Se evidencian como nunca las
grietas de la política colombiana. La polarización por dos modelos de
país empieza a dar frutos en una sociedad apaciguada por décadas bajo el
estigma de la guerra. La ruptura de la pasividad a la acción viene
dándose paulatinamente desde aquella derrota del plebiscito por la paz,
que aún retumba en los territorios donde se reproduce el pasado.
Aunque Iván Duque salió electo, la
‘grieta’ se expresó en la reñida y disputada elección presidencial. En
tanto se comenzaron a definir las posiciones y las subjetividades de la
reyerta, se recompuso una opción política antineoliberal, emergieron
liderazgos y tuvieron eco los discursos críticos. Mientras, los grupos
tradicionales mostraron sus históricas divergencias y dejaron ver la
fragilidad del modelo económico neoliberal, cuyo único repertorio es
ampliar la tributación de los sectores de ingresos medios y bajos.
Las rupturas serán difíciles, pues las fisuras se abren y el statu quo
está cuestionado por una buena parte de la sociedad, aunque la derecha
siga teniendo el respaldo de sectores ciudadanos afectos al sentido
común individualista y emprendedor. Las facciones con poder no están
inmóviles; todas las huestes conservadoras de una u otra manera están
defendiendo sus privilegios, aunque esta vez puede no terminar en una
sucesión presidencial bipartidista y concertada. La comprensión cabal y
creativa de este nuevo momento, por la ciudadanía y los liderazgos de la
sociedad emergente, será definitiva en el éxito que los lleve a
gobernar el Estado y, con ello, a tener la opción palpable de construir
una nueva sociedad.
Falta mucho para una nueva elección
presidencial, pero la crisis de gobierno que relatan todos los medios,
incluso los partidarios del presidente, ha configurado un momento
transicional en la política colombiana, que puede conducirse hacia un
pasado autoritario para sostener el neoliberalismo, o puede ser el
comienzo de un cambio político. Una disputa que inicia muy pronto (o es
continuidad de la anterior) y que se expresa en al menos cuatro temas:
la reorganización del sistema político, la reforma y actividad de la
justicia, la estructura de renta y control de la tierra y de los
territorios, y en la conducción económica del país.
Autoreforma política: exclusión de los excluidos
El Gobierno inició el trámite de una
reforma política bajo el supuesto de modificar las reglas del sistema
electoral y de la organización de los partidos, pero no siempre se
reforma para mejorar. Esta reforma pasó en el Senado y seguirá su
trámite en el 2019, con el apoyo del Partido de la U (santismo) y del
Partido Liberal. El texto y sentido del proyecto gubernamental nada
tienen que ver con lo contemplado en el acuerdo de paz en materia
democrática. Aunque desde el 2016 se espera una reforma política que
incorpore los acuerdos, la actual es un maquillaje sobre la estructura
que existe: mantiene el sistema actual de configuración de listas
electorales, la falta de democracia interna en los partidos y les da
mayor poder a los magistrados del Consejo Nacional Electoral, que
seguirán siendo nombrados por los partidos mayoritarios.
Es una autoreforma de los partidos
tradicionales para dejar todo el sistema igual a como se maneja en la
actualidad. Mantiene el conteo de votos de forma manual y la transmisión
de éstos con un software cuestionado por no garantizar la seguridad en
el procedimiento, como lo demostró el Consejo de Estado[i].
Según la Misión de Observación Electoral, la iniciativa de la reforma
política estaba limitada desde el comienzo, con una telaraña de
proposiciones de ley, cerca de 18, impulsadas por las bancadas en el
Congreso y por el Gobierno, que, de acuerdo con el organismo, no tenía
un objetivo concreto[ii].
La discusión sobre el sistema electoral y
la ley de partidos no es menor, garantiza que las elecciones
municipales del 2019 (primer eslabón de fuerzas en la elección
presidencial) se realicen con el financiamiento empresarial de las
campañas, se limite la participación de las víctimas del conflicto y que
los magistrados del Poder Electoral estén en condiciones para ofrecer
ventajas a sus copartidarios. Como corolario de esta discusión, se
inició el debate de una reforma estatutaria para que haya segunda vuelta
en las elecciones de Bogotá, impulsada por Cambio Radical -hoy el
principal partido que respalda al alcalde Enrique Peñalosa- que es una
jugada para impedir que el progresismo regrese a este importante cargo,
pues estiman que en segunda vuelta toda la derecha se alineará[iii].
Justicia en el banquillo
Murieron envenenados el principal testigo del caso Odebrecht en Colombia y su hijo[iv]. Las pruebas recaudadas por periodistas e investigadores, entregadas ex ante
por el fallecido testigo, indican que el actual fiscal general de la
Nación, Néstor H. Martínez, conocía de primera mano los sobornos de la
empresa brasileña. Martínez estaría incurriendo, al menos, en un
conflicto de intereses y configurando un delito por no denunciar ese
acto de corrupción que conocía, pues antes de estar posesionado, era el
apoderado del grupo empresarial más importante del país, perteneciente a
Luis Carlos Sarmiento, quien era el socio local de la constructora
Odebrecht[v].
Los videos y los audios dejados por el
testigo de Odebrecht, por si algo le pasaba, así lo indicaban. Sin
embargo, el armazón de la justicia colombiana tiene pocos mecanismos
para indagar la conducta del fiscal, que, a priori, fue
absuelto en el Congreso de la República. Mientras, el mismo Poder
Legislativo está discutiendo una reforma a la justicia que se tramitará
en el 2019, en la que se restringe el presupuesto para el Poder Judicial
dejando atados los recursos a la negociación de las cortes con el
Gobierno, lo que para muchos es ponerlas de rodillas ante el Poder
Ejecutivo.
Iván Duque no propone una nueva
arquitectura judicial sino reorganizar la cúpula de ésta; limitar
presupuestos; acabar con la Tutela (un instrumento eficaz para acceso a
derechos); una reforma al Código Penal que crearía nuevos tipos penales y
sanciones; ajustes al sistema penal de adolescentes; reforma al Código
Contencioso Administrativo y un estatuto de defensa jurídica del Estado.
Es decir, un ‘frankenstein punitivista’ que llenará las cárceles de
jóvenes y adolescentes, limitará aún más los pesos y contrapesos de las
ramas del poder público, y no modificará las condiciones de acceso a la
justicia de la ciudadanía, que no cuenta con decisiones expeditas ante
la falta de funcionarios.
Se trata de un shock judicial que tiene
como marco político el inicio de procesos judiciales contra referentes
de la oposición (como Gustavo Petro), y con las discusiones en torno a
la Justicia Especial para la Paz y los alcances de ésta a funcionarios
de las Fuerzas Armadas y a civiles. Es una reforma que no logra consenso
entre los distintos poderes y que se convierte en una verdadera disputa
generada desde el Gobierno con su pretensión de constituir un Estado
autoritario y punitivo, mientras la grieta permite develar la trama de
corrupción de fiscales y jueces, hoy en el banquillo, a favor del poder
económico.
El campo, una herida abierta
Transcurridos dos años de la firma del
acuerdo de paz, se puede certificar que el problema de la Colombia rural
no se resolvió. Con un mal pronóstico de futuro, pues el Gobierno de
Duque es apoyado por los dos partidos, el Centro Democrático y el
Partido Conservador, que reúnen a los grupos de poder latifundista del
país. Hasta el momento, no se ha tramitado la Ley de Reforma Rural
Integral, que pretendía generar una nueva configuración territorial,
crédito para la producción y una visión agroalimentaria en una porción
del país de diez millones de hectáreas de tierra. Además, se inició de
nuevo la fumigación aérea con glifosato contra los cultivos de hoja de
coca, todo un desastre ambiental y social.
Lo paradójico es que, ante la gravedad
del engaño, tampoco se han expresado de forma contundente las
organizaciones sociales de la ruralidad, que están atrapadas en una
preocupante inmovilidad. No se les otorgaron las 16 curules de paz ni se
dio la reforma rural, se incumplió el acuerdo de sustitución
voluntaria, y ello no ha sido motor suficiente para iniciar acciones
nacionales como las que, en el 2013, pusieron al Gobierno de Santos a
negociar la estructura rural. La grieta en el campo es profunda y no
alcanzan estas líneas para explicar el proceso histórico de disputas por
un modelo rural en el país, aunque basta decir que fue definitivo para
iniciar la guerra y lo que inició el fin de ésta.
Por ahora, a ese vacío de iniciativa lo
están ocupando bandas que no tienen un carácter político, aunque su
accionar sí impacta la acción política de las comunidades, en especial
porque en muchos casos son actores materiales de los asesinatos
sistemáticos de líderes sociales (más de 190 en 2018). Es muy probable
que se generen detonantes para la movilización de estos sectores en el
2019, en medio de elecciones municipales y de un creciente temor al
comienzo de una nueva ola de despojo de tierras.
Se acabó el repertorio: tributar, tributar y tributar
Parece que el modelo neoliberal en el
país está en una etapa senil, puesto que ya no es capaz de generar
ninguna salida a su propio desastre. La estructura salarial que se
constituyó en el país, basada en la enorme brecha desigual (una de las
más grandes del mundo), tiene a un 85% de los trabajadores y
trabajadoras devengando menos de dos salarios mínimos al mes –menos de
500 dólares–; y es sobre dicha estructura que el Gobierno pretende
conseguir los recursos para el sostenimiento del presupuesto nacional.[vi]
No hay crecimiento y no hay ideas serias
del Gobierno para generar empleo y garantizar un ciclo virtuoso en la
economía nacional. De antemano se sabía que el Gobierno de Duque les
quitaría impuestos a las empresas y pondría más impuestos a la
ciudadanía. Una pena que esto no se logró demostrar en la campaña. Hoy
sólo el 27,2% de la ciudadanía respalda la gestión del Gobierno, a tan
sólo cuatro meses de iniciado el mandato[vii].
Sin embargo, la pretensión de recortar
aún más el presupuesto a la educación superior estatal y la ‘ley de
financiamiento’ quedaron parcialmente derrotadas. Y como la campaña
electoral del 2022 ya comenzó, la grieta económica, por su complejidad,
debe empezar a ser parte de la pedagogía de la campaña por otro país
posible, llenando el vacío ciudadano con una explicación sencilla que
logre movilizar a un electorado poco o mal informado.
La movilización como conclusión
Duque tratará de empujar su agenda
autoritaria con una reforma electoral, una reforma a la justicia, hechas
a la medida del poder, con un despojo de la ruralidad en ciernes, y un
neoliberalismo senil que pretende limitar aún más el ingreso de las y
los trabajadores. En este marco se legitima una actividad de
movilización democrática similar a la liderada por estudiantes y
docentes universitarios, quienes después de sesenta días de paro
lograron un importante triunfo para la financiación del sistema estatal
de educación superior: 2 mil millones de dólares, o sea, 2 puntos del
PIB en cuatro años. Las limitaciones para una apertura democrática
siempre se reflejan en las calles y la democratización del país está en
alta tensión, pues un amplio sector de la sociedad no quiere que
continúe su histórica exclusión.
El 2019 seguirá la tendencia a imponer
una agenda regresiva. El gobierno trabaja en una ‘ley mordaza’ que
impedirá a pequeños medios sobrevivir, y cuyos objetivo principales son
presionar al único canal de televisión independiente para que cese de
informar, y limitar la información libre en medios digitales[viii].
La disputa está abierta y parece que las experiencias democratizadoras
logradas en las calles seguirán siendo la alternativa ante el reformismo
autoritario del impopular Gobierno de Duque.
[i]https://www.eltiempo.com/politica/partidos-politicos/revelaciones-del-fallo-del-consejo-de-estado-que-devuelve-curules-a-mira-190246
[iii] https://www.semana.com/nacion/articulo/gobierno-salva-tres-reformas-a-ultima-hora-en-el-senado/595248
[iv]https://www.semana.com/nacion/articulo/alejandro-el-hijo-de-enrique-pizano-murio-envenenado-con-cianuro/590586
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