Mientras esperaba una
conexión aérea que me transportara de Santa Cruz de la Sierra a La Paz
la pantalla gigante del bar donde estaba disponiéndome a almorzar estaba
clavada en la CNN. Por supuesto ignoré lo que allí se transmitía porque
era un chismerío sobre el posible juicio político a Donald Trump (que
ni los demócratas se lo creen), el papel del presidente de Ucrania
inmiscuyéndose supuestamente en la campaña presidencial de Estados
Unidos y otras menudencias destinadas a distraer a la audiencia y evitar
que se enriquezca con la recepción de insumos cognitivos rigurosos,
adecuadamente contextualizados, que le ayuden a comprender que es lo que
realmente pasa en el mundo.
Seguí ensimismado en la revisión de
a ponencia que leería en La Paz a últimas horas de la tarde pero al
rato me llamó la atención el tono sumamente enfático de alguien que
ahora ocupaba la pantalla y que se preguntaba cómo podía ser que Alberto
Fernández dijera que no había una dictadura en Venezuela, aunque sí una
deriva autoritaria. Traté de seguir con mi trabajo pero me resultó
imposible porque no sólo Andrés Oppenheimer seguía rasgándose las
vestiduras sobre los dichos de Fernández sino que comenzó a tirar cifras
de las miles de ejecuciones extrajudiciales que habría perpetrado el
gobierno bolivariano pese a que la evidencia que sustenta tan grave
acusación no resistiría un día de examen en sede judicial. Claro, esto
siempre y cuando jueces y fiscales no hubieran sido alumnos de los
cursos de “buenas prácticas” organizados por el gobierno de Estados
Unidos en donde se instruye a los magistrados a administrar la justicia
como Dios manda. El actual ministro de Justicia de Brasil, Sergio Moro,
es uno de los más brillantes egresados de esos cursos y su condena del
ex presidente Lula una verdadera hazaña de la orfebrería jurídica
imperial.
Oppenheimer intensificó sus críticas pasando de
Maduro a Cristina Fernández a la que acusó de haber producido un
desastre económico durante su mandato pero sin fundamentar, otra vez,
tan descalificadora valoración. Sus palabras eran un eco de otro
disparate pronunciado por Mario Vargas Llosa, gran novelista pero un
mero diletante a la hora de analizar la vida política, que en una nota
publicada a comienzos de septiembre en La Nación calificó al gobierno de
Mauricio Macri –que arrasó con la economía, la sociedad, la cultura y
el estado de derecho en la Argentina- como uno de “los más honestos y
competentes” de nuestra historia.
Dado que ya me referí a este
exabrupto en un posteo reciente vuelvo a lo de Oppenheimer para pedirle
que por favor antes de seguir hablando de la “dictadura” de Maduro se
sirva contemplar las dos fotografías que acompañan esta nota y que
fueron publicadas en el Facebook de Nilson Peña Mora, alcalde del
municipio Rivas Dávila, en el Estado Mérida, de la República Bolivariana
de Venezuela. Este sujeto aparece luciendo orgullosamente una camiseta
con un grosero insulto al presidente Maduro y en la otra con alguna de
sus admiradoras, ataviada de la misma manera. No sólo eso sino que en
más de una ocasión declaró públicamente que “su presidente” era Juan
Guaidó y no quien había usurpado ese cargo, que no era otro que Nicolás
Maduro.
Por supuesto, el alcalde sigue en funciones y haciendo
lo que le viene en gana, al igual que el “presidente encargado” (por
Donald Trump) de reemplazar a este último. Yo le pregunto a un
observador tan atento de la vida política como Oppenheimer qué cree que
hubiera ocurrido si alguna persona cualquiera hubiera salido a la calle
para pasearse con una camiseta con la misma inscripción pero que en
lugar de Maduro dijera Pinochet, Videla, Franco. Bajo esas dictaduras el
pobre sujeto habría sido apresado al instante, sometido a feroces
torturas y hecho desaparecer sin dejar el menor rastro. Así operan las
dictaduras.
Nada de esto ha ocurrido con Peña Mora, que al igual
que Guaidó, siguen haciendo de las suyas sin ser molestados por las
autoridades del estado bolivariano precisamente porque no es una
dictadura sino una democracia sometida a una brutal guerra económica
(que algunos analistas norteamericanos estiman que ha producido por lo
menos 40.000 muertos por el bloqueo en el suministro de medicamentos y
comida), tema sobre el cual Oppenheimer y sus cofrades guardan
escandaloso silencio. Don Andrés, por favor: todo periodista tiene que
hacer honor a un “juramento hipocrático” que establece que su obligación
moral, inescapable, es “decir la verdad y denunciar las mentiras.”
Obligación que, claro está, no existe para los cultores de la propaganda
política, que pueden mentir a sabiendas, ignorar datos escandalosos
como los que ilustran estas fotografías, y seguir con las prédicas
desestabilizadoras que le dictan sus amos desde Washington como parte de
la guerra de quinta generación encaminada a producir un “cambio de
régimen” en Venezuela, como para enorme felicidad de sus pueblos
hicieron en Libia e Irak, e intentan hacer ahora en Siria y Venezuela.
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