El lunes pasado, Vladimir
Padrino López, ministro de Defensa de Venezuela, anunció la llegada a su
país de un contingente de la Federación de Rusia para la realización de
maniobras aéreas conjuntas con miras a la eventual defensa de la nación
sudamericana. La flotilla rusa que arribó ese mismo día al aeropuerto
de Maiquetía consta de dos bombarderos Tu-160, con capacidad de
transporte de ojivas nucleares, un avión de transporte An-124 y un avión
de pasajeros Il-62, así como alrededor de 100 efectivos en total que,
de acuerdo con Moscú, abandonarán mañana el país sudamericano.
Lo anterior sería uno más de los constantes ejercicios militares
conjuntos que realizan de manera cíclica muchos estados del mundo para
mantener a punto sus capacidades defensivas, pero se convirtió en nuevo
motivo de fricciones internacionales debido a la reacción del gobierno
de Donald Trump, en todo punto injustificable y fuera de lugar. En
primer término, la sobredimensionada reacción de Washington a las
maniobras ruso-venezolanas carece de razón por cuanto se realizan a una
distancia tal de las fronteras estadunidenses que dejan sin efecto
cualquier argumento de seguridad nacional, pero también porque no
contravienen ninguna disposición de la legalidad internacional ni
suponen interferencia de tipo alguno en las actividades de terceras
naciones. En este sentido, debe remarcarse que las aeronaves rusas con
capacidades nucleares no se encuentran dotadas con armamento de esta
naturaleza, por lo que no infringen el Tratado de Tlatelolco para la
Proscripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe.
Pero la respuesta de la Casa Blanca no sólo carece de fundamento sino
que, para colmo, es portadora de una doble moral con altos niveles de
cinismo: las fuerzas armadas estadunidenses participan regularmente y de
manera protagónica en los frecuentes juegos de guerra que la
Organización del Tratado del Atlántico Norte realiza en el Báltico
–frente a las costas mismas de Rusia–, en despliegues e intervenciones
en la inestable región del golfo Pérsico y, para dar cuenta de un caso
lastimosamente cercano, se encuentran desplegadas en la frontera con
nuestro país, sin que para ello haya mediado hostilidad ni provocación
alguna del lado mexicano. En este último caso, el hecho de que se use a
migrantes centroamericanos en condiciones de catástrofe humanitaria como
pretexto para invocar una amenaza a la seguridad nacional de la mayor
potencia militar del mundo, desnuda la demagogia paranoica del discurso
trumpista.
En contraste con las inmotivadas movilizaciones castrenses de la
superpotencia, Venezuela se encuentra sometida a un asfixiante y
creciente acoso militar, económico, diplomático y propagandístico,
orquestado por Estados Unidos y sus aliados, el cual incluye no sólo el
sabotaje contra las actividades económicas venezolanas y una explícita
injerencia en su vida política interna, sino también amenazas directas
de intervención militar e incitaciones golpistas dirigidas a las fuerzas
armadas del país bolivariano.
En suma, las denuncias del secretario de Estado, Mike Pompeo, y del
gobierno que representa en contra de la cooperación ruso-venezolana en
materia de defensa, es execrable por cuanto constituye un renovado
motivo de preocupación acerca de la voluntad de Washington para
arrogarse el arbitraje en el destino del resto de las naciones y, en
particular, de las de la región latinoamericana.
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