Días infernales en Chile producto del
Estado de Emergencia y toque de queda, instaurado, torpemente, por el
gobierno del presidente Sebastián Piñera. Vengo llegando de recorrer en
bicicleta las calles. Es una imagen dantesca: grupos de militares con
sus fusiles parados en las esquinas, junto a camiones y tanquetas. El
comercio está muerto: todo cerrado. Reina un ambiente rancio, una mezcla
extraña entre pena e incredulidad que nos recuerdan los 17 años que
vivimos en dictadura con Pinochet ¿Qué nos pasó para llegar a esto?:
Chile dejó de ser el supuesto
país pujante, ordenado y ejemplarde América Latina.
Los destrozos y saqueos vandálicos ocupan los titulares de la prensa
con ese morbo policiaco característico, que tanto vende. Pero esos son
los síntomas del conflicto: no la enfermedad en sí. Robos masivos a
supermercados, locales comerciales, paraderos de buses e infraestructura
pública, sumado a la destrucción de 41 estaciones del Metro:
La niña inmaculada y ahora profanadadel transporte diario de tres millones de chilenos endeudados, fue la gota que derramó el vaso, la chispa que provocó la explosión social en las calles con el anuncio insensible del aumento en 30 pesos en los pasajes del TranSantiago.
La revolución de los de a piey su rebeldía no es sólo producto del aumento en los pasajes del transporte público. Es la suma de las injusticias sociales: es el cansancio de la sacrificada familia chilena de clase media que viven con 400 lucas mensuales (unos 10 mil 500 pesos mexicanos), promedio. La gente rompiéndose el lomo se aburrió del
no futuropara que sus hijos estudien en las universidades privadas y logren
surgir, social y económicamente. Son las injustas AFP y las ridículas jubilaciones; la paupérrima Salud de Fonasa, sumado al monopolio de los medicamentos de tres reconocidas marcas de farmacias inhumanamente coludidas inflando los precios; es el desempleo y la falta de oportunidades; son los estudiantes estigmatizados como vándalos por exigir educación gratuita y de calidad, etcétera, etcétera, etcétera.
Desde este fin de semana Chile es otro. Existe una rebelión popular
que está recién comenzando. Las movilizaciones no están coordinadas por
los partidos políticos ni líderes reconocidos: hace rato la ciudadanía
dejó de creer en la política. La gran mayoría de los movilizados son
hordas de gente
común y corriente, que de forma
naturalsalió a manifestarse y tocar cacerolas de forma pacífica. El gran error del gobierno fue sacar a los militares a las calles. Ni en Europa, ni en Barcelona, con sus graves revueltas, han salido los militares de sus cuarteles: este es una torpe decisión, un grave error político que le costará muy caro a la derecha. Es retroceder y abrir una herida aún no cerrada en Chile. EL golpe militar y la violación de los derechos humanos.
No hay que ser ingenuos: los jóvenes de las poblaciones populares no le temen a los milicos.
Viven entre balaceras y violencia extrema, en barrios con calles de
barro, sin árboles, plazas ni luminarias, donde reina el poder del
narcotráfico. Los saqueos y barricadas, desgraciadamente, continuarán in crescendo,
si no hay un gesto urgente de empatía social, ahora. Este es un balón
de gas que ya estalló y no se podrá nunca apaciguar con más gasolina
represiva estatal.
Muchos amigos y amigas de mi generación vivimos la represión mientras
estudiábamos. Nos la jugamos con todo por recobrar la bendita
democracia, que tanto dolor y sufrimiento nos costó.
No al toque de queda de las neuronas, neoliberales e insensibles del gobierno y sus ministros que se han reído en la cara de la gente llamándolos a
comprar flores que están más baratas; o
ir a los consultorios a hacer vida social mientras esperan número de atención; a despertarse más temprano: “para ahorrarse unas chauchas (centavos) para el pasaje”.
El malestar ciudadano generalizado continuará en este delicado
escenario que duele, preocupa y asusta. Si Piñera no es capaz de hacer
un necesario mea culpa, de frente al país, comprometiéndose a
hacer cambios sociales, políticos y económicos radicales: iremos de mal
en peor. Lo primero: suspender la COP25. No hay vida sustentable en
Chile y sería un triste espectáculo para el mundo recibir a otros
mandatarios con protestas y militares en las calles. Este pobre país no
tiene recursos para destinarlos para tan magno evento comunicacional:
Hay que ahorrar hasta la última chaucha en pro de la gente. La
atención de los medios de comunicación mundiales seguirán puestos en
este Chile que despertó, con ira y sin miedo, en contra de la injusticia
social. Para que reine la paz: debe existir respeto y amor por la
gente. Y este gobierno está al debe, en estas y otras materias básicas.
* Periodista y escritor
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