Las contradicciones de Bolsonaro y la simbología de asunción
Además de una preocupación para la
ciudadanía brasileña, la misma asunción de Jair Bolsonaro como
presidente puede ser observada como una afrenta en relación con los
elementos que componen el ceremonial de investidura. También, en cierta
medida, con aquella liturgia simbólica que termina constituyendo el
ensamble de un determinado ciudadano –ahora devenido presidente- con la
historia política del país. Su postura reñida y “facciosa” para con la
democracia en un sentido amplio, desplegada durante tantos años y
conocida en mayor detalle por la comunidad internacional en la última
campaña presidencial, vuelve a actualizarse en el mismo ritual que lo
consagra; una circunstancia nada secundaria y que, sintomáticamente,
marca la excepcionalidad (precocupante) que su llegada al Gobierno
supone.
Ya el punto de partida del ceremonial es
un nudo contradictorio entre Bolsonaro y los elementos de la asunción:
la Catedral de Brasilia. Diseñada por uno de los arquitectos modernistas
más célebres del país, Oscar Niemeyer, en el marco de un proyecto de
trazado urbano tan ambicioso como sorprendente para una nación
periférica –la propia ciudad de Brasilia-, su planificador nunca renegó
de su inspiración y militancia comunista, y así concibió algunos
aspectos centrales de la Catedral, como la estructura hiperboloide
asimétrica (de la creación) con forma de manos moviéndose hacia el
cielo. Se trata de una plaza católica muy singular. Bolsonaro, de
constante y vulgar militancia anticomunista y adscripción evangélica,
arranca allí mismo su periplo hacia el cargo, en una atmósfera todavía
impregnada por las críticas y referencias –si bien indirectas, pero
referencias al fin– del actual Papa Francisco en relación con algunos
dichos y actitudes del próximo presidente.
Acto seguido, Bolsonaro es transportado
en el ya caracteristico y perenne Rolls Royce Silver Wraith. Utilizado
por primera vez por Getúlio Vargas en Volta Redonda, en ocasión de las
celebraciones por el Día del Trabajo del 1 de mayo de 1953, su formato
(descapotable) fue un elemento indisimulable para la conexión buscada
entre el líder laborista y su pueblo, lo que llevó no sólo a utilizarlo
en varias oportunidades sino que terminó siendo incorporado al propio
protocolo institucional de consagración presidencial. Paradojas del
destino brasileño: el auto de Vargas, el de las caravanas “queremistas”[i],
ahora ocupado por alguien que no hace más que hostigar la “herencia
populista” y arranca su mandato aboliendo, precismente, el Ministerio de
Trabajo.
A esa altura del trayecto, la comitiva
es escoltada por el 1º Regimiento de Guardia de Caballería –los “Dragoes
da Independencia”-, una unidad del Ejército creada cuando todavía los
territorios formaban parte del Reino de Portugal, en 1765, pero cuyas
insignias y indumentarias actuales fueron definidas más
contemporáneamente por el mariscal Deodoro da Fonseca, el primer
presidente brasileño. La vocación republicana del mariscal contrasta
notablemente con la referencia y tradición militar que Bolsonaro suele
reivindicar permanentemente –incluso durante la votación a favor del
impeachment a Dilma Rousseff–, la de Luis Alves de Lima e Silva –el
Duque de Caxias–, guardián acérrimo del esclavismo en su momento y una
figura muy poco agradable para la historia latinoamericana como
protagonista de la Guerra de la Triple Alianza.
Luego, el presidente electo es
acompañado por quienes presiden la Cámara de Diputados y Senadores,
junto con el presidente del Supremo Tribunal Federal; poderes públicos
que Bolsonaro ha hostigado a lo largo de toda su vida política,
propiciando descaradamente tanto el cierre del Congreso –como ha quedado
registrado en varias de sus intervenciones públicas– así como el
desprecio con el que se ha referido, en reiteradas oportunidades, al
Poder Judicial. En la extensa lista de exabruptos también se deberían
incluir algunos dichos de sus hijos, como los de Eduardo Bolsonaro quien
en plena campaña electoral señaló que “basta un soldado y un cabo para
cerrar el Supremo Tribunal Federal”[ii].
Y eso tan sólo si consideramos las dimensiones formales de las
instituciones, porque ni Rodrigo Maia –presidente de la Cámara de
Diputados, y dedicado a componer un bloque de 15 partidos que pueda
retener su posición en la Cámara[iii], excluyendo al PSL, el partido del propio Bolsonaro– ni Eunicio Oliveira –presidente del Senado, que declaró no haberlo votado[iv]– pueden ser considerados compañías fraternales para el actual momento histórico.
Se trata de una asunción cargada de
contradicciones entre el personaje en cuestión y los elementos
institucionales, históricos, y políticos en general. Más allá del
programa a ser desarrollado durante los próximos cuatro años, hay un
aspecto que no puede soslayarse: en un capitalismo como el brasileño,
característicamente cargado de contradicciones y asimetrías, resulta
fundamental poder establecer cierta coherencia de proyecto y
compatibilidad con los engranajes y resortes institucionales
establecidos como para recrear, eventualmente, una dialéctica
mediantamente estable y virtuosa. De lo contrario, las probabilidades de
que el el propio Gobierno se vuelva contra su sociedad son bastante
altas. Nada auspicia caminos diferentes para los destinos próximos en la
República Federativa do Brasil.
[i]
El “queremismo” fue un movimiento surgido en mayo de 1945 que buscaba
la permanencia de Getúlio Vargas en la Presidencia. El nombre tuvo su
origen en el slogan del movimiento, “Queremos Getúlio”.[ii] https://g1.globo.com/politica/eleicoes/2018/noticia/2018/10/21/em-video-filho-de-bolsonaro-diz-que-para-fechar-o-stf-basta-um-soldado-e-um-cabo.ghtml
[iii] https://www1.folha.uol.com.br/poder/2018/12/partidos-negociam-bloco-para-isolar-psl-e-pt-da-presidencia-da-camara.shtml
[iv] https://ultimosegundo.ig.com.br/politica/2018-11-09/eunicio-oliveira-bolsonaro.html
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