Por Luciano Castro Barillas
En Guatemala en los últimos se han puesto de modo interjecciones y frases piadosas. Nada tendrían de malo porque al final son expresiones inocuas que se han dicho siempre, pero, cuando vienen de sujetos impresentables como los politiqueros guatemaltecos, bueno, eso es otra cosa.
Guatemala es una nación altamente enajenada, primero por el catolicismo que vino con los conquistadores españoles y actualmente por los evangelistas de las sectas pentecostales que tienen su casa matriz en los Estados Unidos, con una reproducción por demás dramáticas, más enajenada, como lo son las sectas pentecostales brasileñas que acaban de contribuir con mano firme al triunfo del neofascista Jair Bolsonaro, “por designios de Dios”.
Los católicos, al menos, tienen algunos puntos a su favor, pues en la fase de “la conquista espiritual” del imperio español de esos siglos, cargaron sus rituales y creencias de tiempo histórico lo que dio lugar a crear una identidad, una cultura nacional guatemalteca. Los evangélicos pentecostales traídos por la Reforma Liberal de 1871 como maniobra política para combatir a las fuerzas oscurantistas representadas por esos años por la iglesia católica aliada con los conservadores más rancios, con un robusto corazón de trasnochados realistas como los Beltranena y Aycinena, quienes con curas y obispos, comían bastante y zurraban, naturalmente, grueso.
El dictador Injusto Rufián Barrios, alias Justo Rufino Barrios, encontró en los pentecostales a los aliados perfectos y contentísimo les regaló sin mucho trámite un sitio un tanto baldío en las orillas de la Plaza de Armas, hacia el norte y que hoy es la Plaza de la Constitución, otrora Parque Central. Actualmente ese primer templo pentecostal queda atrás de la Palacio Nacional. Se miraban desde allí los rivales de la fe con una de las peores caras: el arzobispo por la competencia impuesta y por la provocación grosera de instalarle a un grupo de “masones” extranjeros y, el pastor, satisfecho porque se cumplía de manera irrestricta el mandamiento de Cristo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura viviente”.
La Iglesia había tenido por 350 años un hueso con mucha carne y ya era bueno que compartiera. De 1871 en adelante los católicos fueron perdiendo prestigio por su principesco estilo de vida y los pentecostales fueron extendiéndose por todo el territorio nacional con un nuevo estilo de dominación mental: recogimiento del espíritu santo en sus rituales, donde los creyentes se lanzaban al piso con grandes aspavientos y gritos, lo que hacía pensar a los católicos de esos años que esas iglesias gringas eran centros de adoración de Satanás. Y el segundo punto del estilo aludido: los diezmos que debían ser pagados con la puntualidad de un reloj suizo que aportaban sus crecientes feligreses.
Con el respaldo de la Reforma Liberal los pentecostales fueron haciéndose plaga y siglo y medio después que hollaran su planta esa caterva de vividores en Guatemala, además de antidemocráticos y tramposos, la democracia actualmente tiene en ellos su gran baluarte político-ideológico, a tal punto, que han tienen una alianza implícita con las peores expresiones o formaciones políticas de Guatemala: se aliaron con el genocida de El Verbo, el energúmeno Efraín Ríos Mont, después con el ladronazo Jorge Serrano Elías hoy pasándola de creativo empresario con dinero robado y por último con el actual presidente, Jimmy Morales, impresentable en todo sentido.
Pero buen cristiano al parecer con eso de que es uno de los funcionarios que más bendiciones-maldiciones reparte a diestra y siniestra y todo su entorno o casi todo su entorno de evangelistas hipócritas. ¡Bendiciones! dice a diestra y siniestra. ¡Qué Dios los bendiga! (Me agacho, porque esas bendiciones de sujetos como este deben pasar de largo, pues no vaya ha ser que a uno le caiga una maldición, a cambio de una bendición proferida por semejante hipócrita).
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