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sábado, 19 de octubre de 2019

12 de octubre, la impiadosa pedagogía de la misericordia



Misionero: mi Dios es bueno y castiga a la gente mala.
Cacique: mi Dios también es bueno, pero el no castiga a nadie, se complace en hacerle el bien a todos.
Misionero: mi Dios es todopoderoso, puede hacer crecer dos briznas de hierba, donde antes crecía sólo una.
Cacique: mi Dios puede hacer que la hierba crezca donde nunca creció antes. Arroja el mismo calor y le da la misma luz a los pobres y a los ricos. Se retira a su casa por la noche para permitir un sueño plácido y profundo. Si su Dios tiene el poder de hacer todo lo que usted dice, y es tan bueno como usted trata hacer de él, ¿por qué no lo hace al pobre indio nacer un cristiano y lo bautiza, en lugar de castigarlo por delitos que él no conoce?

Según el explorador T. Hutchinson (1), la conversación tuvo lugar entre un cacique qom y el misionero Ping Bengales. Este breve diálogo, muestra como los primeros religiosos demostraban no sólo un profundo desconocimiento, sino también una evidente falta de interés en familiarizarse con las culturas a las cuales se pretendía conquistar y evangelizar, si es que acaso, entre ambos términos, podía existir alguna diferencia.
Los misioneros, encargados de transitar la Pedagogía de la misericordia en el Nuevo Mundo, padecían con cada paso su propio desconocimiento e inexperiencia. Claramente esto era así, porque, lo novedoso del Nuevo Mundo, consistía en ser para ellos, precisamente, un mundo nuevo, sumergido, gracias a la elocuencia capitular de los clérigos mayores, en las tinieblas de la barbarie, y en la perdición de la idolatría. Lo contrario a la civilización, lo inexplorado y agreste, y, de especial interés para aquellos conquistadores de almas, una enorme diversidad de ídolos y dioses como manifestación de lo oscuro y diabólico.
Para aquellos Caballos ligeros de Dios, tal como llamaba el dominico Torquemada a los apóstoles, la plétora de cosas nuevas, transformaba la sabiduría de los escolásticos y la experiencia propia y ajena, en herramientas obsoletas. Ningún códice en alguna silenciosa abadía o antigua biblioteca, contenía las instrucciones para comunicar la sagrada escritura a estos pueblos. Movidos por las ansias de tener que convertir a decenas de miles de almas, liberarlas de satanás e incorporarlas a las arcas del catolicismo para gloria de los Reyes Católicos, en ocasiones sus acciones se tornaban demenciales. Como en el gran Auto de Fe de Maní en 1562, en el que el misionero franciscano Diego de Landa, reunió a cientos de prisioneros mayas acusados de idólatras, y frente a ellos quemó miles de objetos sagrados; entre éstos, y para intentar desarraigar la escritura jeroglífica, los 27 grandes códices escritos en papel de corteza y piel de venado.
Otras barreras se interponían en su labor, el idioma en ocasiones; el natural recelo humano hacia lo desconocido; y el lógico desinterés por aquella religión a la medida del invasor, que manifestaba demasiado ímpetu al momento de querer imponer su creencia en un dios torturado, clavado en un madero, joven, blanco y barbado, mucho más parecido en sus rasgos a los feroces soldados, que a ellos mismos. ¿Porqué? Sin dudas éste, debió ser el pensamiento más recurrente.
El Itinerario para párrocos de indios publicado en 1771, elaborado en respuesta a las súplicas de un grupo de misioneros en Quito, para lograr la administración espiritual de los indios, demuestra que su labor, la mayoría de las veces, era un trabajo arduo, y tan frustrante como improductivo. Enviaron la siguiente nota de solicitud al Obispo: Aunque es verdad que los Autores han escrito las materias morales, importantes para que los Curas de almas puedan con toda seguridad administrar a sus Feligreses, y esto tan docta y tan exactamente lo han escrito, que podemos muy decir, que llegaron al non plus ultra; con todo eso nos placerá mucho tener algún Autor, que de las doctrinas comunes sacará aplicaciones a las cosas particulares de las Indias; que siendo el Nuevo Mundo, y sus naturales de tanta rudeza y tan corta capacidad, es menester tener mucha, para regular sus acciones por los principios universales, de cuyo ajuste ha de proceder su justificación de buenas o malas. En otras palabras, al momento de publicar el Itinerario, y habiendo transcurrido casi dos siglos de la llegada de los españoles al continente, la Iglesia y sus apóstoles aún no habían encontrado la manera de hacer llegar su mensaje a los indígenas! Si después de todo ese tiempo, todavía se veían en la necesidad de pedir una guía para poder transmitir su verdad ¿eran los indígenas quienes presentaban el inconveniente de su corta capacidad y excesiva rudeza, tal como mencionan? ¿O tal vez el eurocentrismo cristiano, filosófico y teológico, incapacitaba a sus mismos discípulos para comprender otras culturas? Si tenemos en cuenta, por otra parte, el rol de la motivación en el aprendizaje, ¿qué incentivo pudieron haber tenido los aborígenes en aprender una religión que no necesitaban, ni comprendían, y que, para colmo de males, sólo pretendía azuzarlos con miedos y culpas que, hasta su llegada, desconocían? Y así lo dice el códice maya Chilam Balam (2): Pecado es su enseñanza, su hablar y caminar; Aquí está, veneno en sus palabras, Fuego y hierro en la punta de sus manos; De culpa es su presencia, De culpa es su mirada, de culpa es su voz... Pan de espanto y estéril alimento son nuestros días.
Tampoco tenían motivos para tomar como propios los fundamentos, y mucho menos aún, las formas de estos misioneros, quienes lejos de tratar con respeto y humildad a sus anfitriones, para así nutrirse y enriquecer con otras, su propia creencia; y con otros pensamientos, conocimientos, gustos y costumbres, ampliar los suyos, se empecinaban en tratarlos como civilizaciones primitivas olvidadas por dios. Ciudades pobladas de idólatras, intelectualmente inferiores al blanco europeo promedio, incapaces de reconocer la verdad revelada, incluso cuando la dejaban a su alcance en forma de sagradas escrituras y sacramentos. Los misioneros claramente arriesgaban de esta manera sus vidas, cumpliendo la impiadosa e increíblemente soberbia tarea, de predicar pueblo por pueblo, que todos y cada uno de sus habitantes, sus padres, y los padres de sus padres, vivieron vergonzosa y eternamente equivocados; rezándole, suplicándole y peor aún, agradeciéndole, a nadie y a nada, sólo a una inerme roca tallada, en el mejor de los casos, con la impávida figura de un águila o una serpiente ¿Cómo podrían estos pueblos recibir aquellas enseñanzas?
Sin priorizar lo que los indígenas pudieran pensar o sentir, irrumpieron entonces un día aquellos pedagogos de la impiedad, cruzando un océano de eternidad espiritual, portando por sobre las cabezas, una amenazante cruz con temple y filo. Llegaron con la misión de rescatar para la Corona Española, a miles de almas de la perdición de la idolatría, de la ausencia de dios, y del reinado de satanás, tendiéndoles por fin, un puente hacia la verdad absoluta. El precio de este “rescate” fue la imposición definitiva en el continente del cambio de la “cosmovisión de los pueblos originarios de América, por la cultura occidental y europea, el concepto de propiedad privada, y un sistema económico en ciernes. El Papa San León Magno, Pastor y Doctor de la Iglesia Universal, en cierta manera, avalaría la afirmación anterior; en uno de sus sermones (3) expresó: Otro nuevo modo de pelear halló Dios, y mejor ardid y más duras y fuertes armas que las de hierro y acero de los Romanos, y que han rendido más naciones a la Iglesia, que son las blandas lenguas de sus predicadores.
Notas: 
1- HUTCHINSON, Thomas. “Buenos Aires y otras provincias arjentinas: con estractos de un diario de la... Traducida del inglés y anotada por Luis V. Varela. Imprenta del Siglo. Buenos Aires. 1866
2 - Códice Maya Chilam Balam (Gran Sacerdote), manuscrito compuesto por varios libros, redactados luego de la conquista española. Corresponde al título: Cuando sopla el chikin-ik.
3 - GONZALES HOLGUIN, “ Gramática y arte nueva de la lengua general de todo el Perú: llamada lengua Quichua o Lengua de los Incas”. 1842.  
Fernando Hadad. Universidad Nacional del Litoral. Secretario Generalde la Central Trabajadores Argentina Autónoma. Santa Fe Capital.

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