En
la última década, Estados Unidos, Unión Europea, Inglaterra y Japón han
impreso el equivalente a diez billones de dólares. Sus respectivos
bancos centrales pusieron la maquinita de imprimir billetes a toda
velocidad. La Reserva Federal de Estados Unidos duplicó su balance entre
2008 y 2014 y luego siguió imprimiendo aunque a un ritmo algo inferior.
El Banco Central Europeo duplicó el suyo entre 2015 y 2017. El Banco de
Japón comenzó a incrementar el ritmo de impresión a partir de 2013 y a
día de hoy su balance tiene casi el mismo tamaño que el de su economía.
En el caso del Banco de Inglaterra, su balance se multiplicó por 15 en
términos de Producto Interno Bruto.
Y
con tanto dinero por el mundo, con este exceso de liquidez global, cabe
hacerse esta doble pregunta desde una perspectiva latinoamericana: 1)
¿ha servido esto para mejorar la economía? 2) ¿quiénes fueron los
afortunados que se quedaron con buena parte de esa cantidad ingente de
billetes impresos? En este caso, en la realidad, a diferencia de lo que
ocurre en la famosa serie La Casa de Papel, los ganadores no son los
ciudadanos de la calle. Tampoco hay tiros ni rehenes. Pero sí hay otro
método, no basado en un robo como tal, pero sí en una estafa
milimétricamente planificada.
La
secuencia es la siguiente. Primero, lo dicho: se imprimen billetes a
raudales que, de inmediato, son prestado en su mayoría a la gran banca a
una tasa de interés ridícula, en muchas ocasiones cercana al 0%, o
incluso con tasa de interés real negativa. La excusa fue que había que
“salvar” a la banca, considerada “demasiada grande para caer”. Así que
se les regaló dinero. Literalmente a coste cero.
Segundo,
la banca demasiado grande para caer, ya salvada, y con el fondo lleno,
tenía el gran objetivo de prestar ese dinero sobrante a economías
periféricas, como las latinoamericanas, deseosas de nutrirse de nuevo
capital. Este préstamo en segunda instancia ya no sería a tasa cero o a
un interés muy bajo, sino que se hacía a una tasa de interés más
elevada, garantizándose así un negocio redondo.
Hay
un tercer paso: identificar a dónde fue a parar este dinero que
aterrizó recientemente en algunas economías latinoamericanas. Llegados a
este punto, lo importante antes que nada es tener un dato claro: este
“nuevo dinero” no se orientó a actividades económicas productivas ni a
la economía real. De cada 10 dólares nuevos, 9 terminaron en actividades
financieras, especulativas y ociosas. Entonces, ¿cuál fue el destino
del dinero logrado a través de estos nuevos préstamos? En muchos países,
como son los casos de Colombia y México, se empleó para pagar deudas
anteriores. En Argentina la situación fue otra debido a que Macri
recibió un país desendeudado. Así que los dólares nuevos se colocaron en
modo de libre oferta a disposición de quienes pudieran comprarlos. Y
así fue: los dólares acabaron en su gran mayoría en manos de unos pocos
fondos de inversión y de la misma banca que había previamente prestado
los dólares; también hubo dólares para bancos locales y para otros
actores económicos de grandes ligas (especialmente, lo que en Argentina
se llama el “campo”); y el resto, un porcentaje ridículo, para una
mayoría que no tenía pesos suficientes para comprarlos al nuevo tipo de
cambio tras las devaluaciones.
Así
es como llegamos al cuarto capítulo de esta serie. Ahora es cuando el
mundo financiero se frota las manos. ¿Por qué? Porque aún restan muchos
más dólares que prestar. Diez billones de dólares son muchos dólares y
no se gastaron todos en la primera fase. Con todo lo que queda por
colocar, ahora es el turno del FMI, quien llega con los bolsillos llenos
de dinero impreso por las maquinitas de sus bancos centrales con una
única misión: prestar de nuevo para que el país cancele su deuda, es
decir, devuelva lo que pidió anteriormente prestado. Y así la deuda
externa se va constituyendo en deuda eterna.
Dado
el dominio actual del capitalismo neoliberal, se impide que el dinero
nuevo, el que se logra por préstamo, sea usado para la economía real.
Esto provoca que las economías latinoamericanas, que se insertan en el
mundo por los canales regulares, acaben sumamente endeudadas, con una
economía real cada vez más raquítica e ineficiente. El gran boom global
de impresión monetaria es un factor condicionante del creciente
endeudamiento externo latinoamericano, que determina hacia delante un
modelo de desarrollo dependiente, financiarizado e improductivo y, en
consecuencia, con una demanda interna cada vez más débil.
La
Casa de Papel en versión latinoamericana tiene un final diametralmente
opuesto a lo que ocurre en la serie. En la ficción, el dinero se lo
queda un grupo de gente anónima, pero en la realidad el botín impreso va
a parar a la cuenta de resultados de unos cuantos bancos a costa de las
economías de la región. Veremos qué pasa en la próxima temporada.
Doctor en Economía
Director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG)
@CELAGeopolitica
https://www.alainet.org/es/articulo/197113
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