Se cierra un 2018
intenso en emociones y hechos políticos. Un año donde en los dos países
más grandes de América Latina han ganado dos polos opuestos, que a la
vez son dos caras de una misma moneda, tintada de oxímoron: la crisis de
la democracia neoliberal, o del neoliberalismo democrático.
La victoria de Andrés Manuel López Obrador en México es una derrota
del proyecto neoliberal que nunca pudo desarrollar un modelo de
crecimiento basado en la apertura del mercado al capital financiero
trasnacional, vía instrumentos como el Tratado de Libre Comercio, la
Alianza del Pacífico, o la reforma energética fruto del Pacto por
México. Un modelo que, además, necesitó de la doctrina del shock
para imponerse, dejando un saldo de más de 200 mil muertos y
desaparecidos,y centenares de fosas comunes en una guerra contra las
drogas que en realidad sólo sirvió para ceder soberanía territorial,
dejando amplias zonas del territorio mexicano en manos del narco.
De alguna manera, cuando AMLO enarbola la bandera de la lucha contra
la corrupción, la gente humilde, sin necesidad de tanta teoría, ha
votado contra un modelo económico, el neoliberal, que ha hecho
retroceder a México a los niveles de pobreza y desigualdad de los 90.
La otra cara de esa moneda es la victoria de Jair Bolsonaro en
Brasil, que más allá de todos los errores cometidos por el PT y las
izquierdas brasileñas, es también fruto de la crisis del mismo sistema,
que nunca pudo imponer a su candidato, y derivó en la victoria de un
monstruo llamado Bolsonaro. Porque, al igual que en Estados Unidos la
candidata de Wall Street y el complejo industrial-militar era Hillary
Clinton, y no Trump, en Brasil el candidato de las élites económicas era
Alckmin (con un 4 por ciento de votación en la primera vuelta) y no
Bolsonaro.
De alguna manera Trump y Bolsonaro son anomalías de un sistema en
crisis, donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de
nacer.
Dentro de eso nuevo que no termina de nacer podemos colocar el pase a
segunda vuelta y los 8 millones de votos obtenidos por Gustavo Petro en
Colombia. En una Colombia llena de monstruos donde los acuerdos de Paz
de La Habana siguen sin cumplirse y cada día desaparecen y asesinan a
líderes sociales, pero donde algo está cambiando y cuestionando el
sistema establecido.
También podemos colocar como la otra cara de la moneda las elecciones
en Costa Rica, ganadas en primera vuelta por un pastor evangélico,
Fabricio Alvarado, aunque después fuese derrotado en segunda vuelta por
otro Alvarado, Carlos, de centro-izquierda.
Y si bien 2018 ha sido el año del ascenso del fundamentalismo evangélico de derecha, con un discurso contra la
ideología de género, tanto en Costa Rica, como en Brasil, también 2018 ha sido el año de la ola verde que se ha visibilizado en Argentina a partir de un feminismo popular, y que, a pesar de no lograr la despenalización del aborto, ha sembrado y politizado el feminismo a lo largo y ancho de nuestra América, en contraposición al feminismo blanco y burgués impulsado desde el norte. La ola verde nos empuja a pensar en un mundo, en una sociedad diferente, que ciertamente, será feminista, o no será.
Dos elementos más son fundamentales para entender este momento
complejo que vivimos, más allá de lo electoral, y que ha cristalizado en
2018, un año en el que como decía Benedetti, cuando creíamos que
teníamos todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas.
Por un lado, la cuestión mediática es fundamental para leer las
coordenadas del tablero político en el que jugamos. Los medios hoy se
convierten en el principal partido de oposición mediante la construcción
de matrices contra líderes y gobiernos de izquierda, gobiernos que
además pierden elecciones contra un algoritmo que deconstruye la
realidad mientras fabrica al mismo tiempo una paralela. Las armas de
destrucción matemática de la realidad van a ser las principales armas de
las nuevas batallas electorales que vienen.
Vivimos en sociedades muy individualizadas donde los vínculos
sociales son cada vez más débiles y, como señala el sociólogo César
Rendueles, la era de las redes sociales es al mismo tiempo la era de la
fragilidad social. Por eso, junto a la batalla mediática, cobra más
relevancia aun si cabe, la batalla cultural que tenemos que dar. Porque
la gran victoria del neoliberalismo ni siquiera fue económica (en
América Latina se pudieron en marcha procesos posneoliberales), fue,
sobre todo, cultural.
Ese triunfo cultural, del american way of life y la cultura del shopping,
ha tenido como resultado que los millones de personas que los gobiernos
progresistas han sacado de la pobreza, se hayan convertido en
consumidores con deseo de ascenso social. El horizonte de justicia
social para cualquier sociedad debe venir de la mano inexcusablemente de
la formación y politización de dicha sociedad. Pueblo y comunidad,
sobre ciudadanía e individualidad.
La batalla comunicativa y la batalla cultural serán, por tanto,
indispensables para el año que entra, sobre todo pensando en dos citas
electorales que serán claves en 2019 para la profundización, o
retroceso, del ciclo progresista: las elecciones presidenciales en
Argentina y Bolivia.
*Politólogo Expecialista En América Latina
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