A dos días de la
elección presidencial, Argentina discurre hoy por caminos muy diferentes
a los de Chile, aunque la crisis que la aqueja sea mayor que la del
país transandino.
Sometidas a una variante particularmente
retrógrada del peronismo, las izquierdas pequeño-burguesas entregaron
las clases medias a los representantes del gran capital. Más
significativo aún, peronistas sumados a antiguos y neo-reformistas,
entregaron el control de la calle.
Ése es el significado de la
oleada de marchas con las que Mauricio Macri culmina su campaña
electoral. Cientos de miles de defensores de Cambiemos aclamaron a Macri
en 30 actos a lo largo del país, en los últimos 30 días. No hubo un
solo acto masivo de la fórmula peronista.
En esta interminable
campaña electoral, ajena a la sociedad, el peronismo unificado se
replegó y abandonó la apelación a las masas y a la movilización. En
tanto, el neo-reformismo sectario depuso incluso su lenguaje
infantoizquierdista y asumió una versión más acentuada aún del
cretinismo parlamentario.
Con Macri como figura señera,
Cambiemos pudo así intentar el lanzamiento de un “conservadurismo
popular” renovado, basado en los despojos todavía poderosos de la Unión
Cívica Radical y restos dispersos del peronismo.
En paralelo,
señores feudales de provincias y sindicatos obligaron a Cristina
Fernández a deponer su candidatura. Con Alberto Fernández como
candidato, el Partido Justicialista asume la continuidad de la política
económica actual, como se comprobará con elevado costo a partir de 2020,
o incluso antes. El discurso clásico del peronismo se desplaza a la
mendaz y vacilante prosa de Macri, salpimentado con pizcas de
republicanismo y encolumnado tras la estrategia contrarrevolucionaria
continental de Washington.
Clases medias movilizadas por
Cambiemos, atonía peronista, ausencia de propuesta revolucionaria,
parálisis del movimiento obrero. Tal el cuadro de la coyuntura política
argentina horas antes de la elección presidencial.
Dada la
hondura de la crisis económica, destinada a agravarse en cualquier
hipótesis luego de los comicios, el poder establecido conseguiría una
ventaja estratégica si lograra poner en pie una estructura política
reaccionaria con fachada republicana, mientras se dispone a entregar el
gobierno a un conjunto variopinto, hegemonizado por sectores y
dirigentes tanto o más reaccionarios que el actual elenco.
Una nueva fase
Sólo en sordina y para oídos entrenados se refiere el gran capital al
despeñadero económico por el cual ya rueda Argentina. De un modo u otro,
con los juegos retóricos que sea, el próximo gobierno deberá resolver
desequilibrios estructurales que impiden la sobrevivencia estable de un
capitalismo exhausto, como lo prueba la impotencia de Macri, Cambiemos y
el frente amplio burgués que sostuvo este intento de saneamiento a
medias logrado.
Las expectativas del conjunto social de una
mejoría en la situación económica, sin costo para las mayorías, se
estrellará contra la realidad. Si como todos anuncian el 27 de octubre
gana la fórmula peronista, deberá completar la tarea de saneamiento
dejada inconclusa por Macri. El gobierno crujirá y sus partes
componentes se reacomodarán, en detrimento de cualquier ensueño
reformista, siquiera tenuemente antimperialista. Pero es el único camino
que les resta. Y las izquierdas sumadas a esa fórmula habrán consumado
su estrategia de sumisión al capital.
En tanto, continuará el
intento por afirmar una fuerza neoconservadora que ya unifica a
liberales, desarrollistas y fascistas de diferente pelaje. Los
ejecutivos sindicales, más cerca de las palancas del poder y respaldados
por la dirigencia de un Partido Justicialista en manos de fuerzas
ultra-reaccionarias, buscarán yugular cualquier intento de los
trabajadores por trazar un camino propio. Sólo con un marcado
crecimiento en votos del neoreformismo infantoizquierdista se podrá
evitar un estallido interno en el círculo sectario. Por el contrario, un
desencanto electoral mayor a los sufridos en pasadas elecciones
agravaría la división y aislamiento de ese sector.
En suma, el
panorama muestra preeminencia de fuerzas disgregadoras y entre ellas, la
dinámica de convergencia intentada por Cambiemos y otras corrientes
para conformar un nuevo partido Radical-Peronista-Liberal en explícita
defensa del capitalismo.
Esta dinámica puede ser trastocada. Es
posible federar fuerzas anticapitalistas, dispersas pero en cualquier
caso potencialmente poderosas en número y en peso social, que
democráticamente centralizadas presenten al país en turbulencia un
programa de honda transformación social.
@ßilbaoL
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