Imagen: EFE
Desde Río de Janeiro
Hay que reconocer una característica de la personalidad del ultraderechista presidente brasileño: su coherencia.
Siempre que aparece alguna oportunidad, por más ínfima que sea, de
disparar estupideces y comprobar una vez más el muy elevado grado de su
desequilibrio, Bolsonaro la aprovecha con raro brillo. Y cuando no
aparece, la crea con eficacia olímpica.
Ahora mismo, en su
insensato viaje por países del Medio Oriente, sorprendió a todos: el
domingo, en Abu Dabi, lanzó declaraciones equilibradas sobre la
situación en Bolivia y sobre las elecciones argentinas. Dijo que Brasil
pretende mantener buenas relaciones con Bolivia, y que espera poder
incrementar el comercio con Argentina.
Como sensatez y equilibrio
no suelen convivir con descerebrados, lo que ocurrió no ha sido más que
un brote veloz y pasajero. Muy rápidamente Bolsonaro volvió a su estado
normal, si es que se puede aplicar la palabra “normal” a cualquier cosa
relacionada con él.
Tan pronto se conoció el resultado de las
elecciones del domingo, la Bolsonaro lució espléndidamente su capacidad
de ser grosero, y que está en pleno apogeo. “Lamento”, disparó. “No
tengo la bola de cristal, pero creo que Argentina eligió mal. El primer
acto de Fernández fue decir Lula libre. Ya dejó claro a qué vino”.
Y prosiguió: “No pretendo felicitarlo. Por ahora no vamos a
indisponernos. Vamos a esperar para ver cuál la posición real de él en
la política. Porque él va a asumir, va a enterarse de lo que ocurre, y
veremos cuál línea adoptará”.
El tono amenazante, a propósito,
es otra característica de su desequilibrio crónico: el que no piensa
como él es enemigo, y será tratado como tal, con la energía requerida.
También aprovechó para lanzar una contundente advertencia a Alberto
Fernández: Brasil adoptará medidas si Argentina no acepta aprobar un
cambio en la llamada TEC (Tarifa Externa Común), por el cual de los
actuales 13,6 por ciento a las importaciones extra Mercosur pasaría a
6,4, o sea, poco menos de la mitad .
Aceptar la nueva TEC sería
una amenaza fatal a la industria del bloque, y el mismo Macri se rehusó a
llevar adelante la discusión. Los mayores beneficiarios serían los
chinos, seguidos de los Estados Unidos.
Si la Argentina de
Alberto Fernández no adhiere a lo que él pretende, Bolsonaro advierte
que estudiaría medidas alternativas: suspender a Argentina del bloque,
con el respaldo de los dos otros socios, Paraguay y Uruguay, o retirar
Brasil del Mercosur.
Luego, y en el mismo día, olvidó la segunda hipótesis, para reiterar la primera.
Se trata, evidentemente, de una bravata delirante, una afirmación que
merecería el desprecio inmediato si no fuese proferida por quien no
conoce límites para disparar torpezas y por eso cree que sea viable.
Y
más: la propuesta es defendida por un descerebrado que no tiene idea de
las reglas más esenciales de la diplomacia y menos que menos de qué
cosa son las relaciones externas. Para completar, ignora solemnemente
acuerdos internacionales y el funcionamiento de su propio país.
Para echarle más gasolina al fuego, la aberración llamada Ernesto
Araujo, que ocupa el puesto de ministro de Relaciones Exteriores del
aberrante gobierno de mi país, decidió meter la cuchara en la olla: ayer
dijo que “las fuerzas del mal” celebran la victoria de Alberto
Fernández y Cristina Kirchner, mientras que las “fuerzas de la
democracia” la estarían lamentando.
Como si los problemas que
Fernández heredará de Macri no fuesen suficientes, la postura abyecta de
Bolsonaro y de su grotesco ministro de Relaciones Exteriores deja en
claro que también con Brasil el horizonte está plagado de nubarrones de
tempestad.
Bolsonaro, comprobadamente, hace milagros al revés:
transforma el mejor vino en barro. Y lo hace con la naturalidad de quien
no tiene la más mínima noción del efecto que sus actos y palabras
pueden tener.
Vaya peligro…
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