Guatemala
A 380 Km, al
nororiente, de la ciudad de Guatemala. A 85 Km de la ciudad de Cobán,
por camino de terracería agujereado igual o peor que los caminos
bombardeados de Afganistán, se encuentra la comunidad indígena maya
q’echí La Cresta, en el Municipio de Cahabón, Departamento de Alta
Verapaz. Un mundo desconocido por la modernidad.
Aunque unos
kilómetros más abajo, pasamos muy cerca de una de las hidroeléctricas
privadas más ambiciosas de Guatemala en el Río Cahabón, La Cresta, al
igual que otras comunidades de la zona, no cuenta con el servicio de
energía eléctrica.
La oscuridad es radiante. Y el silencio,
estridente. No cuentan tampoco con ninguna señal de telefonía o de
internet. “Para hablar por teléfono tenemos que ir hasta allá, al cerro
para buscar señal”, señala con el dedo hacia la oscuridad infinita,
Eliodoro, nuestro acompañante.
El único medio de transporte
utilizado para acceder al lugar son los camiones cardamomeros, que suben
a la zona dos veces por semana a comprar cardamomo. Entre abril y
agosto, el transporte escasea porque no hay cardamomo.
Eso sí. La
hospitalidad y comensalía de las familias maya q’echís suplen cualquier
“incomodad” a los recién llegados. Ellos ofrecen todo cuanto tienen al
visitante. Nos ofrecieron hasta su propia cama, hecha de palos y tejidas
de lazos de plástico.
El promedio común de guatemaltecos, en
especial de la ciudad capital, desconocen o no se imaginan que existan
comunidades inéditas y contrastantes como La Cresta. Pero, también para
las y los maya q’echís de estas comunidades, la modernidad o semi
modernidad guatemalteca es casi completamente desconocida. Ambos son
mundos diferentes que conviven en el mismo “país” sin conocerse, ni
encontrarse entre sí.
Obligaron al terrateniente a venderles la tierra baldía
“Cuando
era patojo, salía de la comunidad a las 5 de la mañana a pie, y llegaba
a Cahabón a las 6 de la tarde. Todo el día viajando entre lodo y bajo
el sol”, nos describe Eliot, mientras el carro se hamaquea entre piedras
y hoyos de la carretera.
La comunidad La Cresta está conformada por ex mozos colonos de fincas vecinas, que en su totalidad conforman 137 familias.
Cuando
corría la década de los 60 del pasado siglo, en esos territorios mayas
regía la voluntad y el capricho del patrón como única Ley. Hasta que
durante el gobierno de Alfonso Portillo las familias maya q’echís
lograron ocupar y comparar, mediante Fondo de Tierras, las 32
caballerías (1,429 Ha) de tierras acaparadas y baldías, al terrateniente
cervecero Gustavo Herrera Castillo, por el precio de cerca de un millón
de dólares.
Y, desde hace 2 años atrás, por decisión
comunitaria, definieron parcelar las tierras en títulos privados
individuales. Desde entonces, cada familia posee 19 manzanas de tierra
(13.3 Ha).
En la comunidad existen cuatro madres solteras, igual
ellas son propietarias, en las mismas condiciones que los jefes de
familia. Está prohibida la venta de la tierra a foráneos, únicamente se
puede transferir la propiedad a los vecinos. Cuentan con predios
comunales para la crianza del agua, bosque.
Cultivan un producto que no consumen, ni conocen su destino final
“Esta
finca no estaba cultivada cuando la ocupamos. Ahora, tenemos sembrado
cardamomo. Pero, por la falta de caminos y mercados no logramos cultivar
tampoco la totalidad de la tierra”, indica Don Arturo.
Efectivamente,
los inconvenientes para la agricultores de la zona son la ausencia de
servicios públicos básicos, el mercado insuficiente para el cardamomo, y
la falta de diversificación de productos. Los mayas del lugar
desconocen el destino y uso final del producto que cultivan, el
cardamomo. Este producto exógeno no tiene mercado interno, ni regional.
Viaja para Medio Oriente.
Los coyotes (compradores) acopian el
producto en cerezo y en seco, en el lugar, al precio y peso definido por
ellos. En la actualidad el precio del cardamomo casi triplica al del
café, pero es muy volátil. “Hubo una época en que el cardamomo costaba 2
quetzales… luego, los compradores ya no querían comprar… Entonces
tirábamos al monte toda la producción”, recuerda con lamento Eliodoro.
Cuentan hasta con un Consejo de Vigilancia para sus autoridades electas
Esta
pequeña comunidad maya q’echí, reconstruida luego de la emancipación
del colonaje de la finca, cuenta con un entramado organizativo
envidiable para propios y extraños.
Existe y funciona un Comité
de Tierras, cuya función es el cuidado de los predios comunitarios, y el
saneamiento de la propiedad y tenencia de la tierra. Cuentan con un
Consejo de Desarrollo Comunitario (COCODE) cuya función es gestionar
proyectos de desarrollo ante el gobierno municipal y ante otras
instancias. Funciona un Comité de Mujeres que fortalece y transfiere
conocimientos y prácticas de cuidado de abuelas a madres e hijas.
Además, existe un consejo de ancianos conformado por 18 mayas longevos.
La
comunidad cuenta con un Consejo de Vigilancia que controla/fiscaliza el
funcionamiento y el cumplimiento de las obligaciones asumidas por todas
las autoridades y representantes electos en la comunidad. Todos los y
las representantes son electos en asambleas.
Ejercen y aplican su sistema judicial, según sus normas
La
comunidad reunida en asamblea, bajo la dirección de sus autoridades,
ejerce justicia y sanciona a los culpables que infringen las normas de
convivencia comunitaria.
La máxima pena aplicada al culpable es
la expulsión de la comunidad bajo acta firmada. La pena intermedia es la
multa pecuniaria. La sanción elemental, la reprimenda pública bajo
acta.
Por ejemplo, quien faltare a las reuniones o asambleas
comunitarias pagará Q. 50 de multa. Quien vendiere alcohol en la
comunidad será sancionado con multa de Q. 2 mil. El ladrón habitual,
será expulsado de la comunidad.
Repelieron el conflicto armado interno sin disparar un solo tiro
“Recuerdo
yo cuando era patojo, la comunidad se organizaba para evitar que gente
armada entrara a nuestra comunidad. 20 a 30 personas salían a vigilar.
Así fue cómo la violencia no entró aquí”, narra Eliodoro. Y añade,
“simplemente no se obedecía la orden militar que venía desde Cahabón
para organizar las patrullas de auto defensa civil”.
Y,
efectivamente, la violencia armada del Ejército tuvo su frontera en la
comunidad Xebas, a 8 Km de distancia de La Cresta. Hasta allí los
militares irradiaron y sembraron violencia, miedo y zozobra. Al grado
que aquella comunidad maya q’echí, carece de estructuras organizadas y
autoridad propia como consecuencia de la violencia.
“Ellos no
salen a manifestar, a protestar contra las hidroeléctricas, ni contra el
Alcalde, por miedo a ser calificados como guerrilleros”, comenta uno de
los presentes.
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