Partidos políticos en crisis
A
partir de las últimas décadas del siglo pasado asistimos a una gradual
pero permanente decadencia de los partidos políticos tradicionales. Esto
se da tanto en la derecha como en la izquierda. Las poblaciones van
evidenciando un creciente hastío en relación a las formas tradicionales
de la “política profesional”, dada por tecnócratas, burócratas siempre
alejados de la gente, “mentirosos de profesión”. La política hecha a
través de los partidos (farsante, embustera, manipuladora) sigue siendo
la forma en que se maneja la institucionalidad de los Estados
nacionales, pero cada vez más es la mercadotecnia, el manejo “de mentes y
corazones” –como pedía Joseph Goebbels en su momento en la Alemania
nazi, o más recientemente el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky,
maestro en estas artes–, la tecnología publicitaria, la que “hace” la
política. O, al menos, la que se encarga de “manejar” a las grandes
masas. Las decisiones fundamentales, por supuesto, se siguen haciendo en
las sombras. Y no la hacen los “políticos de profesión” precisamente,
sino los que les financian las campañas y para quienes, en definitiva,
trabajan.
De ningún modo esos partidos están agotados,
pues continúan siendo correas de transmisión entre el poder económico
–los verdaderos amos– y las grandes masas, ofreciendo las capas de
burócratas que manejan los aparatos estatales. Pero la credibilidad de
esos partidos está en este momento por los suelos, en todos los países
capitalistas del mundo. De todos modos, el “credo” fundamental de la
politología oficial, de la llamada “democracia representativa”, está
dado por la existencia de esos partidos. El resguardo de lo que la
ciencia política de derecha funcional al sistema llama “gobernabilidad”
(o el inefable neologismo de “gobernanza”) son esos –aunque
desacreditados y un tanto aborrecidos– partidos políticos. Por así
decir: un mal necesario para el sistema.
En el campo de la
izquierda las cosas también están complicadas. Caídas las primeras
experiencias socialistas de la historia (desintegración de la Unión
Soviética y la extinción del bloque socialista europeo) el avance de las
fuerzas de cambio social quedó un tanto –o bastante– relegado. Hoy, una
pregunta clave en el campo de la izquierda es ¿cómo construir
alternativas válidas, consistentes, realmente efectivas? Los partidos
políticos clásicos, con un esquema leninista si se quiere, en el momento
actual no están en crecimiento. Antes bien: han perdido credibilidad,
no arrastran gente. Al menos en lo que llamamos Occidente. El caso de la
República Popular China es otra historia, con un Partido Comunista
único por su tamaño (90 millones de afiliados) y su papel histórico. Es
el verdadero garante de las transformaciones en curso, de haber sacado
de la pobreza a 700 millones de personas, y de haber hecho del país una
potencia económica, científica y tecnológica. Pero, insistamos, ese es
un caso peculiar, irrepetible quizá en nuestras latitudes.
Hoy
por hoy todo lo que suene a confrontación, como consecuencia de décadas
de bombardeo mediático-ideológico, es visto como “peligroso”. O, cuando
menos, como desconfiable. De ahí que los partidos políticos de
izquierda, los tradicionales partidos comunistas (leninistas, o también
maoístas, o trotskistas), no están hoy precisamente en crecimiento. Y si
se trata de partidos socialdemócratas, es decir: fuerzas políticas que
hablan un lenguaje capitalista “moderado”, “capitalismo con rostro
humano”, no hay la más mínima diferencia con los partidos políticos de
derecha. Los movimientos guerrilleros, por otro lado, en la actualidad
no son opción. Fuerzas alzadas en armas con décadas de acción
político-revolucionaria hoy se desarman para entrar al juego
“democrático-parlamentario”, sin conseguir con ello poner en marcha el
ideario que los acompañó anteriormente.
A decir verdad,
actualmente no se ve muy claro ninguna propuesta real de transformación
social. Ello no significa, en modo alguno, que el sistema capitalista
esté blindado ante los cambios. Son incontestables los elementos que
demuestran su inviabilidad a futuro: el solo ecocidio (la monumental
catástrofe medioambiental) que ha producido con su alocado modelo de
consumo, o el tener las guerras como una siempre posible válvula de
escape cuando se traba, deja ver su insostenibilidad. Sus negocios más
grandes son: las armas, el petróleo y las drogas ilegales, es decir:
todas industrias de la muerte. Pero aunque no ofrezca salida, solo, por
su propio peso, no cae. Es necesario que alguien lo derribe. ¿Quién es
el sujeto revolucionario entonces en la actualidad? ¿Es posible hoy
levantar las banderas de partidos políticos revolucionarios?
Esto,
en modo alguno niega que los partidos comunistas que han llegado al
poder (caso chino, caso cubano o norcoreano) sean obsoletos, estén en
retirada o no gocen de alta credibilidad. Son ellos, en realidad, la
garantía última de la construcción socialista que, con diferencias y
características propias particulares, está teniendo lugar en cada uno de
esos países.
Pero ante este panorama de despolitización
forzada, esta apatía por lo social que se vive desde la implementación
de los planes neoliberales, con esta manipulada conducta de indolencia
política que se ha impuesto, en distintas latitudes del planeta, y sin
dudas en Latinoamérica con una considerable fuerza (ganan las elecciones
candidatos de ultraderecha como Macri, Bolsonaro, Duque, Piñera,
Giammattei), lo que sí se van dibujando como alternativas
antisistémicas, rebeldes, contestatarias, son los grupos que presentan
demandas más puntuales, quizá sin un proyecto político socialista en
sentido estricto: luchas por la tierra, movimientos de desempleados, de
jóvenes, de amas de casa. O, con una gran fuerza y sentido
anti-sistémico, movimientos campesinos e indígenas que luchan y
reivindican sus territorios ancestrales.
Movimientos populares
Quizá
sin una propuesta clasista, revolucionaria en sentido estricto (al
menos como la concibió el marxismo clásico, como han levantado los
partidos comunistas tradicionales a través de los años en el siglo XX),
estos movimientos campesinos y de reivindicación de territorios propios
constituyen una clara afrenta a los intereses del gran capital
transnacional y a los sectores hegemónicos locales. En ese sentido,
funcionan como una alternativa, una llama que se sigue levantando, y
arde, y que eventualmente puede crecer y encender más llamas. De hecho,
en el informe “Tendencias Globales 2020 – Cartografía del futuro
global”, del consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos,
dedicado a estudiar los escenarios futuros de amenaza a la seguridad
nacional de ese país, puede leerse: “A comienzos del siglo XXI, hay
grupos indígenas radicales en la mayoría de los países latinoamericanos,
que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y obtenido la
adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas (…) Esos grupos podrán establecer relaciones con grupos terroristas internacionales y grupos antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de origen europeo. (…) Las tensiones se manifestarán en un área desde México a través de la región del Amazonas”.1
Para enfrentar esa presunta amenaza que afectaría la gobernabilidad de
la región poniendo en entredicho la hegemonía continental de Washington
cuestionando así sus intereses (¿quizá también la lógica capitalista en
su conjunto?), el gobierno estadounidense tiene ya establecida la
correspondiente estrategia contrainsurgente: la “Guerra de Red Social”
(guerra de cuarta generación, guerra mediático-psicológica donde el
enemigo no es un ejército combatiente sino la totalidad de la población
civil), tal como décadas atrás lo hiciera contra la Teología de la
Liberación y los movimientos insurgentes que se expandieron por toda
Latinoamérica.
Hoy, como dice el portugués
Boaventura Sousa Santos refiriéndose al caso colombiano en particular y
latinoamericano en general, escrito antes de la desmovilización de la
principal fuerza guerrillera de Colombia, pero igualmente válido ahora, “la verdadera amenaza no son las FARC [o alguna organización guerrillera vigente]. Son las fuerzas progresistas y, en especial, los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados Unidos, para el capitalismo como sistema] proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo, riquezas minerales], o sea, de los pueblos indígenas”.2 Anida allí, entonces, una cuota de esperanza si de transformación se trata. ¿Quién dijo que todo está perdido?
No
hay dudas que la contradicción fundamental del sistema sigue siendo el
choque irreconciliable de las contradicciones de clase, de trabajadores y
capitalistas. Eso continúa siendo la savia vital del sistema: la
producción centrada en la ganancia empresarial. En ese sentido, las
premisas de trabajo asalariado y capital siguen siendo absolutamente
determinantes: los trabajadores generan la riqueza que una clase, la
poseedora de los medios de producción, se apropia. Esa contradicción
-que no ha terminado, que sigue siendo el motor de la historia, amén de
otras contradicciones sin dudas muy importantes: asimetrías de género,
discriminación étnica, adultocentrismo, homofobia, desastre ecológico-
pone como actores principales del escenario revolucionario a los
trabajadores, en cualquiera de sus formas: proletariado industrial
urbano, proletariado agrícola, campesinos pobres, trabajadores
clase-media de la esfera de servicios, intelectuales, personal
calificado y gerencial de la iniciativa privada, amas de casa,
subocupados varios, trabajadores precarizados e informales. Lo cierto es
que, con la derrota histórica de estos últimos años luego de la caída
del Muro de Berlín y los retrocesos habidos en el campo socialista, con
el tremendo revés que la clase trabajadora ha sufrido a nivel mundial
con el capitalismo salvaje de estos años, eufemísticamente llamado
“neoliberalismo” (precarización de las condiciones generales de trabajo,
pérdida de conquistas históricas, retroceso en la organización
sindical, tercerización), los trabajadores, los verdaderos y únicos
productores de la riqueza humana, quedaron desorganizados, vencidos,
quizá desmoralizados. De ahí que estos movimientos campesinos-indígenas
que reivindican sus territorios son una fuente de vitalidad
revolucionaria sumamente importante.
La pregunta sigue
siendo: ¿por dónde ir si hablamos de transformación, de cambio social?
Evidentemente la potencialidad de este descontento, que en buena parte
de América Latina se expresa en toda la movilización popular
anti-industria extractivista (minería, centrales hidroeléctricas,
monoproducción agrícola destinada al mercado internacional), puede
marcar un camino.
Fidel Castro, interrogándose por la situación actual de la lucha revolucionaria en todo el mundo, preguntaba: “¿Puede
sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso,
sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad?
¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase obrera
-en el sentido marxista del término- tiende a desaparecer, para ceder su
sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de
marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico,
hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la
nueva clase revolucionaria?”. Sin dudas, las posibilidades de
transformación social se ven hoy bastante escasas. El sistema
capitalista ha sabido cerrar filas contra el cambio.
Pero
siempre quedan rendijas. El sistema lleva en sí mismo el germen de su
destrucción. Las contradicciones que le son inherentes -la lucha de
clases- dinamiza la historia, y en algún momento eso estalla. Como dijo
el multimillonario estadounidense Warren Buffett: “Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando”. La gran incógnita es cómo hacer hoy para encender esa mecha que ponga en marcha las transformaciones.
Movimientos populares y vanguardia
Esos
movimientos populares espontáneos que mencionábamos más arriba,
definitivamente tienen una gran potencialidad. En Argentina, por
ejemplo, en diciembre del 2001, al grito de “¡Que se vayan todos!”,
en dos semanas sacaron a cinco presidentes. Y en Ecuador, los
movimientos indígenas, liderados en parte por la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador -CONAIE-, en parte actuando
espontáneamente, ya tienen una larga tradición de lucha y movilización,
pues en estos últimos años expulsaron del gobierno a tres presidentes
por corruptos, antipopulares y represores: Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y
Lucio Gutiérrez. Y en estos pasados días, con una valiente acción de
calle incendiando la ciudad capital, Quito, lograron que el claudicante
presidente Lenín Moreno diera marcha atrás con un acuerdo fijado por el
Fondo Monetario Internacional que contenía un “paquetazo” de medidas de
ajuste económico antipopular.
Ejemplos de movimientos
populares espontáneos hay muchos, heroicos en todos los casos,
valerosos, que se enfrentaron en numerosas ocasiones a las fuerzas
represoras, y triunfaron: la reacción espontánea de la población
venezolana ante un aumento desmedido de tarifas en lo que se conoció
como Caracazo, en 1989, lo que posibilitó la aparición de Hugo Chávez
años después. O la salida espontánea de cientos de miles de seguidores
de Hugo Chávez ya presidente, cuando fue derrocado por un golpe de
Estado de extrema derecha en 1992, logrando su restitución casi
inmediata.
En la historia reciente hay cuantiosos ejemplos
de estallidos populares, de movimientos sin propuestas partidarias,
pero de gran energía política, que influyen en las dinámicas sociales, a
veces de forma profundísima: Movimiento de los Sin Tierra en Brasil,
movimientos Okupa en diversas partes del mundo tomando tierras y
construcciones abandonadas para habitar, movimientos por la diversidad
sexual, estallidos espontáneos como la Primavera Árabe (luego manipulada
y tergiversada). Aclárese rápida y muy enfáticamente que no hacemos
entrar aquí lo que se conoce como “Revoluciones de colores”, por ser
ellas manipulaciones arteras hechas desde centros de poder con fines
bien delimitados, utilizando descontentos populares que son vilmente
manejados (recuérdese Goebbels y Brzezinsky) .
Ahora bien,
la pregunta fundamental ante todo esto: ¿constituyen estos movimientos
-desde la reivindicación anti industria extractiva a los desfiles gay,
desde las protestas estudiantiles con toma de universidad ante los
“cacerolazos” que aparecen espontáneamente cada tanto- un verdadero
fermento revolucionario, una verdadera chispa que puede encender el
fuego del cambio profundo?
La observación serena de los
resultados de todos ellos muestra que sí, efectivamente, como acaba de
suceder en Ecuador, tienen una enorme fuerza política (le torcieron el
brazo a uno de los más poderosos organismos del capital global en este
caso), pero no alcanzan para colapsar al sistema, para producir una
revolución victoriosa. Como alguna vez expresó un mural callejero
durante la Guerra Civil Española: “Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios”.
¿Qué se necesita para que esa chispa, ese enorme descontento popular
que anida en la gente se pueda transformar en un verdadero cambio de
estructuras? Una vanguardia, un grupo organizado y con claridad política
que pueda conducir esa fuerza contestataria encausándola en un
auténtico proyecto transformador.
Este breve opúsculo no
hace sino poner al debate este espinoso, dificultoso y controversial
tema de la vanguardia (o como quiera llamársele). ¿Pueden estas
insurrecciones populares espontáneas dirigirse solas a un cambio
revolucionario, o es necesaria la presencia de una organización política
articulada que oriente el camino? Vieja y trascendental discusión.
Entiendo que la experiencia enseña que el espontaneísmo solo no alcanza.
Pero ¿cómo se construye esa fuerza de vanguardia?
1 En Yepe, R. “Los informes del Consejo Nacional de Inteligencia”. Versión digital disponible en la página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140463
2 Boaventura Sousa, S. “Estrategia continental”. Versión digital disponible en https://saberipoder.wordpress.com/2008/03/13/estrategia-continental-boaventura-de-sousa-santos/
https://www.alainet.org/es/articulo/202690
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