David Brooks
▲ Claudia Maquín, madre de Jakelin, la niña guatemalteca de siete años
que murió estando bajo custodia del gobierno estadunidense.Foto Ap
“Ya se murió el angelito/ Y no quisiera llorar…”
Jakelin tenía siete años cuando murió, mientras ella, su padre y
decenas de otros migrantes estaban bajo la custodia de las autoridades
de protección fronteriza. Nos enteramos hasta el pasado jueves –porque
unos periodistas del Washington Post preguntaron– aunque murió
casi una semana antes y nadie dijo nada. Aún no se saben exactamente las
causas; el informe preliminar era que se deshidrató y no había comido
en días, algo que ahora disputa su familia. Pero el hecho es que murió
en manos del régimen de Trump.
Las autoridades se lavaron las manos y le echaron la culpa a su
familia y a todos los migrantes. La secretaria de Seguridad Interna,
Kirstjen Nielsen, declaró:
este es sólo un ejemplo muy triste de los peligros de este viaje. La familia optó por ingresar ilegalmente.
Mientras tanto, aproximadamente 14 mil 700 menores de edad que
migraron no acompañados a este país siguen detenidos en la red de más de
100 albergues administrados por el gobierno estadunidense. Entre ellos,
permanecen por lo menos 100 (y tal vez el doble) de los miles que
fueron separados de su padres y enjaulados a lo largo de más de un año
por órdenes de Trump.
Es un campo de niños prisioneros, denunció el senador Jeff Merkley este fin de semana al intentar visitar un centro de detención provisional en Tornillo, Texas.
A finales de noviembre, cerca de Tijuana, niños –algunos en pañales–
se estaban asfixiando con el gas lacrimógeno que lanzaron agentes
fronterizos estadunidenses al lado mexicano.
Al otro lado del mundo, en Yemen, se estima que han muerto de hambre
más de 85 mil niños menores de cinco años de edad en el peor desastre
humanitario en el mundo hoy día; eso, sin contar a los más de mil 200 de
niños que han muerto por bombas Made in USA y balas de una guerra encabezada por Arabia Saudita con el apoyo de Washington.
A la vez, al otro lado del Atlántico, otra menor de edad, la sueca
Greta Thunberg, de 15 años, tomó el micrófono ante los representantes de
casi 200 países en la conferencia mundial sobre cambio climático en
Polonia –incluyendo los de Estados Unidos que oficialmente ha rechazado
el consenso científico sobre el cambio climático y promueve mayor
producción de hidrocarburos– y declaró:
ustedes dicen que aman a sus hijos más que todo, y aun así les están robando su futuro ante sus propios ojospor no hacer lo necesario para frenar el cambio climático.
Nos han ignorado en el pasado, nos ignorarán otra vez, pronosticó. Y concluyó que los representantes del mundo reunidos ahí sólo repiten
las mismas ideas malas que nos llevaron a este desastre, y los acusó:
ustedes no son suficientemente maduros como para decir las cosas tal como son.
¿Quién tiene la culpa, quiénes son los responsables por Jakelin, por
tolerar ver a niños en jaulas, por los niños sin nombre de Yemen, por
los niños que todos los días reciben noticias de que tal vez se aproxima
el fin del mundo por la falta de respuesta de los adultos a la crisis
ecológica tan documentada?
Un gran músico sirio, el clarinetista Kinan Azmeh, quien trabaja con
Yo Yo Ma en su proyecto de la Ruta de la Seda, comentó en el bellísimo
documental Música para extranjeros
que por momentos le parece absurdo hacer música, ya que eso no puede
frenar las balas y las bombas que han destruido a su país, ni resuelve
el problema de los refugiados. Igual, algunos periodistas a quienes nos
toca reportar sobre todo esto, o escribir una columna como ésta, nos
preguntamos lo mismo, ¿para qué?, ya que las palabras, las fotos y los
análisis no logran salvar a una niña guatemalteca, a sus compañeros en
jaulas en lugar de aulas, a los que soñaban ser doctores o poetas
muertos por una bomba en Yemen, o casi todos los niños a quienes les
hemos anunciado que tal vez serán los testigos del fin del mundo.
Pero tampoco es opción el silencio.
“Ya se nos fue este angelito/ ¿Quizá cuántos más se irán?… Ya se murió el angelito/ Y no quisiera llorar…” (El angelito, versión de Óscar Chávez).
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