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martes, 29 de septiembre de 2020

¿Por qué una nueva Constitución para Chile?

 Hervi Lara B.

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Foto: https://eldiacritico.com
Una nueva Constitución es imprescindible para construir un país en el que “el pan alcance para todos”. La Constitución de 1980 no es auténtica Constitución, sino sólo una ley fundamental impuesta por la fuerza, por lo que histórica, social, legal y éticamente está cuestionada tanto en su elaboración como en su aprobación. En su núcleo estructural privilegia a unos pocos y excluye a las mayorías. Lo que hoy vivimos es bajo la tutela pinochetista, por lo que es letra opresiva que se acata, pero que no se obedece ni se cumple moralmente. Ello sucede porque el texto dirigido por Jaime Guzmán no expande la vida; oculta el desorden de la verdad atropellada; mantiene los derechos conculcados; porque falta la alegría (que no llegó) y se han nublado las esperanzas. 

Chile requiere una Constitución democrática, en la que sus defectos sean corregidos en virtud de su propio dinamismo. Esto debe ser así, porque la democracia es riesgo, es aventura, es participación razonable en la conducción de la vida cívica, es búsqueda de integración social. (1). Una auténtica Constitución debe contener en su esencia al Bien Común, esto es, que el interés privado esté subordinado al interés público, como ya lo dijera Aristóteles varios siglos antes de Cristo. (2) Ello significa, en primer lugar, que la economía esté subordinada a la política y que tanto la economía como la política y también el derecho sean expresiones de la ética. En términos directos, se trata de que los derechos humanos no separen la economía de la política, sino que se produzca una implicancia entre los derechos jurídicos, civiles y políticos con los derechos económicos, sociales y culturales, a los que deben sumarse los derechos de tercera generación. De esta manera, una nueva Constitución podría afrontar y crear condiciones de posibilidad de superación de las enormes desigualdades y segregaciones que padece la mayor parte de la población chilena. 

Se trata de una “insurrección pacífica”, al igual como fue el planteamiento de la resistencia francesa tras la ocupación nazi, siendo portavoz de partidos, movimientos y sindicatos: “un plan completo de seguridad social, con miras a asegurar los medios de vida a todos los ciudadanos, en todos los casos en que estos fueran incapaces de obtenerlos a través de su trabajo”. Para realizar aquello se debían nacionalizar las riquezas básicas, los grandes bancos y devolver a la nación los medios de producción monopolizados, fruto del trabajo común. (3). 

En las actuales condiciones, en Chile no existe manera de que aquello sea realidad, porque la estructura de la sociedad emanada de la dictadura pinochetista es antihumana, irracional, niega la promoción de la vida, no acepta la igualdad para todos, sino que privilegia a los poderosos. Para estos últimos, un pueblo consciente y politizado significa un peligro. Por tanto, evitan dicho peligro convirtiendo en realidad la afirmación de que “para dar libertad al dinero las dictaduras encarcelan a la gente”. (4). 

Una nueva Constitución debe desmontar el fetichismo que rodea la pseudodemocracia capitalista, porque en el capitalismo lo que se denomina democracia es un pacto por el cual los explotados renuncian a su derecho de decisión para negociar las condiciones de su propia explotación y así poder sobrevivir. (5). La experiencia de la historia de Chile y de la historia de América Latina demuestra que ante el menor amago de transformación social se desencadena la violencia reaccionaria. La Unidad Popular y el levantamiento popular del 18 de octubre de 2019 son claras demostraciones de lo antes aseverado. 

Una nueva Constitución permitirá abrir caminos de superación del miedo, el cual es la “materia prima” del capitalismo, cuya metodología es el ejercicio del terror. (6). La superación del miedo va de la mano de la política, esto es, de la regeneración moral del país. Ello implica “decir lo que se debe decir, porque ello dignifica y ennoblece la vida”. (7). Política es moverse por ideales que, aunque pudiendo ser erróneos, jamás son mentiras. Es la crítica de la realidad en pos de otra realidad más digna, gestora de una nueva cultura que, a su vez, exige un proceso de descolonización del conocimiento para derrotar a la mentira. La mentira no se derrota sólo con consignas y eslóganes, sino con educación y conciencia para que el pueblo mantenga vivo su espíritu. 

Frente a un capitalismo cada vez más beligerante, una nueva Constitución debe abrir vías para acabar con él, antes que el capitalismo acabe con Chile y con la humanidad. En el presente proceso constitucional el pueblo tiene una oportunidad de transformar también su fragilidad organizativa, su inmadurez política y el espontaneísmo. Emulando a José Martí, “la guerra que se nos libra es de pensamiento. Ganémosla a fuerza de pensamiento”. 

Santiago de Chile, 25 de septiembre de 2020. 

Notas 

  1. Cfr: Jorge Millas, “Con reflexión y sin ira”. (Discurso ante el pseudo plebiscito de 1980. Teatro Caupolicán. Santiago, agosto de 1980).

  2. Cfr: Aristóteles, “Política”.

  3. Stépahane Hessel, “Indignez vous”.

  4. Eduardo Galeano, “Patas arriba”. (La escuela del mundo al revés).

  5. Cfr: Atilio Borón, “Aristóteles en Macondo”. (Notas sobre democracia, poder y revolución en América Latina). / Ed. América en Movimiento, Santiago, 2015.

  6. Cfr: Pablo Dávalos, “La democracia disciplinaria”. (El proyecto neoliberal para América Latina). / Ed. Quimantú, Santiago, 2012.

  7. José Ferrater Mora, “Unamuno”. (Bosquejo de una filosofía). / Ed. Losada, Buenos Aires, 1944.

 

Fuente: El Ciudadano (Chile)

 https://www.alainet.org/es/articulo/209071    

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