Guerras comerciales, sanciones, cercos militares...
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
Vivimos en un mundo
sembrado de múltiples guerras. Algunas de ellas son conflagraciones
directas entre las potencias mundiales y otras comienzan como conflictos
regionales para en seguida convertirse en confrontaciones entre
potencias.
Comenzaremos identificando las confrontaciones entre
“potencias mundiales” para luego explorar las fases de las guerras “por
delegación” con repercusiones mundiales.
En nuestro tiempo,
Estados Unidos en la principal potencia que busca la dominación mundial
mediante la fuerza y la violencia. Washington apunta a lo más alto a la
hora de fijar sus objetivos: a China, Rusia e Irán; entre sus objetivos
secundarios están Afganistán, África central y septentrional, el Cáucaso
y América Latina.
China es el principal enemigo de Estados
Unidos por diversas razones, económicas, políticas y militares: es la
segunda economía mundial, su tecnología supone un desafío a la primacía
estadounidense y ha construido redes económicas globales que abarcan
tres continentes. China ha reemplazado a EE.UU. en los mercados,
inversiones e infraestructuras extranjeros; ha elaborado un modelo
socioeconómico alternativo que vincula la banca y la planificación
estatal con las prioridades del sector privado. En todas estas
cuestiones, Estados Unidos le va a la zaga y sus perspectivas futuras
están reduciéndose.
Estados Unidos ha reaccionado ante todo
ello recurriendo al proteccionismo en el ámbito interno y a una economía
imperial agresiva en el exterior. El presidente Trump ha declarado una
guerra arancelaria a China, además de una guerra propagandística y una
política de cerco militar por mar y aire.
La primera línea de
ataque ha sido la imposición de exorbitantes aranceles a las
exportaciones chinas a EE.UU. y sus países vasallos. Además, ha optado
por ampliar sus bases militares en Asia. En tercer lugar, EE.UU. presta
apoyo a sus clientes separatistas en Hong Kong, Tíbet y entre los
uigures. En cuarto lugar, ha utilizado las sanciones para coaccionar a
sus aliados asiáticos y europeos para que se unan a su guerra económica
contra China. Por su parte, China ha respondido incrementando su
seguridad militar, expandiendo sus redes económicas e imponiendo
aranceles a las exportaciones estadounidenses.
La guerra
económica de Estados Unidos ha subido de nivel con el arresto y
secuestro de la vicepresidenta de la compañía tecnológica puntera china,
Huawei.
La Casa Banca ha incrementado la escala de agresión,
pasando de las sanciones a la provocación, quedándose a tan solo un paso
de las represalias militares. El detonador nuclear se ha encendido.
Rusia se enfrenta a amenazas similares a su economía doméstica y a sus
aliados extranjeros, especialmente China e Irán. Además, Estados Unidos
ha roto [este mismo año] el compromiso adquirido cuando firmó el tratado
de misiles nucleares de alcance medio.
Irán se enfrenta a
sanciones petroleras, cerco militar y ataques a sus aliados en Yemen,
Siria y la región del Golfo. Washington utiliza a Arabia Saudí, Israel y
a sus grupos paramilitares para aplicar una presión militar y económica
a Irán que debilite su economía e imponer así un “cambio de régimen”.
Los tres objetivos estratégicos de Estados Unidos son fundamentales
para conseguir la supremacía global: el dominio de China le otorgaría el
poder sobre Asia; el debilitamiento de Rusia aislaría a Europa; el
derrocamiento de Irán aumentaría el poder de EE.UU. sobre el mercado del
petróleo y el mundo musulmán. Mientras Estados Unidos intensifica sus
agresiones y provocaciones, el mundo se enfrenta a la amenaza de una
guerra nuclear global o, en el mejor de los casos, a una depresión
económica mundial.
Guerras por delegación
Estados Unidos ha identificado una segunda línea de enemigos en América Latina, Asia y África.
En América Latina, ha librado guerras económicas contra Venezuela, Cuba
y Nicaragua y, más recientemente, ha aplicado presión política y
económica sobre Bolivia. Washington utiliza a sus vasallos en Brasil,
Perú, Chile, Ecuador, Argentina y Paraguay y a las élites nacionales de
la derecha política.
Como se ha visto en muchos casos,
Washington utiliza los golpes militares y los legisladores y jueces
corruptos para tumbar regímenes progresistas electos. Contra Evo
Morales, se sirve de ONG financiadas por EE.UU., líderes indígenas
disidentes y oficiales retirados del ejército. Estados Unidos depende de
representantes locales armados para alcanzar sus metas imperiales
aparentando la existencia de una “guerra civil” para evitar una
intervención directa descarada.
De hecho, una vez que los
supuestos “disidentes” o “rebeldes” establecen una cabeza de puente,
“invitan” a asesores del ejército estadounidense, consiguen ayuda
militar y actúan como armas propagandísticas contra China, Rusia e Irán,
los adversarios de primera línea.
En los últimos años, los
conflictos por delegación de EE.UU. han sido el arma utilizada en la
guerra separatista de Kosovo contra Serbia; en el golpe de Estado de
Ucrania de 2014 y la guerra contra Ucrania oriental; en el control kurdo
sobre el norte de Irak y de Siria, así como en los ataques de los
uigures separatistas en la provincia china de Sinkiang.
Estados
Unidos ha establecido 32 bases militares en África para coordinar sus
actividades con los señores de la guerra y los plutócratas locales. Sus
guerras por delegación son descritas como conflictos locales entre
regímenes “legítimos” y terroristas islamistas, tribalistas y tiranos.
Tres son los objetivos de estas guerras delegadas. En primer lugar
sirven para alimentar guerras territoriales más amplias con las que
rodear a China, Rusia e Irán. En segundo lugar, sirven como “terreno de
pruebas” para calibrar la vulnerabilidad y capacidad de respuesta de los
adversarios estratégicos de primera línea. Y, en tercer lugar, las
guerras por delegación son ataques “de bajo coste” y “poco riesgo” sobre
enemigos estratégicos. Allanan el camino, sigilosamente, para una
confrontación mayor.
Estas guerras por delegación también se
utilizan como instrumentos de propaganda, pues sirven para acusar a los
adversarios estratégicos de enemigos “expansionistas y autoritarios” de
los “valores occidentales”.
Conclusión
Los
constructores del imperio americano participan en múltiples tipos de
agresión con el fin de imponer un mundo unipolar. Los principales son la
guerra comercial contra China, el conflicto militar con Rusia y las
sanciones económicas contra Irán.
Estas armas estratégicas a
gran escala y largo plazo se complementan con guerras por delegación en
las que participan estados vasallos, cuyo objetivo es erosionar las
bases económicas de los aliados de las potencias antiimperialistas.
Por tanto, los ataques estadounidenses a China mediante la guerra
arancelaria pretenden sabotear sus proyectos de infraestructura global
denominados la “Ruta de la Seda”, que vinculan a 82 países.
Lo
mismo sucede con las iniciativas estadounidenses para aislar a Rusia
mediante la guerra por delegación en Siria, algo que ya hizo en Libia,
Irak y Ucrania. El aislamiento de las potencias antiimperiales
estratégicas mediante guerras regionales prepara el escenario para el
“asalto final”: el cambio de régimen mediante golpe de Estado o la
guerra nuclear.
No obstante, la voluntad estadounidense de dominar el mundo no ha conseguido aislar o debilitar a sus enemigos estratégicos.
China sigue adelante con su programa global de infraestructuras y la
guerra comercial no ha logrado aislar a Pekín de sus principales
mercados. Además, la política estadounidense ha aumentado el rol de
China como principal defensora del “comercio abierto” frente al
proteccionismo del presidente Trump.
Igualmente, las tácticas
destinadas a cercar y sancionar a Rusia han profundizado los vínculos
entre Pekín y Moscú. Estados Unidos ha aumentado sus “representantes”
nominales en América Latina y África, pero todos ellos dependen del
comercio con China y las inversiones chinas. Esto se acentúa en el caso
de las exportaciones agrícolas y minerales a China.
A pesar de
los límites del poder de EE.UU. y su incapacidad para derribar
regímenes, Washington ha efectuado movimientos para compensar dichos
fracasos y ha incrementado las amenazas de una guerra global. Ha
secuestrado a líderes económicos chinos; ha desplazado buques de guerra
frente a las costas chinas; se ha aliado con las élites neofascistas en
Ucrania; amenaza con bombardear Irán. En otras palabras, los dirigentes
políticos estadounidenses se han embarcado en políticas arriesgadas que
podrían poner en marcha uno, dos o muchos detonadores nucleares.
No es difícil imaginar cómo una guerra comercial infructuosa puede
provocar una guerra nuclear, cómo un conflicto regional puede llevar a
una guerra de mayor envergadura.
¿Podemos evitar una Tercera
Guerra Mundial? Yo creo que es posible. La economía estadounidense se
levanta sobre cimientos frágiles y las élites de aquel país están muy
divididas. Sus principales aliados en Francia y Reino Unido atraviesan
profundas crisis. Quienes promueven la guerra y quienes la llevan a cabo
carecen del apoyo popular. ¡No desfallezcamos! ¡Hay razones para la
esperanza!
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