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Trump parece sostener una elemental convicción de que en los asuntos internacionales la paz puede ser mejor que la guerra. Y precisamente por eso se lo quieren cargar. |
Fue William Blum, el autor de Killing Hope (2005),
la mejor obra sobre las intervenciones de Estados Unidos en el mundo,
todavía no editada en España, quien retrató la situación con una
celebrada cita que dice así:
Si yo fuera presidente podría detener los atentados terroristas contra Estados Unidos en unos pocos días. Para siempre. Primero pediría perdón a todas las viudas y huérfanos, a los torturados y empobrecidos y a los muchos millones de otras víctimas del imperialismo estadounidense. Entonces anunciaría con toda sinceridad, a todos los rincones del mundo, que las intervenciones globales de los Estados Unidos de América se han terminado e informaría de que Israel ya no es el estado número 51 de EE. UU., sino que, de ahora en adelante (por extraño que parezca), es un país extranjero. Reduciría entonces el presupuesto militar al menos en un 90 % y usaría la cantidad ahorrada para pagar indemnizaciones a las víctimas y reparar el daño causado por los bombardeos e invasiones de EE. UU. Habría dinero más que suficiente. ¿Sabes a lo que equivale el presupuesto militar de los Estados Unidos? Un año es igual a más de 20 000 dólares por hora por cada hora desde que nació Jesucristo. Esto es lo que haría en mis tres primeros días en la Casa Blanca. En mi cuarto día, sería asesinado.
Blum nunca fue Presidente
de Estados Unidos y falleció en 2018 de muerte natural. De joven fue un
brillante funcionario del Departamento de Estado hasta que la guerra de
Vietnam le convirtió en disidente. Su cita tiene el mérito de recordar
que el imperialismo y el colonialismo, es decir el dominio y la
explotación de los estados más débiles por los más fuertes, corrompen a
las repúblicas porque sus relaciones exteriores, su forma dictatorial de
actuar en el mundo, acaban influyendo en su funcionamiento interno, en
su economía y en el trato a los disidentes hasta degenerar la
democracia.
Son sobrados los motivos para detestar a Donald
Trump. El Presidente es un misógino narcisista, promotor de un discurso y
una acción xenófobos, y un clásico favorecedor del ulterior
enriquecimiento de los más ricos -grupo al que pertenece- a costa de los
más modestos. Como dice Victor Grossmann, Trump es un hombre preocupado
por avanzar sus negocios familiares y manifiestamente ignorante de casi
todo lo que ocurre fuera de las fronteras de Estados Unidos, y de la
geografía en general, excepto, quizá, de las posibles ubicaciones de las
Torres Trump. Pero hay algo más.
Trump es también un tipo que
parece sostener una elemental convicción de que en los asuntos
internacionales la paz puede ser mejor que la guerra. Considera las
guerras de bombardeo un “mal negocio” y parece preferir las guerras
comerciales. Es verdad que las segundas también siembran la muerte:
algunos informes (Jeffrey Sachs y Mark Weisbrot) señalan que únicamente
en Venezuela 40.000 personas han muerto por falta de medicamentos
básicos. También es verdad que este tipo que en repetidas ocasiones ha
expresado su desagrado hacia esas guerras caras e inútiles es el mismo
que propone un incremento de 130.000 millones de dólares más en los
presupuestos de defensa que hoy ascienden a 716.000 millones.
Trump
es el Presidente que ha amenazado con “reducir a cenizas” Corea del
Norte, que se ha retirado unilateralmente del acuerdo nuclear con Irán,
del acuerdo sobre fuerzas nucleares intermedias en Europa (INF) y de las
conversaciones de paz en Afganistán. Al mismo tiempo, mucho de todo eso
que va directamente en contra de su elemental afirmación sobre la
inutilidad de la guerra, parece haber sido dictado, bien por el
pragmatismo y la conciencia de que hay que alimentar al perro para
evitar el citado destino que William Blum auguraba a un presidente de
Estados Unidos no belicista, bien por las presiones de gente como John
Bolton, cuya oposición a cualquier acuerdo y apertura diplomática
expresa muy bien la mentalidad del establishment imperial de
Estados Unidos, eso que Oskar Lafontaine define como, “esa banda
criminal que desde la Segunda Guerra Mundial ha matado a entre 20 y 30
millones de personas en el mundo”.
Pues bien, en septiembre,
Trump se sacó de encima a Bolton y luego ha dicho que quiere sacar a las
tropas estadounidenses de Siria. Y de nuevo volvemos a lo mismo: parece
que las tropas de Siria (unos 1.000 soldados) se irán a Irak, y,
mientras tanto, se refuerza el contingente en Arabia Saudí con 2.000
hombres más. Es decir que no hay visos de que los 60.000 soldados
destacados en Oriente Medio vuelvan a casa, como ha dicho Trump…
Da
la sensación de que hay un juego irresoluble entre vagos deseos
presidenciales (llegar a un arreglo con Corea del Norte, con los
talibanes, dar marcha atrás a un proyecto ultimado de bombardear Irán,
llevar a cabo una distensión con Rusia) y el dictado del Estado profundo arraigado en toda una economía y una política imperial cuyas raíces son tan antiguas como vigorosas.
Es
la irritación ocasionada en el Pentágono, las agencias de seguridad y
el Departamento de Estado por esos erráticos, vagos y al mismo tiempo
sensatos deseos presidenciales contra el “mal negocio” de la guerra, la
que anima los impulsos de destitución e incluso golpe de Estado contra
Trump por parte de un establishment programado para la guerra. Es
decir, a Trump se lo quieren cargar por no ser suficientemente claro en
el ámbito imperial, por frivolizar con la política exterior.
Apenas
expresada su voluntad de salir de Siria, se recrudece la pelea contra
Trump y regresan los gritos histéricos. El jefe de la mayoría
republicana en el Senado Mitch McConnell califica en el Washington Post
la intención presidencial de “grave error estratégico” que “hace el
juego” a Bashar el-Asad, Irán y Rusia. La acusación implícita de
traición es lanzada contra todo aquel que apoya la salida de Siria, como
ha comprobado también la candidata a la nominación por el Partido
Demócrata Tulsi Gabbard, acusada por la CNN, el New York Times
y por los fontaneros de Hillary Clinton de ser poco menos que un
instrumento de los rusos. Pero lo más notable ha sido lo que parece el
llamamiento abierto a un golpe de Estado contenido en el artículo “Nuestra república está siendo atacada por el Presidente” .
Publicado el 17 de octubre por el New York Times
y firmado por el exjefe del Estado Mayor de Operaciones Especiales,
Almirante William H. McRaven, este artículo es el equivalente
estadounidense a aquellos artículos golpistas que nuestro Alcázar
publicaba en vísperas del golpe del 23 de febrero de 1981. El militar
da cuenta de “la corriente de frustración, humillación, enfado y miedo”
que invade a los militares por “el abandono y traición a nuestros
aliados en el campo de batalla”, por los “asaltos a nuestras
instituciones: la comunidad de los servicios secretos y de la ley, el
Departamento de Estado y la prensa”. “América está siendo atacada, no
desde fuera, sino desde dentro”. “Trump está destruyendo la república”.
“Si queremos continuar liderando el mundo, si este presidente no
demuestra el liderazgo que América necesita, ha llegado la hora para que
una nueva persona, republicana, demócrata o independiente, ocupe el
despacho oval cuanto antes mejor”.
Nada mejor retrata el punto
demencial al que ha llegado la política en Estados Unidos que esta
campaña contra Trump por los malos motivos.
(Publicado en Ctxt)
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