La combativa y pujante
rebelión popular de Chile no es meramente por el aumento desmesurado al
boleto del Metro en Santiago. Esa fue la gota que colmó la copa por un
cuarto de siglo de pinochetismo agazapado que ahí ha seguido en espacios
estratégicos, incluidos el poder económico, político, mediático y las
fuerzas armadas y de seguridad.
Ha habido en Chile sí, una suerte de escenografía democrática para
maquillar al fascismo realmente existente. La cruenta represión desde
los primeros momentos ante una protesta totalmente pacífica, que sólo
consistía en saltarse los torniquetes del Metro, primero, de cientos de
adolescentes y jóvenes y, después, de miles de personas de todas las
edades, caldeó aún más los ánimos. El aumento hacía subir el precio en
30 pesos, equivalentes a 0.042 centavos de dólar por viaje, en promedio
mensual se ha calculado su costo por persona en cerca de 14 por ciento
del salario mínimo.
Pero la insubordinación generalizada de los chilenos, como ocurre en
Honduras y Haití, ocurrió y volverá a ocurrir en Ecuador, expresado con
votos en Argentina y antes en México, es contra décadas de miseria,
desprecios, discriminación, grosera y creciente desigualdad y gobierno
autoritario.
Con una Constitución y una cultura política heredada del
pinochetismo, con la marginación económica, política y el
empobrecimiento creciente de la mayoría de la población, con la
privatización y destrucción de los sistemas públicos de educación y
salud, es un verdadero chiste decir que en Chile hubo una transición
democrática o que hay un sistema democrático que funcione. Lo que cabe
es preguntarse cuánta democracia puede ofrecer el neoliberalismo, en el
que los gobernantes venden las riquezas naturales, privatizan todo y, a
la vez, se enriquecen obscenamente sin consultar a sus pueblos.
En sistemas donde con la inversión de millones de dólares en las
campañas electorales, los candidatos se venden como un tubo de pasta
dental y responden a las protestas con la brutalidad y saña que hemos
visto en Francia, Cataluña, Ecuador, Honduras, Haití, Colombia, Perú y,
no olvidar, Estados Unidos. En Chile ha sido asombrosa la sevicia de los
milicos y antimotines intoxicados de coca.
Sin embargo, llevamos décadas escuchando a los medios y a la academia
hegemónicos decir maravillas acerca de los grandes éxitos económicos,
democráticos y hasta sociales del modelo
chileno, made in Chicago por su autor intelectual, el pontífice neoliberal Milton Friedman. Por lo pronto, estoy esperando que la señora Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, vaya más allá de confesarse
tristey condene –como injustamente y sin pruebas lo hizo con Venezuela bolivariana– los asesinatos, palizas, torturas y violaciones a hombres y mujeres en plena calle, de día y de noche, que estamos viendo con horror en el material fílmico que circula en redes y en los pocos medios que informan la verdad sobre 10 días de protestas incesantes.
No obstante, más tibia aún que Bachelet, la repugnante OEA del
energúmeno Luis Almagro cita, con carácter extraordinario, a su Consejo
Permanente, pero no para conocer de los crímenes de lesa humanidad que
está cometiendo contra su pueblo el gobierno que encabeza Sebastián
Piñera, sino para enjuiciar la elección presidencial en la Bolivia de
Evo Morales. Esa sí ejemplo de democracia participativa y protagónica,
por haber liquidado la república oligárquica con una Constituyente
popular que fundó el primer Estado plurinacional de América Latina y el
Caribe, que reconoce todos los derechos de los pueblos indígenas que la
habitan y de todos sus ciudadanos, mencionada por sus tasas de
crecimiento
chinasy el aumento constante de la prosperidad general debido a que la riqueza se distribuye con justicia, lo que ha llevado al abatimiento de la pobreza y la desigualdad, la creación de un sistema de educación y salud pública que era inimaginable antes de Evo, pues Bolivia competía con Haití anteriormente por sus bajísimos índices de desarrollo humano.
Ahora, Estados Unidos y la derecha, con el racismo que les es
característico, se enfadan por la tardanza en el conteo de votos de las
remotas regiones indígenas serranas y amazónicas y cínicamente gritan
fraude. Es muy sencillo de entender. En esas zonas habitan innumerables
pueblitos de 100 o menos habitantes muy alejados y aislados entre sí,
que aunque las comunicaciones se hayan desarrollado mucho en tiempos
evistas, todavía no cuentan en su mayoría ni con conexión telefónica. De
modo que es harto conocida la dilación existente en el conteo de esos
votos, siempre favorables a Evo.
En lo que andan Washington y la oligarquía local hace meses es en
otro intento de golpe de Estado contra el presidente indígena y para
conseguirlo han comenzado una ola de incendios contra tribunales
electorales. El terrorismo es lo suyo, pero Evo y el pueblo siempre los
han derrotado.
Twitter: @aguerraguerra
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