En
este mundo en el que vivimos se nos acostumbró durante las últimas
décadas a escuchar hablar reiteradamente sobre el terrorismo, sus
víctimas y sus consecuencias, sobre la violación que suponía a los
derechos humanos y la amenaza para los sistemas democráticos; y, casi
sin darnos cuenta, se nos inculcó una idea única de terrorismo.
Mayormente solo se nos habló de aquel producido por organizaciones
armadas que se ubicaban en la izquierda del espectro ideológico y que,
por lo tanto, eran un serio peligro para el sistema de convivencia del
que se habían dotado muchos países, especialmente aquellos que formaban
parte del mundo más enriquecido.
Hoy,
pasados los años y desaparecida la amenaza, real o hipotética, de esas
organizaciones, se mantiene sin embargo el mismo tipo de discurso,
aunque hayan cambiado algunos de sus protagonistas. Nos siguen hablando
sobre terrorismo los mismos que antes lo hicieron, pero éstos ahora nos
hablan en exclusividad del horror provocado por aquellas otras
organizaciones que se agrupan bajo la amplia etiqueta de yihadistas.
Incluso se hacen simulacros preventivos que se transmiten por la
televisión sobre posibles ataques en diferentes medios de transporte,
centros comerciales o en distintas grandes aglomeraciones. Se nos dice
que el objetivo es que la población esté preparada, textualmente, “ante
la posibilidad de acciones del terrorismo yihadista”, como si éste fuera
el único posible.
Pero,
no pretendemos ahora profundizar sobre la idoneidad, acierto o clara
manipulación mediática que supone dar a entender a la sociedad que solo
nos pueden llegar ataques desde el mundo yihadista, como antes lo eran
del mundo de la extrema izquierda, con toda la carga de construcción del
enemigo externo que ello supone. Evidentemente, tener un chivo
expiatorio único siempre ha sido muy rentable a los distintos poderes y
gobiernos (al sistema dominante) para poder así soslayar sus
responsabilidades respecto a la justicia o injusticia de sus
actuaciones.
Planteamos,
por el contrario, la interrogante respecto a cuándo podremos hablar
abiertamente de los otros terrorismos, cuándo será posible reflexionar y
mostrar abiertamente, por ejemplo, las víctimas que provoca el sistema
capitalista. Y no nos referimos a aquellas derivadas en los últimos
siglos de la explotación de mano de obra barata en minas, fábricas o
plantaciones diversas, ni a las provocadas por guerras que respondían
principalmente a intereses económicos y mercantiles de las élites.
Tampoco necesariamente hablaremos del terror causado sobre cientos de
pueblos del planeta, muchos extinguidos, por la avaricia colonial antes y
la búsqueda del máximo de beneficios hoy por parte de transnacionales
que vuelven a explotar aquellos territorios que nunca fueron suyos.
Preguntamos
por aquellas otras más invisibles, pero que son víctimas diarias,
aquellas que están a la vuelta de cualquier esquina, pero que no nos las
dejan ver con la misma claridad que a las víctimas del terrorismo que
consideran único.
Queremos
hablar también del terror que desde hace algunos años, en diferentes
países (Italia, Grecia, Estado español…), produce la posibilidad de que
en cualquier momento lleguen a tu casa los agentes judiciales con la
policía para desahuciarte. Miedo que provoca que muchas personas no
encuentren otra salida a esa situación que el suicidio antes de abrir la
puerta del que hasta ese momento fue su domicilio, el centro de tu vida
del que ahora te arrancan dejándote sin opciones de futuro. En muchos
casos, para entregárselo a la misma entidad bancaria que, además, con
hipotecas abusivas te ha estado sacando el dinero durante varios años.
Eso es terrorismo también.
Queremos
hablar del terror que supone para miles y miles de mujeres el
patriarcado en este mundo que día a día produce agresiones y asesinatos
por las violencias machistas y una constante violación a los derechos
fundamentales de las mujeres. El horror y asco que provoca en miles de
mujeres (y hombres) la impunidad de violadores y maltratadores que,
desde un sistema judicial también patriarcal, quedan absueltos o con
condenas leves pese a las múltiples evidencias de la agresión. Eso es
terrorismo también.
Queremos
hablar del terror de no tener nada para la sobrevivencia tuya y de tu
familia en el país que te vio nacer. Esa imposibilidad material y
espiritual para la vida digna que te obliga a abandonar tu comunidad y
familia y arriesgar la vida cruzando desiertos y mares para luego
golpearte contra alambradas, muros e indiferencias. Y ello mientras se
liberaliza el transito sin restricciones de mercancías y riquezas y se
violan los derechos al mismo libre tránsito de las personas, y se
construyen y blanquean discursos que alimentan el racismo y la xenofobia
contra estas personas. Eso es terrorismo también.
Queremos
hablar del terror que produce que transnacionales extractivas (mineras,
hidroeléctricas, forestales…) lleguen sin permiso ni consulta a tu
territorio y se apropien del mismo para, en pocos años, llevarse
ingentes beneficios económicos. A cambio, esa tierra quedará destruida,
contaminada, agotada y sin opciones para la vida en aras de un
desarrollo que nunca nadie pidió y que, además, nunca llegará a las
comunidades.
Queremos
hablar del terror que suponen otros hechos como los múltiples y
continuos recortes en derechos laborales que hoy hacen que aunque se
tenga trabajo muchas personas no puedan llegar a final de mes o no
puedan pagar una casa en la que vivir. Personas que no tienen
perspectivas de futuro y que deben de seguir dependiendo de la caridad
humana mediante campañas de recogidas de alimentos o de ayudas de
emergencia social porque el estado, las administraciones, están
desaparecidas de sus responsabilidades respecto al bienestar de su
ciudadanía.
Hablar en suma
del sistema neoliberal, como modelo injusto de vida y convivencia, que
no ha provocado sino empobrecimiento, miseria y recortes de derechos a
las grandes mayorías. Aquel que es capaz de salvar a los agresores de
las mujeres con su justicia patriarcal, a la banca y al empresariado con
sus rescates o a las élites económicas entregándolas el poder de
decisión, y todo ello mientras condena a las personas a la
sobrevivencia. Aquel que históricamente nos habló del reparto de la
riqueza desde la cumbre de la estructura social hasta sus niveles más
bajos, como si fuera la tradicional pirámide de copas de champán que se
desparraman según se llenan, pero reparto (redistribución) que nunca
llega a la base.
2018/12/18
Jesús González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe
https://www.alainet.org/es/articulo/197198
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