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lunes, 21 de septiembre de 2020

El drama ha empezado


Arturo Balderas / II

Una de las más profundas cuarteaduras en el sistema electoral estadunidense ocurrió en los comicios del año 2000. Es paradigmática la diferente interpretación que las autoridades de la materia del estado de Florida hicieron sobre la forma en que algunas boletas de votación fueron marcadas, lo que obligó a los representantes de los candidatos a un litigio que duró más de una semana. El conflicto escaló hasta la Suprema Corte de la Nación, que a final de cuentas otorgó la presidencia a George W. Bush. Para decirlo en pocas palabras, Bush no ganó las elecciones, pero un evento no previsto en el proceso obligó a que se aplicara un parche para subsanar una de sus tantas fallas. La Suprema Corte actuó como elector supremo, y todo el proceso electoral dejó una estela de insatisfacciones y dudas sobre su integridad y confiabilidad.

¿Cuáles son las lecciones que dejó ese desastre? A juicio de diversos especialistas, una de las rémoras en la democracia estadunidense es su anticuado y ahistórico Colegio Electoral. Lo que en 1787 fue necesario para lograr la integración de la Unión Americana, hoy en día ya no. Las circunstancias han cambiado radicalmente con el correr de los años: el crecimiento del electorado, su composición, su distribución geográfica y la incorporación de la tecnología a la hora de votar y contar los sufragios. Conclusión: la manera en que se elegía a los gobernantes en el siglo XVIII es totalmente inadecuada para el siglo XXI y ha debilitado la esencia de la elección como medio democrático por excelencia.

A diferencia de los países como el nuestro, en los que hay una base normativa única para el proceso electoral, en Estados Unidos cada estado apela a su derecho soberano a establecer las normas de y definir quiénes lo representarán en el Colegio Electoral, instancia en la que se designará al presidente. Hay alguna similitud en la normatividad de la mayoría de los 50 estados que integran ese país, pero sus diferencias son las que han vuelto cada vez más complicada la definición del ganador de la presidencia.

Actualmente cada estado tiene un sistema propio de organizar, realizar y en general administrarlas. Así, en 24 estados el responsable del proceso es el Secretario de Estado; en dos es el vicegobernador; en tres es el jefe de la oficina electoral, quien es designado por el Congreso del estado; en cinco es el jefe de la oficina electoral, designado por el gobernador; en nueve, una comisión electoral bipartita, nombrada por el gobernador y ratificada por el Senado del estado, y en siete es un jefe de elección y una comisión electoral.

Esa atomización es el motivo de que el conteo y recuento de votos, una vez concluida la elección se haga por diferentes métodos y con diferentes sistemas. Debido a ello, la información sobre los resultados es fragmentada, amén de que cada estado decide cuándo y cómo darlos a conocer, situación en la que coadyuvan los diferentes husos horarios. A fin de cuentas, en votaciones muy disputadas, da lugar a que cada candidato se declare vencedor cuando lo considere más conveniente, lo cual redunda en una confusión general sobre cuál es el verdadero ganador.

Así sucedió en las votaciones del año 2000 y en las de 2008, cuando la cadena Fox de televisión se adelantó y dio un resultado que difería con el de otras cadenas nacionales. El problema está a la vista y puede ser de suma gravedad después de que Donald Trump advirtió que él será quien anuncie el resultado de los comicios sin esperar el conteo total de votos. Obviamente, su pretensión es declararse ganador de antemano.

Nota: murió la juez Ruth Bader Ginsburg, ministro de la Suprema Corte, cuyo sentido de la defensa de los derechos humanos, y los de las mujeres en especial, la convirtieron en icono liberal del sistema de justicia. Su lamentable fallecimiento tornará aún más crítica la situación política en las semanas, los meses y años que vienen.

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