Repentina, o no tan inesperadamente lo malo que intuíamos terminó por suceder. El desenlace político en Brasili,
la penosa decadencia suramericana -salvo la persistencia de lucha
boliviana- y la consolidación de la embestida geopolítica norteamericana
a nivel general, han vuelto a sitiar los territorios latinoamericanos
con eficacia una vez más.
Lo político y lo social de manera amplia o
lo electoral y las resistencias societales en un plano más restringido,
suele ser apuntado por separado en el pesaje de los combates
latinoamericanos. Todavía se lee en muchos analistas políticos disociar
la dimensión política de las luchas sociales que significaron un rechazo
popular masivo al plan de ajuste neoliberal en los 80 y 90, de las
avanzadas político-electorales que se dieron en la región desde la
asunción de Hugo Chávez en adelante. Así como no es posible entender el
deterioro progresivo del consenso neoliberal en Nuestra América sin
recurrir a la fotografía de los movimientos sociales y populares
marchando por las avenidas de pueblos y grandes capitales
latinoamericanas, es poco sustentable pensar que el retroceso de los
progresismos en el continente no le signifique fracturas a las
estrategias autónomas del campo popular latinoamericano.
Avance de las derechas
Desde el 6 al 10 de diciembre de 2015, cuando la oposición venezolana
se afirma en las legislativas de ese país y la derecha argentina asume
el gobierno vía balotaje, se entreteje la ofensiva de las
derechas en la región al tiempo que se hilvanaba lo que a partir de 2013
(no casualmente el año de la muerte de Chávez) venía retaceando el
desencanto popular con los gobiernos posneoliberales. El recorrido desde
el golpe parlamentario al PT en Brasil, pasando por la asunción de
Donald Trump en Estados Unidos, hasta el encarcelamiento de Lula da
Silva en 2018, explicitan el carácter del desarme popular en el
continente. Quizás en este racconto pesimista de lo sucedido “por
arriba” (en la arena político-estatal) valgan las proyecciones más
venturosas para el futuro de México que, aun siendo solo especulaciones e
interrogantesii,
al menos deja colar una bocanada de aire fresco por esa pequeña
hendidura institucional. Frente al estado de cosas regionales, México
constituye un espacio de acción y una referencia para la deriva
progresista latinoamericana.
De cualquier manera, situados
delante de un panorama de recesión económica y desarticulación social,
producto de un embate neoliberal ciego, sordo y mudo que toma cuerpo
soberbiamente en estos días; las voces, los ojos y las palabras que
puedan romper el cerco, ayudan a desgastar -cuanto menos modestamente-
al gigante. Hoy que en la Argentina por ejemplo, no queda nada por
tocar, desde el endeudamiento hasta la criminalización fascista más
insospechada de la pobreza, desde la educación, la salud y los derechos
sociales más elementales, se hacen imprescindibles las lecturas que
trasciendan el dato estadístico y retornen a desaturdir la realidad mezquina.
Pensamiento y acción
Dice Miguel Mazzeo, pensando en la Argentina posterior al hecho
político de 2001, que subsiste en rasgos, praxis y sensibilidades una
especie de generación intelectual crítica que en los últimos años ha visto florecer, al calor del proceso histórico contemporáneo, una subjetividad de la insubordinación con una vocación emancipatoriaiii.
Siguiendo a Casullo, Mazzeo dirá que en la dificultad de identificar a
esa intelectualidad insurgente que desde principio de siglo reverdece,
suele estar la centralidad que ocupan las viejas intelecciones
dogmáticas de izquierda o la tradicional dicotomía entre intelectuales liberales/republicanos y populistas/estatistas. En
el último tiempo la escena de la discusión latinoamericana ha rondado
un debate muy cercano a estos polos, los progresismos realmente
existentes deben mucho a la bifurcación antes mencionada. No es extraño
entonces pensar que frente al deterioro regional y la ofensiva
neocolonial se tensen los extremos de la cuerda que mejor expresan ese
debate; al menos en el 1er Foro Mundial de Pensamiento Crítico
organizado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO),
algo de eso se pudo ver. El problema aquí no radica en la opción del
ángulo que se elija para predicar un discurso político, el drama
resultante que nos afecta a todos es que las pérdidas electorales o
político-estatales, de las que empezamos hablando aquí, son
preanunciadas por derrotas culturales-intelectuales mucho más
significativas.
Sucede que la brecha entre “los que piensan” la
política y los que acumulan fuerzas y ocupan espacios en el entramado
estatal (sean estos más o menos liberales, más o menos estatistas…) debe
ser puesta en cuestión, merece ser cuestionada, pero a su vez debe
implicar una invitación a contarse las costillas y abrir los abanicos.
Es decir: el pensamiento crítico latinoamericano, que dicho sea de paso
suele transitar los pasillos de la política institucionalmente vivida
mientras también camina los atajos del conocimiento científico y la
creación de teoría crítica, no se agota en los modelos clásicos de
discusión entre liberales y estatistas. No creemos que aquí haya
clausuras, más bien se trata de dar los primeros pasos. Tal vez esa sea
una puerta que se abre con las buenas iniciativas de agrupar ciencia
social latinoamericana, pensamiento crítico y coyuntura política.
Volviendo a Mazzeo, la izquierda por venir y la generación intelectual que se forja en estas brechas no rinde culto a un colectivismo sublimado,
así como tampoco creemos que le corra el hombro a la ambivalencia
epocal por la que se desvive. Entienden las y los jóvenes que discuten y
padecen la ofensiva neoliberal desde los movimientos populares,
universidades y colectivos de resistencia, que no se debe dar un
centímetro en la lucha por la producción del conocimiento social
(tampoco académico), que se debe discutir el realismo político,
rechazando –por ejemplo- la idea del ´fin de las izquierdas y las
derechas´, cuando el conflicto social vivido indica que esas categorías
gozan de una salud relativa y se muestra vigorosa para los combates
futuros; pero asimilando también que las disputas que se dan por abajo contra el neoliberalismo reasumido con más fuerza, requieren del dialogo con los protagonistas que desde arriba suman a cuestionar políticamente a los flamantes macrismos y bolsonarismos reales.
En definitiva, si hay derrota cultural-intelectual se hace carne la
derrota electoral y política. Habrá que pensar en nuestros foros y
ámbitos de discusión progresistas o de izquierda que es urgente al decir
del teólogo de la liberación brasilero Frei Betto: “Volver al trabajo
de base y promover la alfabetización política del pueblo”.
Notas:
i Brasil, América Latina y nuestro futuro https://iberoamericasocial.com/brasil-america-latina-y-nuestro-futuro/
ii América Latina y la conciliación de clases https://www.jornada.com.mx/2018/08/19/opinion/022a1mun#
iii
Miguel Mazzeo (2012) “Conjurar a Babel. La nueva generación
intelectual argentina a diez años de la rebelión popular de 2001” El
Colectivo, Buenos Aires, p. 16.
Oscar Soto es politólogo y docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales – Universidad Nacional de Cuyo.
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