comandante en jefe del ejército Manini Ríos, configuran la constelación
conservadora. Para lograr impedir la continuidad de la coalición
progresista en el Ejecutivo, la oposición debería presentar, en una casi
segura segunda vuelta, una unidad difícil pero no improbable. Todo
indica, sin embargo, que el FA será la fuerza más votada en la primera
vuelta, prolongando una probable mayoría legislativa.
Si bien el
pronóstico es aún incierto, la activación de la fibra social organizada
y quizás los ecos del triunfo frentetodista en Argentina, serán de suma
importancia.
De la opresión a la rebelión
Los
levantamientos populares se suceden en América Latina y el Caribe,
producto de la aplicación de programas fondomonetaristas de dudosa
eficiencia fiscal, recorte a prestaciones sociales y aumento del costo
de vida. La multiplicación de expresiones masivas de descontento popular
se desprende de un contexto globalizado de economía financiarizada que
anula las demandas de bienestar social de una población con creciente
conciencia de sus derechos.
En Ecuador, el protagonismo inicial
del sector transportista y los estudiantes y la imponente movilización
indígena posterior encarnaron un reclamo popular que luego se extendió a
otros sectores sociales.
En Haití, el grave desamparo humano de
un país en manos de una élite corrupta y ocupado militarmente por
fuerzas multinacionales, provoca recurrentes alzamientos de la
población. La ficción de gobierno democrático que encarna el empresario
Jovenel Moise se sostiene apenas por la voluntad de los personeros del
“Core Group”, compuesto por representantes de la ONU, la OEA, la Unión
Europea y las embajadas de Estados Unidos, Francia, Canadá, Alemania,
España y Brasil.
Frente a la ignominia, el proyecto de unidad de
agrupaciones campesinas y populares aglutinadas en el Foro Patriótico
asume la propuesta de una transformación institucional y económica
soberana, sin tutelas externas.
En Chile, los jóvenes
estudiantes secundarios -tal como ocurrió en la Revolución de los
Pingüinos en 2006- encabezaron la revuelta de la “Evasión masiva” ante
el aumento de los pasajes en el transporte subterráneo, concitando el
decidido apoyo de la población hastiado ya de una dictadura neoliberal
de cuatro décadas.
La fuerte orgánica social chilena que llevó a
Salvador Allende a la presidencia y fue destruida o exiliada por el
régimen asesino de Pinochet, se ha comenzado a reconstruir. La
resistencia se asienta en el estudiantado, en la articulación de
sectores sindicales y actores sectoriales contra el expolio
medioambiental, el sistema de pensiones, agrupaciones feministas, de
Derechos Humanos y de la diversidad. El agotamiento del bipartidismo
como fórmula de conservación ha dado pie además a un conglomerado
frenteamplista cuya inserción social será puesta a prueba en las
próximas elecciones municipales y de gobernadores regionales (2020).
El pueblo sigue movilizado desafiando la represión y la Unidad Social,
un conglomerado constituido por más de cien organizaciones y movimientos
sociales, llamó a Huelga General. Además de la exigencia de
levantamiento del estado de excepción y descriminalización de la
protesta, hay demandas de renuncia gubernamental y vuelve a
reivindicarse la convocatoria a una Asamblea Constituyente con
participación popular, para relevar a la Constitución impuesta por la
dictadura pinochetista en 1980.
Las orgánicas reaccionarias
Tanto en Ecuador como en Chile, como respuesta violenta a la justa
protesta, los gobiernos de Moreno y Piñera sacaron el ejército a la
calle, decretaron el estado de excepción y el toque de queda propios de
épocas dictatoriales.
En Honduras continúa la movilización
popular antigolpista liderada por el partido Libre en consonancia con el
Partido Liberal y el ex candidato Nasralla, ante la represión de un
gobierno ilícito y ligado a mafias del narcotráfico. En Perú el aparato
político y judicial está en quiebra. En Colombia, la violencia
institucional y paramilitar, el asesinato y amenaza permanente a líderes
y lideresas sociales, la concentración económica y el faccionalismo
opositor prolongan una agonía popular de décadas. En Brasil un títere
sin partido es apenas la fachada institucional de la tutela militar y
norteamericana. En Guatemala, el fraude político y la falta de
alternativas populares sólidas ahogan de momento las expectativas de
cambio, al igual que en el Paraguay.
Las iglesias pentecostales y
la jerarquía católica actúan como elementos regresivos decisivos en el
sentir de las franjas suabalternizadas de la población. Entre los
pliegues de una religiosidad que conecta con el desamparo y la vacuidad
de sentido, van envueltos falsos discursos moralizantes y una influencia
colonialista que carcomen las posibilidades de reales y profundas
transformaciones sociales y humanas.
Por su parte, los medios
hegemónicos operan en el campo de la subjetividad con un aceitado
sistema de censura, desinformación y tergiversación. Las redes sociales
digitales monopólicas se vuelven un campo de disputa comunicacional, en
el que junto a indispensables coberturas informativas alternativas,
pululan las noticias falsas, el troleo contrainsurgente y los ataques
dirigidos.
El aparato de la extrema derecha republicana ha hecho
de la guerra multiforme contra Cuba, Venezuela, Nicaragua y todos los
procesos progresistas de América Latina, el centro de sus acciones,
junto a una ofensiva agresiva mundial contra las naciones que no
obedecen a las pretensiones hegemónicas de la potencia en declive.
El aparato “orgánico” de la acción conspirativa local en América Latina
y el Caribe son un conglomerado de fundaciones y organizaciones (¿No?)
gubernamentales, financiadas por agencias estadounidenses, que
construyen y entrenan liderazgos, operan guerras de sentidos e intrigas
contrarias a los procesos emancipadores en la región.
Neoliberalismo, un disolvente orgánico en un mundo en descomposición
Las rebeliones requieren un grupo de activistas disparadores y la
adhesión de una amplia mayoría popular alrededor de sentidos comunes
simples e indubitables. Las revoluciones, si bien derivan habitualmente
de desbordes coyunturales, implican además visiones, liderazgo y una
estructura orgánica consistente, capaz de proyectar la inmediatez al
mediano plazo y sostener la segura avalancha contrarrevolucionaria del
poder establecido.
De allí que el poder sitúe entre sus
objetivos primarios aniquilar preventivamente las imágenes de posibles
alternativas, descabezar y deslegitimar a las rebeldías y desestructurar
todo posible movimiento que amenace con constituirse en eje de las
transformaciones.
El neoliberalismo, lejos de ser sólo un
esquema económico, es un vector ideológico que apunta a desconectar al
individuo de su medio social, cultivando significados de competencia,
acumulación, meritocracia y estratificación social. Esta estrategia,
pretende relevar todo componente colectivo indispensable para una
transformación social consistente y de cierta permanencia.
Sin
embargo, la penetración de esta ideología, que se presenta como némesis
de lo ideológico, no se debe solamente a los refinados y omnipresentes
dispositivos acuñados para instalarla. Es la desestructuración creciente
de la época lo que lo facilita.
La dinámica de un sistema que
ha llegado a sus límites planetarios promueve su propia descomposición.
La aceleración del cambio tecnológico y sus implicancias chocan con los
hábitos y memoria de un conjunto humano con tendencia a la
ancianización, abriendo profundas grietas generacionales. Los antiguos
lazos pierden consistencia y la fragmentación se expande.
Revolución y recomposición del tejido social
Ante los ojos humanos se evidencia la imperiosa necesidad de nuevos
horizontes que recojan lo mejor del trajín histórico anterior y que
profundicen la construcción humilde y sentida de “una revolución social
que cambie drásticamente las condiciones de vida del pueblo, una
revolución política que modifique la estructura del poder y, en
definitiva, una revolución humana que cree sus propios paradigmas en
reemplazo de los decadentes valores actuales.”[1]
Las
revoluciones presentes y futuras habrán de abordar necesariamente entre
sus primarios la reconstrucción del tejido social deteriorado. Para
hacer frente a la ola de nacionalismos xenófobos, el fundamentalismo, la
misoginia, el disciplinamiento social y la exclusión, promovidos por el
sistema a través de sus vehículos de derecha, dicha reconstrucción
podrá colocar como premisa fundamental de su escala de valores el
reconocimiento pleno de la humanidad en cada uno y las derivaciones de
este hecho en la vida personal, interpersonal y colectiva.
Este
vínculo de humanidad primordial, esta actitud de reconocimiento de una
posible “comunidad en la diversidad”, puede representar en el mundo
actual un núcleo orientador para avanzar en la lucha por la justicia
social, la liberación política y la realización efectiva de los Derechos
Humanos para todas y todos.
Nota:
[1] Silo. Cartas a mis amigos. Séptima Carta. Ed. Centaurus. 1era. Edición (1994) Buenos Aires.
Javier Tolcachier es investigador del Centro de
Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia
internacional de noticias Pressenza.
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