El opositor peronista Alberto
Fernández ratificó ayer el triunfo obtenido en las primarias de agosto
frente al presidente Mauricio Macri, al alcanzar 48 por ciento de los
votos frente a 40.5 de su contrincante. Con más de 96 por ciento de las
mesas escrutadas al cierre de esta edición, la tendencia es ya
irreversible, y permite al candidato del Frente de Todos evitar la
segunda vuelta que habría de realizarse el 24 de noviembre, como
reconoció el mandatario saliente horas después del cierre de las urnas.
En la provincia de Buenos Aires –donde viven uno de cada tres
argentinos– la victoria del Frente de Todos fue incluso más contundente,
pues el escrutinio provisorio arroja 52 por ciento de los votos para el
candidato a gobernador, Axel Kicillof.
Además de la inefable torpeza política y de la total carencia de
sensibilidad social que caracterizan al actual mandatario y a los
integrantes de su gobierno, el regreso a la Casa Rosada del grupo que
fue desalojado por Macri hace cuatro años, da cuenta del estrepitoso
fracaso de la ortodoxia neoliberal que éste impuso con el entusiasmo de
la oligarquía local, de los centros financieros globales y de organismos
impresentables como el Fondo Monetario Internacional.
En efecto, el saldo de 46 meses de macrismo resulta demoledor: el
producto interno bruto (PIB) pasó de crecer a 2 por ciento anual a caer 3
por ciento este año; el dólar se disparó de 13 a 65 pesos por unidad,
la pobreza aumentó de 29 a 40 por ciento de la población, el país pasó
de no deberle nada al FMI a ser su primer deudor, la deuda externa es la
mayor de la historia argentina y alcanza a 93 por ciento del PIB. La
inflación, una de las principales críticas lanzadas por Macri a su
antecesora y hoy vicepresidenta electa, Cristina Fernández de Kirchner,
saltó de un preocupante 27.8 por ciento al catastrófico 57 por ciento en
que se estima cerrará el año.
Este desastre no es casual ni impredecible. Por el contrario,
Argentina es uno de los principales testigos y víctimas de las
consecuencias de aplicar de manera irrestricta el modelo neoliberal, el
cual en 2001 estalló en la peor crisis que recuerde el país, dejó tras
de sí una estela de pobreza sin precedente y reverberó a lo largo de dos
años de inestabilidad política, con pasajes tan dramáticos como el del
ex presidente Fernando de la Rúa huyendo en helicóptero del palacio
presidencial.
En un prolongado esfuerzo de destreza política, pragmatismo y, debe
señalarse, no pocas contradicciones, el fallecido ex presidente Néstor
Kirchner y su viuda y sucesora, Cristina Fernández, reconstruyeron la
economía y el tejido social argentinos de formas que distan de ser
óptimas, pero que respondían a la necesidad de levantar a un país en
ruinas. En 2015, las contradicciones del kirchnerismo, aunadas a una
incesante campaña de golpeteo mediático, permitieron al macrismo
levantarse con una estrecha victoria y emprender la restauración
neoliberal, cuyos saldos no tardaron en mostrar a la sociedad la
inviabilidad de este regreso al pasado.
Mientras Argentina se mueve hacia la recuperación de la soberanía y
de una política económica con sentido social, en el vecino Uruguay todo
apunta hacia una lamentable involución. De acuerdo con los primeros
resultados divulgados, la victoria de Daniel Martínez, candidato del
centroizquierdista Frente Amplio (en el poder desde 2015), no alcanzará
para conjurar una segunda vuelta en la que el pronóstico resulta
sombrío, debido a la anunciada unidad de todo el espectro de la derecha
para sacar del poder a una formación que, sin ser en modo alguno
perfecta, ha mantenido una notable estabilidad económica, acompañada de
una reducción de la pobreza francamente aplaudible (dicho indicador pasó
de 40 por ciento hace tres lustros al 8 por ciento actual). En lo que
toca al lado norte del Río de la Plata, sólo cabe hacer votos por que el
Frente Amplio logre sobreponerse a su acusado desgaste político, y
evite al país la tétrica perspectiva de repetir el descenso en que
Argentina se sumió hace cuatro años.
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