Nuestro viejo
Página 12
El escritor, historiador y periodista falleció a los 91 años. Personalidades de distintos ámbitos reconocieron su trayectoria, su militancia y su compromiso, igual que miles de personas que manifestaron su pesar a través de las redes sociales. La familia de Bayer prepara su despedida. |
Hace
semanas que Osvaldo tenía necesidad de partir. No aguantaba no estar
haciendo nada, sentado en su casa en el Tugurio. Quería hacer sus
valijas. Se despertaba, asegurando que tenía que salir a un congreso
para debatir sobre derechos humanos, que lo esperaban en tal pueblo
remoto de la Pampa para hablar del cambio de nombre de la calle
principal que llamaban por el genocida de indios innombrable, o que lo
convocaban de una escuelita en la Puna jujeña, por la que nunca había
pasado nadie, pero el no podía faltar para hablar sobre los derechos de
los pueblos originarios. Al mismo tiempo lo esperaban en la Universidad
en Berlín y en la asamblea de un sindicato patagónico. Tenía que estar.
Preguntaba por su valija, si el pasaporte y el pasaje estaba a mano.
Con Claudia, la gran compañera que cuidaba de él en estos últimos años,
desarrollamos códigos para convencerlo que debía postergar el viaje. Hoy
no aceptó dilaciones. Decidió partir. Como buen anarco y para joder a
todos los que prendiamos las velas de un arbolito verde, eligió la fecha
exacta. Lo constataron entre lágrimas las nietas en Hamburgo: el abuelo
se fue jodiendo a la iglesia. En su ley.
Estoy convencido que
sus prisas se debieron a la realidad del país. Había asegurado que iba a
llegar “molestando”, como decía, hasta los 100 años, uno menos que su
querida tía Griselda de Santa Fe. Le respetaba los años. Pero la
realidad lo venció, ya no tenía explicaciones por lo que leía en los
diarios y escuchaba en las calles.
Ahora estaba necesitado de
conocer más verdades. Las terrenales las había denunciado. Andaba
queriendo discutir con los que nunca pudo: siempre quiso debatir con
Severino el tema de la violencia y el derecho de matar el tirano, él que
era pacifista y sin embargo entendía lo que hizo; ; con Antonio Soto
debatirá el deber de respetar las decisiones de las asambleas, aunque
sea que eligieran la muerte; esperaba encontrarse con Simón Radowitzky y
con ese personaje que lo fascinó como Kurt Gustav Wilckens, nacido a
pocos kilómetros de donde estoy escribiendo estas líneas urgentes; en la
agenda, inelubdible, estaba la reunión con Arbolito, uno de los
primeros justicieros de la república naciente. No tenía tiempo para
esperar porque tiene que sentarse a tomar un cafe con su compañero
Rodolfo, con su amigo Haroldo, con Paco. También quiere anotar la
historias de la desaparición y asesinato de Klaus, porque la de
Elisabeth ya la había descubierto y denunciado;
Pero sobre
todo, esperaba poder juntarse con todos los anónimos que lucharon por
creer en una justicia terrenal, por no haber claudicado, por no darse
por vencidos. A esos anónimos que luchan todos los días. Sin aparecer en
los diarios. A esos a los que el viejo siempre escuchó y les dio voz.
Viejo querido, gracias por todo lo que nos enseñaste, como hijos, como militantes, como ciudadanos, como seres humanos.
Un abrazo, como el último que nos dimos hace apenas una semana.
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