¿Será capaz Donald
Trump de provocar una guerra civil en Estados Unidos para relegirse?
Cabe la pregunta a partir de sus irresponsables e inquietantes
declaraciones en apoyo a diversos grupos de supremacistas blancos que
han atacado a quienes protestan por la brutalidad policiaca. Cierto es
que en las manifestaciones de protesta han existido excesos por parte de
algunos
provocadores, pero en este marco de violencia es de suponer que la tarea del primer mandatario debe ser condenarla y llamar a la cordura, evitando enfrentar a un grupo contra otro.
Sin embargo, lo que ha hecho el presidente Trump es
apagar el fuego con gasolina, condonando los ataques de los grupos de supremacistas blancos, incluso conminándolos a
defender las ciudades de las hordas extremistas que amenazan destruirlas. Ha ignorado que cuidar el orden corresponde al Estado, depositario único de la coacción mediante el uso de la fuerza pública, y no a grupos de
vigilantesarmados. La exhortación del Ejecutivo fue una clara provocación que derivó en un ataque con armas de fuego que un grupo supremacista perpetró contra los participantes de una marcha de protesta por la violencia de la policía. El saldo fue de dos muertos y varios heridos en el grupo que se manifestaba pacíficamente. Ver a un joven de apenas 17 años pasando al lado de los policías con un arma de alto calibre al hombro, sin que alguno de ellos hiciera el menor intento por detenerlo, fue surrealista. Confirma la complacencia de algunos agentes con los grupos de choque (milicianos) que apoyan a Trump, síntoma de la
ley y el ordenque quiere imponer el presidente.
Al parecer, Trump se ha percatado de que la única manera de superar
la ventaja que Biden le lleva en las encuestas de opinión es
distorsionando la realidad o mintiendo sobre las intenciones de éste y
provocar enfrentamientos en la sociedad. En primer lugar, ha decidido
desaparecer la pandemia por arte de magia, ignorando que hasta hoy ha
cobrado la vida de casi 190 mil estadunidenses.
En segundo lugar, ha culpado a Biden y a los demócratas de alentar
las marchas, que se han convertido en zafarranchos, no por quienes
protestan pacíficamente, sino por la forma en que la policía y las
fuerzas del
ordenhan cargado contra los manifestantes. En tercer lugar, ha acusado falsamente a Biden de promover la desaparición de los cuerpos de policía, siendo que el propio Biden ha declarado que deben canalizarse más recursos para reformarlos.
Tal vez algo de lo más grave es lo que se advierte como su decisión
de usar la provocación como método para socavar las marchas y reuniones
pacíficas, como sucedió en Wisconsin y Oregon. Grave, por las vidas que
se han perdido, y porque son situaciones que pudieran escalar y salirse
de control. Cualquiera que haya observado situaciones similares sabe
perfectamente que una manera de desprestigiar cualquier movimiento de
protesta es plantando provocadores en sus filas con el fin de
convertirlos o hacerlos aparecer como violentos. Conociendo como se las
gasta Trump cuando quiere imponer su voluntad, no es difícil adivinar
que detrás de su retórica incendiaria está el aliento a los grupos
protofascistas, que no escatimarán el uso de la violencia para agredir a
quienes protestan en defensa de los derechos humanos y en contra de la
brutalidad policiaca.
Tampoco sorprende la torpeza con que ha ofendido a las fuerzas
armadas, cuando, en el contexto de la celebración del 75 aniversario en
que Estados Unidos entró a la Segunda Guerra Mundial, llamó
estúpidosa quienes participaron en ese y otros conflictos armados. Lo que en último caso es estúpido es ignorar la sensibilidad de las familias que han sufrido la pérdida de uno o más de sus miembros por causa de esas guerras. Haber llamado a los soldados de esa manera es una palada más de tierra en la tumba que él insiste en cavar para sí mismo en su ya larga cadena de desaguisados.
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